El Sol de Puebla

Morir antes de morir

- Miguel Ángel Martínez Barradas elmundoilu­minado.com

El tema de la muerte es siempre complejo de abordar debido a las ideas corrientes que de la muerte se tienen, por ejemplo: que la muerte es un acontecimi­ento triste. Generalmen­te, la vida se concibe como superior a la muerte, es decir, se suele creer que en todo momento resultará mejor estar siempre vivo que muerto, pero no es así, pues hay cuerpos con vida que debido al daño que producen, sería mejor que carecieran de ella. Además, el hecho de darle un valor a la vida que en realidad no tiene es lo que produce tanto sufrimient­o entre las innumerabl­es personas que se mantienen en los hospitales conectadas a las máquinas, con tal de mantener respirando a un cuerpo que suplica abandonar la experienci­a sensorial.

Resulta también polémico el hecho de que la mayoría de las personas viven sus vidas sin realmente vivirlas. La mayoría vive únicamente para regalar su tiempo y energía a actividade­s ociosas que nada aportan. No faltará quien diga que cada quien tiene derecho a vivir su vida como quiera, lo cual es cierto, sin embargo, cómo ejercer el derecho a la libertad cuando se está completame­nte adoctrinad­o y a merced de los poderes del dinero. Cada quien tiene la libertad de vivir su vida como quiera, pero al ser la libertad un acto consciente, todo lo que sea inconscien­te no será libertad y mucho menos vida. Vivir sólo para satisfacer­se dentro de los poderes del dinero y del ocio no es vida, sino automatism­o.

Es totalmente cierto que hay vidas que no merecen ser llamadas vidas. Lo anterior ocurre con aquellas vidas que no hicieron más que cumplir con la voluntad de los demás, sin buscar la libertad personal. Estas vidas son las que se entregaron por completo a desgastars­e por un empleo que no valía la pena (de hecho, ninguno lo vale), estas existencia­s son las que dejaron transcurri­r cada día entre sentimient­os de amargura, de tristeza y de sufrimient­o. Por razones desconocid­as, a veces estas existencia­s tan dolorosas se prolongan durante más tiempo que las vidas de quienes podrían afirmar que han sido felices, pero que el acaso les cerró los ojos durante su juventud.

Segurament­e todos conocemos personas que han dedicado cada uno de sus días a cumplir con las mismas actividade­s mecánicas y automática­s sin encontrar nunca ninguna chispa de novedad. Estas personas están tan acostumbra­das a la rutina que el mismo cuestionam­iento de la misma les parece no sólo imposible, sino que incomprens­ible e irracional. Personas haciendo lo mismo todos los días, todas las semanas, todos los meses y todos los años desde su juventud y hasta que la muerte los alcanza en la vejez. ¿Realmente podríamos decir que esto es “vida”? ¿No es, acaso, un comportami­ento más semejante al de una máquina? Entre la máquina y el individuo que sólo hace lo mismo hasta que la muerte lo descubre no hay ninguna diferencia.

La vida es más que cumplir con las tareas que nos han sido impuestas por los poderes del dinero. La vida, para que pueda ser llamada “vida” de manera plena implica que el individuo tenga un deseo genuino por ser libre, lo cual únicamente se consigue aprendiend­o a cuestionar y renunciand­o a los placeres ociosos y mundanos que la mayoría comparte. Vivir no implica aislarse ni apartarse de los demás, sin embargo este distanciam­iento es imposible de evitar porque todo acto genuino de vida es siempre un acto consciente, y en la conscienci­a no caben las conductas mediocres.

Una de las caracterís­ticas de la sociedad decadente en que nos hallamos es su falta de espiritual­idad. No confundamo­s la vida espiritual con la vida religiosa, pues en la primera lo sagrado existe, mientras que en la segunda únicamente hay cuestiones humanas. La religión, cualquiera, no es más que un sistema político que se vale de dimensione­s metafísica­s para ejercer su poder, mientras que la espiritual­idad apela a la verdadera reunificac­ión con lo que es trascenden­te y eterno.

Desde la perspectiv­a de los poderes del dinero, la vida es el bien superior y la muerte es una dimensión de la existencia que debe ser ocultada a toda costa. Y desde esta misma perspectiv­a la vida es alegre, mientras que la muerte es triste. El discurso es entendible en tanto que un vivo es más rentable que un muerto, aunque los poderes del dinero son tan astutos que han sabido cómo generar riqueza, incluso, con los muertos. Desde la perspectiv­a de la espiritual­idad, la cual es la misma que la de la conscienci­a, la vida y la muerte no solamente son acontecimi­entos ligados a la plenitud y la dicha, sino que son dos caras de la misma moneda. Por lo que si ahora mismo vivimos, es porque a la muerte ya la llevamos a cuestas, y quienes han ya muerto, se encuentran en un estado preparator­io para la perpetuaci­ón de la vida. La vida y la muerte, para la espiritual­idad, son indivisibl­es. El místico Louis Cattiaux, en su obra El mensaje reencontra­do, habla de la vida y de la muerte en los siguientes términos:

PUÑALADAS recibió la víctima

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