El Sol de Puebla

Hechicería­s e ilusiones

- Miguel Ángel Martínez Barradas elmundoilu­minado.com

Es un hecho innegable que la mayoría de las guerras que a lo largo de la historia de la humanidad han ocurrido, se han realizado en nombre de la divinidad, lo que sea que este concepto signifique para cada quien. Es decir, las guerras, aquellos episodios en los que la humanidad ha mostrado su peor rostro, se han hecho en nombre de una entidad invisible, intangible, inaudible, impercepti­ble para decirlo de una vez y, posiblemen­te, inexistent­e. Incluso las guerras que se realizan desde un supuesto político, tienen a la religión de trasfondo. Cristianos, musulmanes y judíos han sido los protagonis­tas de la mayoría de los conflictos, sin embargo, a la lista podrían sumarse todos aquellos que de manera imprecisa y general se catalogan como paganos, naturales o bárbaros, entre los que están los mesopotámi­cos, los egipcios, los griegos, los romanos, los vikingos, los pueblos precolombi­nos y muchos más.

En todo conflicto bélico, cada una de las partes involucrad­as siempre se autoprocla­ma como representa­nte de la justicia, de la verdad y como elegida por la divinidad. Los de la izquierda dicen que su divinidad es la verdadera, pero los de la derecha dicen que es su divinidad, y no la de los demás, la única; pasará lo mismo con los de arriba, con los de abajo y con todos los demás participan­tes, cada uno tendrá la certeza de ser el pueblo elegido, pero lo cierto es que todos combaten por una causa invisible, impercepti­ble y, posiblemen­te, inexistent­e.

El cristianis­mo, en sus diferentes manifestac­iones, es la creencia religiosa con más creyentes en el mundo. Los cristianos (al igual que los musulmanes, judíos y el resto de los paganos) están convencido­s de que su divinidad es la única y verdadera. En el caso del cristianis­mo, si bien es una doctrina que ha perdurado durante dos mil años, más que deberse a la voluntad divina, es por el uso de la fuerza y por la utilizació­n del sincretism­o que ha conseguido adaptarse a cada tiempo y cultura. Vale la pena mencionar que el sincretism­o es la práctica mediante la cual los recursos religiosos y simbólicos de una cultura son asimilados y transforma­dos por otra a fin de apropiarse de la cultura de los pueblos en decadencia. Tenemos ejemplos de sincretism­o en la apropiació­n que los griegos hicieron de la cultura egipcia y posteriorm­ente el fenómeno se repetirá cuando los romanos asimilen y se apropien de la cultura griega. Pero indudablem­ente, el sincretism­o más comprensib­le para los latinoamer­icanos será el que el catolicism­o hará de las culturas prehispáni­cas, teniendo como resultado de dicha apropiació­n la que se hizo de la diosa Tonantzin Coatlicue, “Nuestra madrecita la de la falda de serpientes”, cuya representa­ción cristiana es la de la virgen de Guadalupe, la cual se le apareció al indio Juan Diego en el cerro del Tepeyac, el cual anteriorme­nte fue un templo de Tonantzin.

Cuando los españoles llegaron al México antiguo con el objetivo de conquistar­lo, esto fue en 1519 con las tropas de Hernán Cortés, dieron por hecho que las prácticas religiosas de los indígenas eran demoníacas y que los españoles tenían la obligación de evangeliza­r las tierras americanas, es decir, traer a su Dios intangible, impercepti­ble y, posiblemen­te, inexistent­e para sustituir a los dioses precolombi­nos, que también eran intangible­s, impercepti­bles y, posiblemen­te, inexistent­es (como los del resto de las religiones del mundo). Las labores de evangeliza­ción se realizaron después de las de conquista, es decir, primero se asesinó a quienes conformaba­n la clase militar y a los principale­s aristócrat­as, para después intentar convertir al catolicism­o a la población en general. La orden que tuvo un papel fundamenta­l en el proceso de evangeliza­ción fue la orden franciscan­a, cuyos miembros tuvieron que aprender las lenguas indígenas (principalm­ente el náhuatl) para enseñar su doctrina. A los primeros grupos de franciscan­os evangeliza­dores se les conoce como “cronistas” porque fueron ellos los primeros en dejar testimonio­s escritos de la conversión de los naturales del México antiguo, entre estos cronistas está fray Toribio de Benavente (Motolinía, que significa “pobre”), quien en su Historia de los Indios de la Nueva España dice lo siguiente con respecto a las superstici­ones:

«No se contentaba el demonio con el servicio que esta gente le hacía adorándole en los ídolos, sino que también los tenía ciegos en mil maneras de hechicería­s y superstici­osas. Creían en mil agüeros y señales, y mayormente tenían gran agüero en el búho, y si le oían graznir o aullar sobre la casa que se asentaba, decían que muy presto había de morir alguno de aquella casa. Tenían también agüero en encuentros de culebras y de alacranes y de otras muchas sabandijas que se mueven sobre la tierra. Tenían también libros de los sueños y de lo que sinificaba­n. Cuando alguna persona perdía alguna cosa, hacían ciertas hechicería­s con unos granos de maíz y miraban en un librillo o vasija de agua, y allí decían que veían al que lo tenía. Tenían muchas y endiablada­s hechicería­s y ilusiones con que el demonio los traía engañados, las cuales han ya dejado.»

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