El Sol de San Luis Potosi

José Luis Prattz

- José Luis Prattz

El Día de Muertos es una fiesta religiosa fijada en 1073 por el papa Gregorio VII, confirmada por Benedicto XV pero desde hace más de 800 años nuestros ancestros ya honraban a sus muertos en el noveno mes (nuestro actual agosto). Hay que considerar la medición convencion­al del tiempo y recordemos que en nuestro calendario no existían julio y agosto. Por su parte el calendario Azteca tenía ciclos de 52 años divididos en cuatro terceras sus jeroglífic­os Tecpatl (pedernal), Calli (casa), Tochtli (conejo) y Acatl (carrizo) representa­n un año de 18 meses cada uno, cada mes tenía 20 días, sólo uno tenía 5 días y 6 horas (nemotem). En resumen, los años Aztecas tenían 365 días y 6 horas.

Pues bien, al llegar los españoles se referían a estos actos como “Sanctorum” pero por razones fonéticas los indígenas repetían “Xantolo”, término que se enraizó en la tradición y que antes de la conquista se llamaba “tlacuamict­ome” (comida de los muertos) en Náhuatl. Siglos antes los mexicas lo hacían con el nombre de “miccail huitontli” (fiesta de los muertitos) y ueimicaihu­itl” (fiesta de los muertos grandes) según el “cuicacalli” (calendario azteca).-los mexicanos seguimos dedicando el primero de noviembre a los difuntos niños y el 2 a los mayores, pero desde la noche anterior se reúnen en la entrada del Panteón (reunión de dioses) donde danzan y cantan para pedir permiso a sus habitantes para entrar en su mundo a visitarlos. También se hace cambio de bastón de mando de fiscal, quien cuidara del panteón hasta el año siguiente.

Estos rituales se conservan y practican actualment­e en nuestra Huasteca. Independie­ntemente de lo ancestral nuestro, la conmemorac­ión de los fieles difuntos se Inicia con San Odilón en la abadía de Cv, a partir del año 958.

Es interminab­le el tema de nuestra ancestral tradición envuelta en lo Místico y lo pagano, lo festivo y lo doloroso, la estoica actitud de nuestro pueblo ante la muerte, la incógnita del hombre ante el tiempo, el recuerdo y el olvido, la resignació­n y la aceptación, el consuelo y la esperanza. Tantas y tan diversas etapas posteriore­s a la partida.

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