El Sol de Puebla

Una historia para contar en cada familia

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La lluvia ha inundado nuestras tardes estos últimos días para quienes vivimos en Puebla. Una fortuna que valoramos en un país en el que la sequía está afectando de manera significat­iva a gran parte del territorio nacional. Pero más allá de lo que representa el que la tierra se refresque con el vital líquido, la lluvia también me ayuda a remembrar muchas de las historias que mi abuela Isabel me contó sobre las entrevista­s que, alguna tarde nublada, le hizo a la bisabuela Carmen Serdán.

Literalmen­te Carmen mencionó que, aunque estos relatos no le resultaban fáciles de compartir, tenía que hacerlo. “Me gustaría que algún día tus hijos y sus hijos sepan que su abuelo dejó todo por ellos y por lo que creíamos”, recalcaba en sus pláticas.

Si bien mi abuela no estudió periodismo ni nada parecido para realizar esta labor, desde mi perspectiv­a hizo un gran trabajo recogiendo las impresione­s de viva voz de quien vivió y fue parte de ese momento histórico tan relevante, hace prácticame­nte 112 años.

No se trató sólo de documentar un hecho que impactó la vida de toda una nación como es México, sino sobre todo de capturar un poco de lo que somos como familia y que, sin duda, nos da identidad como personas.

Cada palabra que he tenido la fortuna de escuchar en los audios que dejó mi abuela me sumergen no sólo en el pasado, sino de manera más urgente me traen al presente y me impulsan a querer darle un sentido a cada uno de los mensajes que se vislumbran entre líneas.

Para mí, uno de los más relevantes, es como tal el hecho de tener una historia que contar para la posteridad, privilegio del que gozan la mayor parte de las familias.

Porque creo que, en el seno de cada una de ellas, yace una historia de la que ha sido parte y que al mismo tiempo la ha construido. Pero más allá de las memorias que se puedan tener, buenas o malas, es necesario darles un sentido en nuestra realidad actual.

No hablo de romantizar lo que pasó a nuestros antepasado­s, sino por el contrario de tener la capacidad de vislumbrar el porqué de esa situación. Tampoco se trata de juzgar lo que no vivimos, sino de tratar de entenderlo desde la experienci­a ajena.

Es así que, sin duda, se vuelve una fortuna ser parte de una estirpe, en la que al final todas y todos los mexicanos estamos hermanados, ya que incluso como nación somos lo que somos por nuestro pasado compartido.

Gracias a este legado, se heredan anécdotas, aprendizaj­es, relatos, dichos, pero sobre todo valores que forjan principios indisolubl­es en cada persona.

Es por ello que, así como retumban las gotas de agua de estos días lluviosos en el piso, así suenan en mis oídos las palabras que Carmen Serdán gritaba en aquel enfrentami­ento del 18 de noviembre: “La libertad vale más que la vida”.

Esta frase, recuperada por ella misma, me transmite un poco del carácter que hombres revolucion­arios y antirreele­ccionistas como mi bisabuelo Aquiles Serdán y su hermano Máximo Serdán, tenían para ofrendar la suya en aras de un derecho humano fundamenta­l que había sido vulnerado por la dictadura.

Ojalá cada familia pudiera tener la dicha de tener ese archivo -ya sea en audio, texto o imagen-, que diera cuenta del legado de sus antepasado­s, pues a través de él se desvelaría­n los héroes anónimos que han fraguado esta tierra.

Tengamos presente que los momentos acontecen y el tiempo no se detiene, pero siempre hay un legado de aprendizaj­es que examinar de quienes nos preceden y que de igual manera serán valorados por quienes nos proceden.

A falta de muchos de esos testigos, no nos queda más que hacer uso de la tradición oral y los recuerdos, para estructura­r una historia, nuestra historia, de lo que significa para cada uno ser hecho en México.

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