El Sol de San Luis Potosi

Jesús Gómez “El cuate” sobador del mercado

No utilizo ungüentos, ni pomadas, sólo crema corporal, pues no es correcto trabajar con medicament­os que provocan choques de temperatur­a en el cuerpo: José Jesús Gómez

- ALEJANDRA RUIZ

Con larga trayectori­a en el oficio, se instala a las afueras y en rincones del República, este hombre de 75 años de edad logra brindar alivio físico oportuno a quien lo solicite. Una bicicleta es su consultori­o.

Para torceduras, contractur­as, cansancio y estrés, las manos de José Jesús Gómez, sanan cualquier dolencia física que puedan padecer las mujeres y hombres que después de largas jornadas de trabajo, buscan descanso para su adolorido cuerpo. Sobandero de oficio, con una larga trayectori­a a las afueras y en algunos de los rincones del Mercado República, este hombre de 75 años de edad logra brindar alivio físico oportuno a quien lo solicite.

Una bicicleta estacionad­a es su consultori­o, en ella un cartel de color naranja chillante anuncia al Sobandero del República. Una lista de dolencias que puede tratar se leen un poco amontonada­s, pero lo suficiente­mente nítidas para aquellas personas que buscan curar el malestar que les provoca la espalda, la rodilla o las piernas.

Las palmas de José cuentan una historia, la de muchos potosinos que confían en el antiguo oficio de “sobar” para curar los malestares de su cuerpo. Obreros, albañiles, amas de casa, cocineras y personal de limpieza son su clientela más destacada.

Porque él como sobandero sabe que para muchos su oficio es una solución pronta y económica para el dolor y para la fatiga, pues con todos sus años de trayectori­a reconoce que hasta el trabajo físico más simple tiene sus consecuenc­ias.

“Yo comencé como muchos viendo y aprendiend­o el oficio. Inicié siendo cargador, mensajero de una florería y ayudante de una hierbería en el mercado, donde me enseñaron a ser sobandero. Me hice de mis clientes, la gente comenzó a buscarme porque cobraba muy poco por “sobarles”, 50 pesos de aquél entonces”.

“Tengo buena mano, eso me ha dicho mi clientela. Sobo pensando en disminuir el dolor de las personas”.

José es el de las manos mágicas, las que curan y alivian. Al día puede llegar a tener más de cinco clientes, los cuales varían en malestares; algunas veces por cargar objetos pesados, estar encorvados en la oficina o al realizar alguna actividad física, la gente lo visita para relajar y calmar el estrés físico de sus días.

“Viene de todo, pero la mayoría de mi clientela son obreros, maestros albañiles y señoras. Lo que más me piden es que les sobe las rodillas, los pies y la espalda. Cada trabajo suele durar más de 20 minutos”.

José comienza su rutina a las 12 del día. Llega en su bicicleta y se pone en puntos estratégic­os donde la gente ya sabe buscarlo. A la par renta un sitio en un estacionam­iento cercano al mercado, el cual ha acondicion­ado como su “camilla de trabajo'' y es ahí donde todos los días lleva a su clientela que con pudor no quiere ser vista en la calle mientras la soban.

Los más valientes se recuestan en la acera o se sientan en las rampas del mercado para que José los sobe, se quitan la camisa o se suben el pantalón pues les urge aliviar el malestar.

Dentro de cada “sobada” como él indica, este sobandero se prepara calentando sus manos que ya reflejan los largos años de trabajo. “No utilizo ungüentos, ni pomadas. Yo sólo utilizo crema corporal, pues no es correcto trabajar con medicament­os que provocan choques de temperatur­a en el cuerpo. Depende de lo que le duela a mi clientela, analizo por dónde empezar. Vienen muy agotados y cansados, sólo buscan un espacio que calme su tensión y sobre todo uno que sea accesible, pues la gente que acude conmigo es lo único que puede costear”.

Sobar para sanar, esa es la encomienda de José desde hace ya algunos años. “Me siento orgulloso, mis manos me han dado la oportunida­d de ayudar a más gente y de subsistir. Es bonito calmar el dolor físico de las personas. Muchos prefieren venir conmigo a gastar dinero en algo que tal vez no calme su malestar. Han sido años de mucho trabajo y la gente ya me conoce, y por supuesto siguen viviendo conmigo”

Esposo y padre de dos hijos, José Jesús es la esperanza del dolor, para muchos que como él han enfrentado las complicaci­ones de la vida y el trabajo, que a diario se enfrentan al esfuerzo físico para salir adelante. Este sobandero se abraza a un oficio que se niega a morir, trabajo que aprendió de manera empírica, pero que su experienci­a le ha otorgado el conocimien­to óptimo de reconocer el cuerpo y saber cómo curarlo con sus manos.

Este sobandero

se abraza a un oficio que se niega a morir, trabajo que aprendió empíricame­nte, pero que su experienci­a le ha otorgado el conocimien­to óptimo de reconocer el cuerpo y saber cómo curarlo con sus manos

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/ALEJANDRA RUIZ Una bicicleta estacionad­a es su consultori­o, en ella un cartel de color naranja chillante anuncia al Sobandero del República.
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Las palmas de José cuentan una historia, la de muchos potosinos que confían en el antiguo oficio de “sobar” para curar malestares del cuerpo.
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José es el de las manos mágicas, las que curan y alivian. Al día puede llegar a tener más de cinco clientes, los cuales varían en malestares.

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