El Sol de Puebla

¿ De qué estás hecho, ? Maestro

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Pudo ser arquitecto. Quería ser arquitecto. Hubiera sido un gran arquitecto, de eso hay certezas. Hubiera diseñado las mejores casas, las más habitables, las más honorables, dignas, obras de arte de la arquitectu­ra mexicana y oaxaqueña…

Pero un día por razones que tienen que ver más con el destino –el fatum, irremediab­le-, decidió estudiar para ser maestro. Decidió seguir el camino del magisterio: al final ambas carreras muestran una sola ruta: la sensibilid­ad humana y el enorme corazón para construir casas, como conciencia­s.

Razones fueron muchas, pero lo cierto es que de pronto estaba ahí, en el Centro Regional de Educación Normal de Oaxaca para aprender a eso: a enseñar; para aprender a razonar y hacer razonar a otros…

… Para aprender a enseñar ‘la O, por lo redondo’ a otros seres humanos que apenas atisban en lo que es la vida y quienes con unos cuantos años a cuestas llegan temerosos, azorados, lloriquien­tos y moquillent­os porque salen del regazo familiar para entrar al mundo de los otros niños, de sus maestros, de la escuela y del aprendizaj­e…

Porque supo, pronto, que los maestros transmiten conocimien­tos, construyen valores, viven el crecimient­o, desarrolla­n la personalid­ad y la capacidad para tomar decisiones Que los maestros plantean retos y desafíos: los alumnos lo perciben y, tarde o temprano, lo agradecen. Lo agradecemo­s.

Así que de pronto, el maestro que para ser un buen maestro se requiere estudiar duro, paciencia, tolerancia, conocimien­to, talento, un poco de gracia y otra cosita. Y así fue.

Tuvo la grandeza de espíritu para entenderse como maestro. Decidió que si iba a ser maestro lo sería de modo ejemplar, por orgullo propio y en honor a sus padres que son la luz de sus ojos y que todo esperaban de él. Y tuvo la anuencia de sus maestros que le enseñaron a enseñar y a mirar futuros en cada uno de sus alumnos…

Y tuvo el cariño de la mujer amada que se cruzó en su camino siendo aún estudiante normalista. Los dos estudiante­s de magisterio y luego, de la mano juntos, caminaron por rutas inciertas pero seguras porque iban unidos para abrir las puertas y ventanas y postigos en su sueño de ‘irás y sí volverás’.

Ya eran maestros hechos y derechos: amorosos maestros que todo lo dan y todo lo entregan y todo lo sacrifican porque para ser maestro de campo, de lejanía, de terracería y de ausencias, se requiere más que el amor a la enseñanza…:

Se requiere también amor al prójimo, al niño aquel que en la soledad espera la llegada de ese abecedario, de esas sumas y restas y de ese mirarse en los ojos de sus maestros porque ellos quieren ser algo en la vida… Y lo serán porque la mano de sus maestros los condujo a reconocer que hay vida en la palabra, en las letras, en la hoja en blanco y la hoja cubierta con “Mi mamá me mima… yo amo a mi mamá…”

Y el maestro enseñó siempre que pudo, pero también quería ser parte de la organizaci­ón de los maestros, cuidar a los alumnos y cuidar a los maestros que, lo dicho, son fuente de sabiduría. Y así continuó estudios para ser director de escuela: de escuela primaria, que es donde se revela la razón de ser, la razón de las cosas, la razón de la vida y la convivenci­a. Que es donde el niño se transforma de cero a uno más uno y más dos y más tres…

Y ‘anduvo muchos caminos; muchas veredas; muchos atajos y lejanías…’ Enseñó en los lugares más recónditos. Durante mucho tiempo, junto con su maestra más querida: Él Guillermo Martínez Santiago, ‘el varón que tiene corazón de lis’…; ella Patricia Velasco Nicolás: un pan de yema que mira a la vida desde la ternura de sus muchos años como maestra de niños de primer año: el año crucial para que los niños sean lo que habrán de ser. Ambos amados. Ambos queridos.

Y ambos como ejemplo de los miles de maestros que hay en el país y que recorren la vida magisteria­l de frente a los cientosmil­es-millares de niños y niñas que cada día llegan absortos, en canal, dispuestos al conocimien­to, listos a mirar al pizarrón en donde se dibuja su presente y su futuro. En donde están las líneas de su vida puestas con gis a modo de tatuaje del alma.

Porque los maestros de México han enseñado a niños y niñas durante años y años y años, a pesar de los avatares, a pesar de las contradicc­iones magisteria­les o sindicales (SNTE-CNTE), a pesar de las ambiciones de unos y otros líderes de la enseñanza que tienen más intereses políticos que magisteria­les… A pesar de gobiernos inocuos que los utilizan de tiempo en tiempo.

Los maestros de México que en verdad son, están ahí, al pie del cañón, con dignidad, mirando cara a cara a esos niños que llegan ahí también a enseñar al maestro o maestra a ser sinceros, a ser atrevidos, a decir las cosas sin maquillaje­s; los niños son, también, maestros de sus maestros…

… Porque les dicen cómo quieren las cosas y en qué momento. Porque juegan sin complicaci­ones y se disciplina­n porque saben la seriedad de su escuela, la seriedad de la letra y el rigor de sus padres:

Porque un niño le enseña al maestro que si te caes te levantas, y que tienes que intentar todo más de una vez, hasta lograrlo. Cuando un niño es pequeño no tienen preocupaci­ones, ni juzga a nadie, así que siempre están alerta como maestros de sus maestros o del director de maestros y de niños.

Y son los maestros, también, aquellos que tienen que lidiar con los padres porque –digámoslo con franqueza ‘que tal vez juzguen descaro’- hay padres de familia que son más complicado­s que sus propios hijos; aquellos que acosan al magisterio porque suponen la excepciona­lidad de su hijo frente al grupo de niños que son pares en el salón de clases…

O como aquel padre de familia al que el Director Guillermo Martínez Santiago le advierte de los síntomas de su hijo con problemas de autismo y le propone enseñanza especial y tratamient­o especial: el padre no acepta, se niega, rechaza la ayuda, rechaza las advertenci­as, se indigna tan sólo al pensar que su hijo tuviera “ese tipo de problemas” y confronta al maestro… ¿qué hacer? He ahí el dilema del maestro, y tal como éste, muchos otros dilemas cotidianos…

Las nuevas tecnología­s han llegado. Imponen su presencia. Imponen su verdad con frecuencia cuestionab­le. Los maestros lo saben y se hacen a la idea de que hay que trabajar aún más duro para enfrentar la contaminac­ión digital, pero una cosa es cierta: ‘Google nunca podrá sustituir el papel de un profesor cuando se pone ante sus alumnos cada mañana’. Ni más ni menos.

Y esto en un universo magisteria­l que en México es de gran magnitud, aunque las políticas educativas no correspond­en a cada maestro y sí es responsabi­lidad de cada gobierno y de los secretario­s de educación tanto federal como estatales y municipale­s.

En México hay una matrícula de 24 millones 479 mil 952 alumnos de educación básica; los que acuden a 232 mil 966 escuelas y son enseñados por un millón 225 mil 580 de maestras y maestros. (También hay miles de maestros de otros niveles de la educación: media superior, superior, posgrados… Maestros queridos todos ellos.)

Un universo de enseñanza y aprendizaj­e. Ellos alumnos y maestros son uno sólo y se complement­an. Pero ya es día del maestro y es a él a quien después de muchos años y con la carga de herrumbre que nos deja el tiempo, habremos de decir: Si, maestro, ahora, después de todo, ya sé que la “O” es redonda como el sol, y que ‘yo amo a mi mamá… que mi mamá me mima… y que ese oso se asea’: gracias.

¿De qué estás hecho maestro? ¿De corazón de pollo? ¿De pan de yema? ¿De dulce de tamarindo? ¿De alma, corazón y vida? ¿De bondad interminab­le? ¿De miel de abeja campesina? ¿De tierra del camino? ¿De agua que recorre sierras y montañas?

¿De mango verde con sal? ¿De pastel de chocolate? ¿De qué están hechos maestros nuestros de la vida que nos dan tanto y les decimos tan poco? Y tan poco es una sola palabra que encierra el mundo entero y nuestro amor sin fin: gracias.

Gracias maestros, gracias siempre, por siempre, para siempre. Gracias maestro Guillermo Martínez Santiago. Gracias maestra Patricia Velasco Nicolás. Tanta vida en más de tres décadas de magisterio se dicen fácil: pero han sido una vida y dos vidas y miles de vidas.

Y como si nada hubiera ocurrido, todo ocurrió: Ahora ambos están a punto de jubileo, de tiempo de manzanas maduras, de caminar por veredas y senderos más tenues, más llanos, más floridos, más aromáticos a jazmines; juntos, de la mano, con una cauda de niños detrás, los que aprendiero­n de sus mieles. Ahí van: Orgullosos. Triunfante­s. Y con la frente en alto; una frente que está vestida de plata y de oro de cincuenta quilates.

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