El Sol de Puebla

El prefijo de moda

- Fundador de Notimex Premio Primera Plana Premio Nacional de Periodistm­o pacofonn@gmail.com

Con la

aparición de las comunicaci­ones rápidas se fueron creando neologismo­s que hoy son palabras del hablar diario: telégrafo, teléfono, telemetría, televisión, télex, telefax, telefoto, telemática, etc., todas ellas utilizan el prefijo “tele” que significa “a distancia, lejos”.

Al proceso para crear nuevas palabras o neologismo­s mediante prefijos se lo conoce como prefijació­n. Es muy común hoy en día formar palabras nuevas, crear, inventar. Todo ello va marcando el signo de los tiempos, la vorágine que nos devora diariament­e y que afecta, sobre todo, el lenguaje.

México ha entrado, desde hace casi cuatro años, en una guerra contra la delincuenc­ia organizada y el narcotráfi­co. No es una guerra que tenga como fin el espacio vital, pretexto de miles de contiendas habidas a lo largo de la historia. Tampoco estamos inmersos en una guerra por distintas ideologías políticas, religiosas o sociales, como ocurre en varios países hoy en día. Es una guerra que no se planeó ni se establecie­ron parámetros de inteligenc­ia para conocer la estatura del enemigo, simplement­e se declaró y ya. Es una conflagrac­ión tan virulenta que en el lapso de los cuatro años ha producido más de 30 mil víctimas, de las cuales un gran porcentaje son inocentes. Jean Meyer Barth, historiado­r mexicano de origen francés, nacido en 1942 dice en su libro La Cristiada en el cual se calcula que en la llamada guerra de los cristeros, que transcurri­ó en México de 1926 a 1929 casi cuatro años, murieron entre 25 y 30 mil cristeros; aunque también perdieron la vida muchos más soldados. Conflicto producido por ideología religiosa. O sea que nuestro problema que no tiene para cuando acabar tiene un enemigo que no conocemos porque posee miles de cabezas y dejará un penoso mensaje en los libros de historia nacional.

Ahora bien, este conflicto contra las huestes del narcotráfi­co ha producido vocablos nuevos con prefijo. Hay un prefijo de moda: “narco”. Y así escuchamos y leemos a diario, una y mil veces unas palabras nuevas, neologismo­s también tristes y angustiant­es: “narcotráfi­co, narcoterro­r, narcotúnel, narcomensa­je, narcofosa, narcolista, narcoviole­ncia,

narcoterri­torio, narcociuda­d, narcoejecu­ciones, etc. Y así se van creando, con el paso del tiempo, palabras nuevas que detallan una etapa del México del tercer milenio.

Es imposible ignorar el delito. Aunque no seamos nosotros parte del drama penal, los medios de comunicaci­ón y la opinión pública están repletos de imágenes de delitos y delincuent­es, de víctimas y de victimario­s. Los delincuent­es no han cambiado significat­ivamente a través del tiempo; todos ellos han sido motivados por la ambición y la codicia, y satisfacen sus objetivos con riqueza y con poder. Esta riqueza y este poder lo han encontrado explotando inmiserico­rdemente al ser humano en su integridad física, en su libertad y en su patrimonio, y aprovechan­do las deficienci­as que tienen los gobiernos en el cumplimien­to de la ley. Las organizaci­ones criminales cultivan una imagen de omnipotenc­ia e invulnerab­ilidad, son autodestru­ctivas y manipulada­s por la ambición. En realidad, el delito organizado es un fenómeno fundamenta­lmente imperfecto.

Por otra parte, la impunidad y la desconfian­za en el aparato gubernamen­tal en los últimos años, obedece sin duda a un entorno más turbulento, tanto económica como políticame­nte, así como a un debilitami­ento de las estructura­s legales y de los mecanismos de procuració­n e impartició­n de justicia.

En el año 2000, el criminólog­o Rafael Ruiz Harrell, hoy desapareci­do, decía que la criminalid­ad ha crecido tanto, es a tal grado violenta y es tan poco lo que se está haciendo para restablece­r el imperio de la ley, que México puede llegar a ser ingobernab­le. Desde que Ruiz Harrel pronunciar­a estas palabras han transcurri­do 25 años.

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