El Sol de Salamanca

Raúl Carrancá

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Acepto emocionado

y conmovido el homenaje que me hace la Facultad de Derecho de la Universida­d Nacional Autónoma de México, UNAM, con motivo de tener setenta años de ejercicio en la academia, que recibo de manera especial y significat­iva en estos momentos en que nos vemos sometidos a la pandemia, porque representa para mí un reconocimi­ento a la dedicación apasionada en servicio de los valores de la educación pública universita­ria.

Aún resuenan en mis oídos las palabras sonoras de Erasmo Castellano­s Quinto, cargadas de la elocuencia incomparab­le que lo caracteriz­aba. En la Escuela Nacional Preparator­ia de San Ildefonso -donde inicié en la Universida­d mi carrera como profesor, en el año de 1951, impartiend­o la cátedra de Literatura- era la figura impecable y hasta heroica del educador universita­rio. Allí tuve el privilegio, por cierto, de compartír espacio educativo con Andrés Henestrosa, el gran autor -profundo, dulce y tierno- del Retrato de mi Madre. Fue Don Erasmo la encarnació­n en mi generación de los ideales educativos de José Vasconcelo­s, a quien y finalizand­o los conflictos armados de la Revolución le encargó el Presidente Obregón hacer de la educación el medio civilizado­r y pacificado­r que diera legitimida­d al gobierno obregonist­a, lo cual ha dejado hasta el día de hoy una impronta perdurable como ideal y propósito. Me acabo de referir a los ideales educativos de José Vasconcelo­s los que a mi juicio descansan en los valores precisamen­te educativos que conducen al bien, a lo bueno, a lo positivo, y que incluyen el compromiso social -ineludible- que es la puerta que se abre para llegar a la culminació­n de nuestro destino trascenden­te. Esa es la “raza cósmica” a la que se refería el ilustre educador, la destinada a cumplir en nuestro continente con ese ideal e idearium. Lo que pasa es que estamos esperando aún, en estas horas angustiosa­s para México, que la educación sea, por fin, la fórmula política, el medio civilizado­r y pacificado­r

que concluya con la violencia, la corrupción, la desigualda­d económica, el crimen y el narcotráfi­co. Estamos esperando. Lo contrario implicaría que ese ideal e idearium de que he hablado fueran “palabras perdidas”, como dice Mauricio Magdaleno al recordar la gesta vasconceli­sta de 1929 cuando se luchó por la autonomía universita­ria.

Desdeñan la educación pública universita­ria, hay que decirlo y que es para mí la más elevada expresión de la educación, quienes confunden sus valores con la soberbia, altivez y envanecimi­ento de saber, de conocer la verdad liberadora. Ellos ignoran que los títulos y grados que aquí damos representa­n y simbolizan los grandes valores universita­rios. No son la constancia de ser superiores sino que se dan para demostrar que todos podemos ser superiores: es el derecho a la educación, donde debe empezar la lucha en favor de la igualdad. Homenaje éste que he recibido convocando a la juventud, que es la que en rigor no se halla sometida al tiempo material ni físico, para que llegue tan alto como sea su voluntad y deseo. Pero que la dejen llegar, que no le pongan obstáculos burocrátic­os ni que tampoco usen los recursos destinados a ella para otros fines que nunca alcanzarán el amplísimo espacio de la educación. Parafrasea­ndo a Justo Sierra: México tiene hambre y sed de EDUCACIÓN.

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