Jorge Vargas Sánchez
Un día, vinieron a esta ciudad invitados por sus homólogos locales varios diputados del Estado de Coahuila en el marco de un intercambio cultural, cuyo escenario fue donde hoy está el Museo de la Restauración de la República, a propósito de que en una de las habitaciones del inmueble pasó sus últimos días Maximiliano de Habsburgo en mayo de 1867.
Decían los legisladores visitantes, que en la tierra del General Ignacio Zaragoza -aunque él no nació ahí- había mucho que contar de la historia mexicana del siglo XIX y XX, y destacaban que cuando los franceses pretendían controlar el territorio coahuilense, los frenó un hecho que los dejó pasmados y sin palabras. Así que, apenas se habían recuperado del asombro, fueron a contarles a sus superiores lo que consideraron un escollo difícil de superar:
-La gente come madera y luego se esconde en la montaña.
-¿Madera? -preguntaron incrédulos los jefes.
-¡Madera! -sostuvieron los soldados.
Una investigación exhaustiva realizada por los extranjeros les reveló que, en efecto, mucho antes de entonces la gente consumía rebanadas de lo que también supieron se llama quiote.
Si los franceses se hubieran quedado en Coahuila, decían los diputados visitantes, se habrían sorprendido también de las hazañas de un hombre maduro, pero con el cuerpo macizo, que, sin ser rico, porque vivía de trabajar la tierra, ni tener ascendencia de alcurnia, pues su linaje era de gente común, no sólo era vulnerable a los ventarrones del amor, también disfrutaba una lealtad de las mujeres que sus amigos le envidian.
La envidia fue desde que ellos, junto con toda la gente que vivía en la aldea, supieron que el hombre tenía 62 hijos con distintas mujeres y a todos los había reconocido como sus descendientes, les había dado su apellido, les daba de comer, les había dado casa, y los trataba con el mismo amor que les daba a los hijos de la única mujer con quien se había casado por las leyes divinas y por las del hombre.
Pero sus amigos estaban tan intrigados, que quisieron conocer el secreto del secreto que el hombre había mantenido en secreto en tanto tiempo, y en el chacoteo que solían tener cuando se juntaban para tomar la copa, o cuando jugaban cartas, ajedrez o dominó, lo inquirieron:
-No nos digas cómo le hiciste para tener hijos, que ya sabemos cómo hacerlo; sólo dinos cómo le haces para mantenerlos a todos y a tus mujeres.
Y se quedaron sin conocer el secreto.