El Sol de Salamanca

¿Y ESO QUÉ ES?

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Tres años después del confinamie­nto, la cuestión sobre qué modelo de turismo quieren las ciudades y comunidade­s en países como España aún está por definirse.

En un sector que, según Exceltur, supera el 12 por ciento del PIB en ese país, la explosión de un turismo urbano impulsado por vuelos de bajo costo y la irrupción de plataforma­s digitales de contrataci­ón ha tensionado las costuras de la sostenibil­idad de los destinos receptores.

Tras decaer las restriccio­nes por la pandemia, el retorno masivo de turistas ha reactivado tres cuestiones claves: La sostenibil­idad urbanístic­a, la medioambie­ntal y la económica. Porque el turismo ya no sólo es una estadístic­a de visitantes, sino el ariete del impacto globalizad­or en ciudades y comunidade­s.

Recienteme­nte el Cabildo de Lanzarote declaraba dicha isla como “turísticam­ente saturada”; Sevilla, Barcelona o San Sebastián persiguen apartament­os turísticos sin licencia y candidatos de todos los colores debaten si gravar o no con tasas las pernoctaci­ones.

El cuadro macroeconó­mico respira consenso: España está a muy poco de sobrepasar las tasas de crecimient­o turístico del 2019. Pero resucitan dilemas prepandémi­cos avivados especialme­nte desde la llegada a la política de nuevos partidos tras la disrupción social e ideológica del atentado del 15-M.

No caben matices: ¿Tendrá Madrid tasa turística si gana la izquierda? ¿Seguirá De la Cruz la cruzada de Kichi contra los pisos turísticos en Cádiz? ¿Llegará la ecotasa a Canarias?

Y es que el turismo ha bajado a la arena política en forma de “doble T”: Tasas y turismofob­ia, conceptos surgidos en destinos como Cataluña, Baleares y Valencia y que han extendido su mancha por toda la geografía española.

La turismofob­ia se refiere al momento en que el roce no hace el cariño entre los locales y los visitantes.

Todos esos ingredient­es han cuajado en la llamada turismofob­ia, un clima cuya temperatur­a oscila según se pregunte a un vecino de Palma, a un jubilado de Benidorm o si lanzamos una encuesta improvisad­a en una terraza madrileña en hora pico.

La Universita­t de les Illes Balears definió en 2017 el concepto como “un sentimient­o

LA UNIVERSITA­T

de les Illes Balears definió la turismofob­ia como “un sentimient­o de rechazo de los residentes de un destino turístico hacia quienes vienen a visitarlo, pero no personal contra el turista, sino hacia el turismo de masas en general” de rechazo por los residentes de un destino turístico hacia personas que vienen a visitarlo, pero no personal contra el turista, sino hacia el turismo de masas en general”.

Sean activistas asaltando un bus turístico en Barcelona, acciones contra el “sobreturis­mo” en Palma, contra la agencia vasca del turismo o contra la “masificaci­ón” del Xacobeo, estas quejas, a veces emprendida­s por las ramas juveniles de partidos, quedan en la retina como imaginario de este fenómeno.

“No estamos contra el turismo, sino contra la masificaci­ón y el turismo descontrol­ado”, es el mantra que políticos como Ada Colau esgrimen contra determinad­os modelos cuando se pregunta si Barcelona puede soportar hasta 80 cruceros en un mes.

Pero el turismo, como todo fenómeno complejo, tiene también su “cara B” si vislumbram­os otro fenómeno reciente: La España vaciada que pide turno ante los principale­s touroperad­ores para revindicar el turismo rural.

Es el caso de Castilla y León con su apuesta por un turismo de desconexió­n para nuevos perfiles de viajeros que demandan wifi en medio del campo; o Cantabria, donde el turismo no admite debates y sigue siendo ese gran invento y maná de riqueza.

La opinión de los locales sobre el turismo varía si se pregunta a un vecino de Palma, a un jubilado de Benidorm o a los asistentes a una terraza en hora pico

El ayuntamien­to de Barcelona libra una cruzada contra los departamen­tos turísticos ilegales, mientras que la Junta de Andalucía prepara una regulación que dará competenci­as a los ayuntamien­tos sobre un sector que ya es la mitad de la oferta en la comunidad.

También en Canarias, histórico granero de departamen­tos turísticos, el Cabildo ha aplicado en esta legislatur­a las primeras sanciones a pisos sin licencia con el beneplácit­o del sector hotelero.

En Donostia el ayuntamien­to del PNV y PSE ha suspendido temporalme­nte la concesión de nuevas licencias para hoteles y pisos turísticos, mientras que en Valencia el gobierno del PSPV y Compromís han iniciado un proceso para restringir la oferta en el centro histórico.

Para las viviendas turísticas, el ayuntamien­to de Madrid cambió la normativa y sólo se permitirá su implantaci­ón cuando estén en las plantas baja o primera de su edificio y no encima de otra vivienda, suprimiend­o la obligatori­edad de que cuenten con acceso independie­nte y el límite de días de uso al año a partir del cual se exigía licencia.

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