Evangelio de hoy según San Mateo: 5, 1-12
En aquel tiempo, cuando Jesús vio a la muchedumbre, subió al monte y se sentó. Entonces se le acercaron sus discípulos. Enseguida comenzó a enseñarles, y les dijo: “Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Dichosos los que lloran, porque serán consolados. Dichosos los sufridos, porque heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque se les llamará hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos serán ustedes cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos”. Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.
DIOS Y EL CORDERO
Aunque dice el refrán que “la derrota es huérfana y la victoria tiene muchos padres”, en el cántico que resuena en el libro del Apocalipsis la victoria es atribuida solamente a dos: a Dios y al Cordero. Los 144 mil y la enorme muchedumbre, grupos simbólicos que representan a los hombres y mujeres que fueron fieles a Dios, tanto del pueblo de Israel como del pueblo congregado en torno al Cordero, entonan un cántico unánime de alabanza. Ellos lograron superar la persecución y el martirio, porque acogieron el don de fortaleza que Dios les regaló. También los ancianos y los vivientes lo reconocen: el verdadero responsable de la victoria sobre el maligno y sus secuaces es solamente Dios. Las bienaventuranzas nos alientan a perseverar en la senda de la fidelidad cristiana, animándonos con argumentos sólidos: El Señor Jesús venció al mal y a su vez, una multitud de hijos de Abrahán y de discípulos de Jesucristo, han perseverado en el amor y por eso llevan consigo la marca de la victoria.