Un gigante de la literatura
León Tolstói nació en la hacienda agrícola de su padre, Yásnaia Poliana, en 1828 y falleció en 1910. Estudió Derecho en la Universidad de Kazán, pero la condición de estudiante le parecía una ocupación muy aburrida y teórica. Lo que realmente deseaba era tener emociones fuertes para poder darle curso a su vocación literaria. Así que pronto participa en la Guerra de Crimea y en 1855 publica “Relatos de Sebastopol”. Con esta conflagración, abandona su visión romántica de las guerras. Comprueba en carne propia los horrores, la deshumanización, el caos, los baños de sangre y observa a cientos de cuerpos despedazados. Denuncia cómo los altos mandos se mantienen alejados del frente de batalla mientras que el resto de los soldados se convierten en “carne de cañón”.
Con la invasión de Napoleón Bonaparte a Rusia, en 1812, Tolstói consideró que tenía una estupenda ocasión de escribir no sólo una novela sino un lienzo multicolor de la sociedad de su tiempo, a la que tituló “La Guerra y La Paz” (1869). En ella describe a las diversas clases sociales, en forma particular a las familias aristocráticas; las pugnas entre diversas personas: sus pasiones, odios, celos, ambiciones; el desmedido afán de poder y de dinero de algunos aristócratas. En contraste con la sencillez de la gente sencilla y humilde del campo por la que Tolstói sentía gran simpatía.
Esta magistral novela le llevó 6 años en redactarla. Sus recuerdos y experiencias de la Guerra de Crimea le sirven para que el lector se sienta envuelto en ese ambiente bélico con impresionante realismo. Podríamos decir que hay momentos en que el lector parece oler la pólvora, escuchar los ensordecedores cañones, los gritos de los soldados que caen en el combate, el choque de las tropas de ambos bandos, el relinchar de los caballos, los disparos de los fusiles… Napoleón está magistralmente descrito por Tolstói: su carácter, su temperamento, el modo como mandaba y daba órdenes. Sus golpes de audacia, su valentía y sus temores. Hasta los detalles pequeños, por ejemplo, sobre cómo vestía, caminaba y montaba su caballo.
Pero Napoleón no contaba con la sagacidad y astucia del viejo y experimentado General Kutúzov quien convenció al Zar Nicolás I de que, ante el inmenso poderío francés, la mejor defensa era huir hacia el este del territorio ruso y quemar todas las ciudades, poblados y cosechas de tal manera que los soldados del ejército galo no tuvieran donde guarnecerse ni tomar alimentos. Con el paso de los meses, Bonaparte fue sorprendido por el invierno y, junto con la inesperada noticia de que en París había planes de derrocarlo, decidió regresar a Francia y abandonar el territorio invadido.
El General Kutúzov hábilmente empleó la táctica militar de “la guerra de guerrillas” para ir a la zaga de las tropas francesas disparándoles, diezmando e hiriendo a muchos otros militares y, sumado al intenso frío de esas gélidas zonas, los soldados de Bonaparte murieron por millares debido al hambre, sed y frío. Fue el final del poderío militar de Napoleón.