Ballet para dejar la pobreza
El Colegio Nacional de Coreografía de Chi?in?u, en Moldavia, es uno de los motivos de orgullo del país más pobre de Europa. De este instituto salieron bailarines que acabaron pisando los escenarios más prestigiosos del mundo.
Las familias de los estudiantes a menudo tienen que hacer enormes sacrificios para cubrir los gastos que supone aprender el antiguo arte del ballet. Ponen muchas esperanzas en sus hijos, con la ilusión de que tengan éxito en el extranjero y puedan contribuir económicamente a su subsistencia.
“Nuestra escuela -explica Eugen Gîrnet, el director artísticotiene mucha tradición, similar a la de otras ex repúblicas soviéticas. Nació en 1952 y desde entonces formamos a más de 300 bailarines profesionales de danza clásica y de bailes tradicionales de Moldavia”.
Señala que “muchos de ellos, además de haber participado en competiciones internacionales, fueron primeros bailarines en compañías importantes. Por ejemplo, Viena, Berlín, Praga, Moscú y San Petersburgo”.
El Colegio Nacional de Coreografía está en el corazón de la capital. Es un edificio espartano, de estilo 100 por ciento soviético, pero en buenas condiciones. Se trata de una institución estatal, donde los estudiantes no tienen que pagar nada.
Los estudios duran ocho años, desde los 10 hasta los 18 años. Para ser aceptado en el Colegio hay que hacer una audición, en la que anualmente admiten a 10 estudiantes entre mujeres y hombres. Además de bailar, los chicos siguen un curso regular de estudios.
“¡Svetlana! Levanta más esa pierna. ¿No aprendiste nada?”. La profesora es muy estricta. Ninguna de las aspirantes a bailarina profesional se atreve a decir ni media palabra durante la lección. En la barra, están todas muy atentas a sus palabras.
Se miran en el gran espejo que está frente a ellas para ver si están haciendo los movimientos correctos. En un rincón de la sala hay un viejo piano con el que una anciana acompaña los pasos de las chicas. Se ejercitan principalmente al son de las notas de Vivaldi, Mozart y Beethoven.
Eugen habla en voz baja para no interrumpir la lección: “A los moldavos les encanta el ballet. Aunque el Estado continúa recortando los fondos que le dedica, trabajamos duro. Antes tener un bailarín o una bailarina en la familia era un gran honor, además de una manera de salir de la pobreza”.
“En parte esto sigue vigente todavía en la actualidad, solo que los padres ahora prefieren que sus hijos hagan carreras con una remuneración más segura, como la de médico, ingeniero o abogado”, indica.
Eugen, ex bailarín, tiene mucho olfato para descubrir nuevos talentos. Hace seis años, durante una gira de promoción del Colegio en el pueblo de Trusheni, a 20 kilómetros de Chi?in?u, conoció a Mihaela Buruiana, que en ese momento tenía 10 años.
Estilizada, piernas largas y tobillos finos. El físico de una bailarina. Le dejó la dirección de la escuela. ¿Por qué no intentar hacer una audición?