Discriminación, dignidad y percepción
Sólo se puede hablar de discriminación en contextos sociales, cuando las personas conviven y se interrelacionan, porque es una conducta social que las personas llevan a cabo como individuos, como instituciones u organizaciones. En esos entornos se producen y reproducen acciones u omisiones de desigualdades económicas, sociales, laborales, afectivas o políticas. ¿Cómo es posible que se niegue el acceso a ciertos derechos, bienes o servicios a una persona o a grupos humanos, sin razón válida?
El pasado viernes 25 de mayo, el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) publicó los resultados de la encuesta nacional sobre Discriminación 2022. De la población de 18 años y más que manifestó ser discriminada, el 24.5% son mujeres y el 22.8% son hombres. El 30.6% declaró que la razón de la discriminación que sufren fue por su forma de vestir o por su arreglo personal, tener tatuajes o perforaciones, forma de peinarse, color de piel y, en muchos casos, su orientación sexual. Y lo alarmante es que va en aumento.
Estos resultados son preocupantes, sobre todo porque se considera que en México la discriminación es estructural. Claudia Morales, presidenta del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED), declaró que ojalá esos resultados sirvan para mejorar la condición de las personas en México y se les respete por ser ellas y erradicar “Como te ven te tratan”. Pero si nos enfrentamos a un padecimiento que forma parte ya de la vida cotidiana, entonces no es tan sencillo erradicarla.
Lo complejo está en la relación humana que por un lado no puede abstraerse de las emociones que produce la presencialidad. Es decir, nadie puede dejar de lado percibir al otro; sólo pararse frente a alguien y entra en nuestro radar su tamaño, color, ubicación, olor, voz, mirada, etc. ¿Como te ven te tratan? Pues de entrada sí, porque es el primer vistazo el que prende nuestras emociones. De ahí que para buscar un trabajo, por ejemplo, nos arreglemos para causar la mejor impresión. Y no me refiero a usar traje, zapatillas o joyas, me refiero a que buscamos la aceptación con nuestra imagen (visual).
Por otro lado estamos llamados a la racionalidad. Después del primer impacto entonces entramos a un segundo plano, cuando se entabla la comunicación. Ya en los mensajes que emitimos y recibimos podemos identificar al otro y empatizar, coincidir o no con sus ideas y los valores que expresa y demuestra con sus actos. Además, cuando tratamos a alguien en lapsos prolongados, como en un trabajo o en la escuela y en la propia familia, somos capaces de reconocer la integridad del otro y la propia. Es decir: la coherencia entre lo que se piensa, se dice y se hace. Esto es, a partir del concepto que tengamos de “persona” expresaremos nuestro respeto por ella. Así entonces, si estamos rodeados de discriminación también la vamos a reproducir.
Discriminar a otro es básicamente no saber que tiene un valor más allá de su imagen, quedarnos en la primera capa del conocimiento, el prejuicio, lo subjetivo, la generalización, que no discierne la pluralidad. Además, la discriminación puede ser directa o indirecta, ambas nocivas; una abierta y la segunda invisible, discreta, subterránea; así nos encontramos entonces con la discriminación sexual, religiosa, racial, por discapacidad, incluso la xenofobia. ¿Acaso nuestro país está sumergido en esta violencia porque somos ignorantes del valor de la persona?
Las consecuencias de la discriminación son graves: resentimiento, dolor, rabia, que se revierte incluso con violencia. En los homicidios, linchamientos, desapariciones forzadas, feminicidios y más delitos, subyace una violencia que no es gratuita, ¿cuánto combatimos esa ignorancia y comprendemos la dignidad del otro y la propia? La irracionalidad de la emoción nos lleva a prejuiciar en un círculo vicioso que hace prevalecer el estereotipo “como te ven te tratan”, pero ¿por qué no buscar ser mejores en todo, incluida nuestra imagen?