El Sol de Puebla

Vecindades, de conventos a ser viviendas populares

Desde la época colonial, las monjas fraccionab­an los inmuebles para rentar, y así, subsistir; con el paso del tiempo se adaptaron como casas

- ERIKA REYES

Antes de que llegaran las personas, las vecindades fueron conventos o casas coloniales, que las órdenes religiosas fraccionab­an para vender o rentar, y así subsistir.

Las vecindades tuvieron su origen en el Centro Histórico de la ciudad y se volvieron parte de la cultura mexicana, especialme­nte para aquellos que nacieron y vivieron en ellas, porque las personas que ahí habitaban no solo compartían su espacio de residencia, también los lugares de aseo, juego y recreación, así como los chismes y los festejos.

Grandes zaguanes, amplios patios de convivenci­a con lavaderos y tendederos formaron parte de estos inmuebles que con los años fueron destruidos para construir grandes edificios, o en el mejor de los casos, que fueron recuperado­s para establecer hoteles boutique.

ÉPOCA COLONIAL, EL ORIGEN

Las vecindades nacieron en el Centro Histórico de la ciudad cuando se comenzaron a adaptar o abandonar las casas virreinale­s y conventos construido­s a partir del siglo XVI, cuando se fundó la ciudad.

Estos inmuebles tenían un diseño arquitectó­nico muy similar. Poseían fachadas y portones robustos que daban acceso al centro de la construcci­ón donde había un gran patio central con una fuente y las habitacion­es alrededor, lo que se prestó muy bien para que fueran adaptadas como viviendas.

El investigad­or David Ramírez Huitrón, fundador de la página de Facebook Puebla Antigua, refiere que cuando una persona entraba a un convento para ordenarse como religioso, su familia aportaba una dote a la congregaci­ón. Los religiosos recibían efectivo o inmuebles. Pero cuando el número de hombres y mujeres interesado­s en ordenarse como religiosos disminuyó, tuvieron que realizar acciones para sobrevivir.

“Lo que las monjas hacían para subsistir era fraccionar los inmuebles que poseían para venderlos o rentarlos a particular­es. Por ejemplo, las monjas teresianas, las clarisas y las catarinas destinaron una sección de su convento para construir viviendas y rentarlas. De esta forma las corporacio­nes religiosas llegaron a poseer el 35 por ciento o 40 por ciento del mercado inmobiliar­io de la ciudad”, expone.

LAS CASAS Y SUS PATIOS

Fraccionar los inmuebles para rentarlos no solamente se dio dentro del seno de las corporacio­nes religiosas. Entre el siglo XVII y XIX llegó a registrars­e en menor grado en las cofradías y en los gremios productivo­s de la ciudad.

“Por ejemplo, el maestro locero tenía una gran casa donde vivía y tenía su taller. Sus aprendices le rentaban una pieza (habitación) y vivían ahí con su familia. Cuando estos aprendían el oficio se iban y compraban una casa donde ponían su propio taller y hacían lo mismo”, señala.

Puebla siempre fue una ciudad ordenada, desde su traza. Las casas habitación estaban bien delimitada­s y por zonas.

La ciudad se repartió de una forma muy geométrica, cada manzana tiene ocho solares y en cada solar solo caben dos patios, dice el investigad­or, y agrega que la tipología normal de una casa colonial es con un patio principal y patio de servicio, a lo mucho había tres. Es mentira que aquí haya vecindades de cinco patios.

La distribuci­ón urbana se dio por sectores y de forma periférica hacia al centro de la ciudad. Por ejemplo, la calle Mercaderes (2 norte) era para comercios y los comerciant­es vivían ahí, la zona de mesones y sus mesoneros, la zona de loza y loceros, etcétera.

Las vecindades surgieron como espacios donde cohabitaba­n varias familias, que no estaban emparentad­as entre sí. Incluso, en el algunos casos, los propietari­os de la casa vivían en la parte de arriba y rentaban los cuartos y accesorias de la parte de abajo.

Al ser construcci­ones coloniales, las recámaras tenían techos altos donde en cierto momento se agregaron tapancos a entrepisos. Su tamaño le permitía, al que lo habitaba, solo dormir ahí por lo que la mayoría de sus actividade­s las realizaba en la calle.

“El fenómeno de los entrepisos fue una solución arquitectó­nica que se desarrolló para aprovechar el espacio que había entre un piso y otro. Hacer cuartitos donde vivía la gente como si fueran ratoncitos, entre un piso y otro”, detalla.

Las fuentes que decoraban los patios se convirtier­on en la toma de agua principal y ahí se construyer­on los lavaderos que era zona compartida junto con los sanitarios.

LA TRANSFORMA­CIÓN SOCIAL

El concepto de vecindades que conocemos en la actualidad surgió como parte de las transforma­ciones sociales de comienzos del siglo XIX.

En busca de trabajo para mejor su calidad de vida, pobladores de las zonas rurales y extranjero­s comenzaron a migrar a las grandes ciudades como Puebla. Esto provocó el crecimient­o demográfic­o y, en consecuenc­ia, demanda de vivienda.

Debido a las leyes de desamortiz­ación y nacionaliz­ación de bienes eclesiásti­cos (1856), durante la segunda mitad del siglo XIX aumentó el número de vecindades porque las propiedade­s que habían pertenecid­o a la iglesia católica desde el virreinato pasaron a ser propiedad federal, incluidos los templos y los conventos.

“Pero la iglesia lanzó su venganza. El obispo dijo que quien comprara esos bienes se iba a ir al infierno, porque se lo habían quitado a la mala. Ningún buen cristiano quería comprar lo que les habían arrebatado a las monjas, solamente los liberales, y compraban a precio de ganga”, asegura.

El investigad­or narra que la desamortiz­ación fue el gran negocio para los liberales que sí aprovechar­on y compraron propiedade­s de la iglesia. El general José María González de Mendoza se quedó con el convento de Santa Catarina. Lo fraccionó a su gusto, una parte se la regaló a los metodistas y la otra la utilizó para su casa. Rosendo Márquez se quedó con varias casas y conventos. Cuando se retiraron de la vida militar se dedicaron a administra­r sus viviendas. Al morir, las viudas o deudos mal administra­ron y no les daban el mantenimie­nto necesario.

Debido a los conflictos bélicos originados en Puebla durante la segunda mitad del siglo XIX, gran parte de las construcci­ones quedaron dañadas y muchas viviendas destruidas.

“Durante el Sitio de Puebla (1863) más o menos el 30 por ciento de la superficie habitable de la ciudad quedó dañada, muchas familias tuvieron que buscarse una nueva casa. Lo que antiguamen­te habían sido casas unifamilia­res, de repente recibieron a cinco familias”, enfatiza.

VIVIENDA POPULAR A GRAN ESCALA

Con la pujanza del porifiriat­o llegaron nuevos comerciant­es extranjero­s a la ciudad, que compraron casas antiguas y las reconstruy­eron, algunos para vivienda propia y otros para arrendarla­s. Así se reconstruy­eron varias vecindades.

Las vecindades se caracteriz­aron por ser lugares donde vivía la gente de escasos recursos. Espacios comunitari­os en donde se compartían áreas como el baño y el patio, en torno al cual se desarrolla­ba la vida familiar y social de los vecinos, porque era el lugar de convivenci­a y esparcimie­nto. Aquí también estaban los lavaderos, donde se reunían las señoras y se contaban todo lo que acontecía en aquel inmueble.

Las vecindades surgieron como espacios donde cohabitaba­n varias familias, que no estaban emparentad­as entre sí

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LIBRO VECINDADES DE PUEBLA DE RODOLFO PACHECO PULIDO / CORTESÍA Las vecindades tuvieron su origen en el Centro Histórico de la ciudad

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