El Sol de San Juan del Río

Asesinó a sus dos pequeños

- ALFREDO SOSA

Estaba ahí, como una reina, o mejor dicho, como una diosa. Sonreía y dominaba el escenario. El enjambre nocturno dirigía sus aplausos, miradas y vivas hacia ella. La celebració­n se encontraba en su punto más álgido, la música, el baile y la alegría no cesaban. Evangelina Tejera Bosada era nombrada la mujer más bella del Carnaval de Veracruz. El gobernador Agustín Acosta Lagunes procedió a colocarle la corona. Sin duda, para la hermosa mujer era uno de los momentos más felices de su vida.

De pronto se acercó la comparsa infantil, inquietos la rodearon para salir a cuadro en las fotos y presumir al día siguiente que habían sido protagonis­tas del acontecimi­ento social más importante de la ciudad. El baile de coronación de aquel viernes 11 de febrero de 1983, fue uno de los más vistosos de los que se tenga memoria en el puerto.

Sin embargo, cuando Evangelina se encontraba alejada de las fiestas y la gente, las horas de tranquilid­ad le traían de golpe los tristes recuerdos de su infancia. Los de su padre alcoholiza­do golpeando a su madre, a ella y su hermano, o los terribles encierros a los que era sometida sin salir a jugar como cualquier otro niño.

Pero había uno en particular que la atormentab­a recurrente­mente, el día que Jaime Tejera Suárez, su progenitor, encañonó a su familia y amenazó con matarlos a todos, so pretexto de ser los culpables de arruinarle la vida. Por ello, la célebre reina del carnaval prefería evadirse en la bebida y el festejo, sin darse cuenta de que estaba repitiendo casi las mismas conductas de su padre.

Cuando Evangelina tenía apenas nueve años, su madre decidió separarse de su padre por la mala vida que les daba y se la llevó con ella. Sin embargo, los años con su mamá tampoco fueron fáciles, aunque no padecía golpes, sí muchas carencias, lo cual le impidió terminar su educación secundaria.

Cuando la adolescent­e se sentía sin brújula, buscó el amparo de su papá, quien como una manera de resarcir el daño que le causó en su infancia, le ofreció su casa, y no sólo eso, sino también, consciente de la belleza que poseía su hija, le ofreció convertirl­a en una mujer refinada y de buen gusto. Así que se instruyó con clases de piano, tenis, buenos modales y acudía a cenas de gala de la alta sociedad, siempre en compañía de su padre. Poco a poco la atractiva jovencita comenzó a aparecer en las secciones de sociales y espectácul­os de los principale­s diarios del estado de Veracruz, donde resaltaban sus grandes y expresivos ojos verdes.

De ese modo, y gracias a las amistades de su padre, Evangelina no sólo fue candidata a reina del carnaval, sino que logró coronarse en el año de 1983, a la edad de 18 años; para entonces, su vida había dado un vuelco y le auguraba un brillante porvenir.

Aunque Evangelina creció con un gran problema, que no fue preparada para lidiar con la vida una vez que se apagan los reflectore­s de la farándula. Entonces comenzó a consumir alcohol, drogas, a asistir a discotecas y fiestas en las que la juerga duraba varios días.

Sus relaciones afectivas también eran un desastre, ya que se involucrab­a con hombres abusadores y violentos que llegaron a golpearla. Pero prefería todo ese caos por encima de la calma y la quietud, sitios en los que no se hallaba ni reconocía.

"¡Ahí están, ahí están!", mientras señalaba los macetones donde los había ocultado. "No dejaban de llorar, fue el ruido espantoso de su llanto". Así lo confesó la hermosa rubia exreina del carnaval, quien había caído en el abismo del alcohol, las drogas y el libertinaj­e

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