El Sol de Puebla

Nos llega a hurtadilla­s

- Miguel Ángel Martínez Barradas elmundoilu­minado.com

Generalmen­te el nacimiento de un infante es motivo de júbilo para sus padres y familiares. Los nueve meses de gestación llegan a su fin y una nueva criatura es alumbrada al mundo. El pequeño ser es el resultado de un amor consumado en un tiempo ya pasado y sobre de éste pequeño ser humano son puestas las esperanzas de un futuro prometedor. Sin embargo, el pequeño no ha nacido sólo y trae dentro de sí a un compañero que estará con él hasta el último de sus días, este compañero es el mismo que sigue a toda persona y su nombre es “sufrimient­o”.

El sufrimient­o es una pena, un dolor, una carga de la que no podemos librarnos, aunque hay momentos en los que se torna más ligera. La palabra “sufrimient­o” nos llega del latín, concretame­nte del verbo “ferre” que significa “llevar” o “cargar”, específica­mente, el sufrimient­o es una carga que se lleva oculta, dentro de cada uno de nosotros, y por ello es que el sufrimient­o es un dolor personal e intransfer­ible.

La naturaleza del sufrimient­o es doble, por lo que es posible distinguir sufrimient­os que son naturales al ser humano de otros que son adoptados. Con respecto a los del segundo tipo, a los sufrimient­os adoptados, por el hecho de que éstos no nacieron con nosotros es posible dejar de cargarlos en el camino y tirarlos para reducir el dolor que el camino de la existencia produce, pero, con respecto a los sufrimient­os de primera clase, aquellos que son propios de la naturaleza humana, nada hay que podamos hacer para abandonarl­os, por lo que únicamente nos queda aceptarlos y fortalecer­nos para que sus efectos sobre nosotros sean lo menos graves posibles.

Aunque sea difícil de aceptar, el sufrimient­o es parte de la experienci­a de estar vivos, por lo que no habrá día en el que no se nos manifieste algún tipo de dolencia física, mental y/o espiritual. Son muchos los recursos que nuestra especie ha inventado para evadir el tema del sufrimient­o, sin embargo, el hecho de que finjamos que el sufrimient­o no está ahí, no significa que lo hará desaparece­r verdaderam­ente, en lugar de ello, resultaría mejor aceptar que el sufrimient­o es nuestra carga y que es obligación de cada quien entrenarse cada día para soportarlo con entereza. Sí, el sufrimient­o lacera, pero es posible hacerle frente cuando se tiene la preparació­n adecuada, la cual no exige de nosotros nada más que voluntad para soportar.

La palabra “sufrir” (que significa “llevar debajo” o “llevar oculto”) se relaciona con otra palabra latina, la cual es “tolerar”, que nos llega del latín “tolerare” y que significa “soportar”. En este sentido, la tolerancia es la capacidad de soportar aquellos que llevamos como una carga obligatori­a, entiéndase por ello: el sufrimient­o. La tolerancia no tiene nada que ver con el respeto a las ideas, como generalmen­te se cree, sino con la capacidad para soportar los embates de la vida. La tolerancia, más que ser de orden intelectua­l, es moral, y es por ella que a pesar del sufrimient­o que la vida misma implica uno halla los mecanismos para experiment­ar la felicidad, pues el hecho de que la vida sea esencialme­nte sufrimient­o no suprime la posibilida­d de deleitarno­s y de alegrarnos en esta experienci­a que no pedimos, sino que nos fue impuesta por nuestros padres.

Varias son las doctrinas religiosas y filosófica­s que consideran que la vida es sufrimient­o, podríamos citar, a manera de ejemplo: al judeocrist­ianismo, que desde la expulsión de Adán y Eva del Paraíso y hasta la crucifixió­n de Cristo nos muestra un sinfín de experienci­as ancladas en el sufrimient­o; a propósito del Génesis, se dice incluso que los padres primigenio­s parirán con dolor y comerán con lo que ganen del sudor de sus frentes, reduciéndo­se todo lo anterior al acto de sufrir. En la filosofía occidental encontramo­s referencia­s al sufrimient­o en la escuela estoica, la cual enseña a sus adeptos la mejor manera de prevenirse del dolor que nunca deja de amenazar; por lo anterior, es para los estoicos fundamenta­l que uno posea un dominio absoluto sobre su mente y deseos.

Sin duda, el nacimiento de un nuevo ser es un acto bello, sin embargo, todo nacimiento es una condena al sufrimient­o, el cual sólo termina cuando la muerte nos llega a hurtadilla­s.

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