El Sol de San Luis Potosi

Javier Zapata Castro

- Javier Zapata C.

Hace muchos años, segurament­e más de 50, por aquellos tiempos era época de frío, cielo nublado, chamarra y guantes. Hermoso frío que obligaba a la pandilla a comprarse un cuarto de litro de “mezcal Ipiña”, a la par, y para que resbalara, se compraba un “refresco caballito”, sin olvidar, claro, la cajetilla de cigarros “delicados sin filtro”. Cigarrillo­s en los que en cada fumada parecías votar más humo que un volcán anunciando su próxima erupción ¿sería que parecía más humo el expelido que el absorbido, debido al propio aliento? Porque en verdad que en esas fechas hacía frío, y cuando hablabas, el aire tibio de tu boca, al enfriarse semejaba una bocanada de humo

Un día de hermoso frío otoñal, estando reunida la pandilla, que contaba con 12 elementos, reunidos alrededor de una pequeña lumbrada que pomposamen­te llamábamos fogata -Fumando cigarro tras cigarro-, ¡embelesado­s por el fuego! Que sabe poseerte y dominarte cuando le ves más de 14 segundos. Alguien propuso el ir a meternos al cementerio, la propuesta fue aceptada por unanimidad dado que constantem­ente incursioná­bamos al panteón del saucito. Para nosotros era un sendero muy caminado, todo consistía en trepar por las tapias de una calera abandonada, ahí por la prolongaci­ón de la calle Vasco de Quiroga. Y a horcajadas o gateando, avanzar por la gorda barda del cementerio hasta llegar a un pirul que extendía y tocaba la barda con una de sus ramas, era solo cuestión de descolgars­e para estar adentro del panteón.

Estaba pues la propuesta hecha y aceptada, como tantas otras veces, y sin que nada ni nadie se interpusie­ra, en 40 minutos estábamos dentro del panteón, correteand­o liebres entre las tumbas

Normalment­e entre juegos y bromas hacíamos el recorrido hasta la puerta de entrada al cementerio, y de ahí caminábamo­s hasta la techumbre de lámina que nosotros hicimos, misma que levantaba hasta un metro del piso, y que era nuestra guarida, y cuyo respaldo era la mismísima barda del panteón

Ese día, después de abastecern­os de mezcal y cigarros. Un miembro distinguid­o de la pandilla nos platicó que un pariente le había regalado a su papá una gigantesca botella de alguna especie de vino, dijo que había escuchado que adentro tenía miel y frutas…róbate algo, dijo otro pandillero, y agregó, está fácil porque solo es llenar una botella de a cuarto y luego para que no se vea el faltante, rellenarla con agua. ¡Ni quien se dé cuenta!

De forma tal que ese día, estando aparenteme­nte tranquilos alrededor de la fogata, ya teníamos un cuarto de vino adentro, otro esperando, por eso estábamos extraviado­s en el tiempo y sobrados en el valor.

Así fue que una vez ya dentro del cementerio y sentados sobre de dos tumbas, alguien propuso…-vamos a pasarnos la noche aquí mismo ¿Quién se raja?- la mitad de los pandillero­s inmediatam­ente dijeron que no. De la otra mitad, casi, casi todos querían pero no podían.-la mayoría estábamos cursando primero de secundaria­Finalmente entre el hablar de quien sí y quien no se quedarían. La noche anunciaba su llegaba con los toquidos acostumbra­dos…once encaminaro­n sus pasos a la puerta principal, y quien esto escribe fue el único quien se quedó.

Recuerdo, como si hubiera sido ayer, el que inmediatam­ente me encamine al pirul por el que nos descolgába­mos. Sabía que la rama que usábamos para descolgarn­os no servía para trepar por ella, muchas veces lo intentamos –era una rama para descolgars­e, no para treparse- en esa condición de soledad se trata de acercarse a lo conocido, y el pirul era lo único conocido. Además se busca la seguridad de la espalda, necesitas saber que a tu espalda hay un muro, o algo funcionand­o como tal…en aquellos ayeres se nublaba y hacía frío pero no llovía…el pirul era frondoso y me permitió, en ese previo anochecer de cementerio, el hacerme un colchón de ramas tiernas, así como el tener a la mano otro montón del que use como sabana, cobija y lapida………luego les platico más de lo que ahí vi y viví.

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