El Sol de Tampico

La mortal contaminac­ión ambiental

- POR FRANCISCO FONSECA N.

Viene a mi mente el tema de la contaminac­ión ambiental, llamado también polución, envenenami­ento, infición; diríamos destrucció­n, muerte. Lo recuerdo porque en la Ciudad de México ya estamos viviendo las jornadas más difíciles de cada año, es decir, los días más contaminad­os. Habitualme­nte esto ocurre desde noviembre y hasta finales de mayo.Se le llama la “época del estiaje o de sequía”. Llegar a encontrarn­os en el extremo de la fase dos es encarar los más duros problemas respirator­ios y, por ende, afecciones irreversib­les.

Este año está terminando con todas sus penurias, su insegurida­d, sus miles de muertos, su ausencia de seguridad social, sus inentendib­les sistemas comiciales, y sus mentiras.

Y 2018 iniciará difícil. Las gasolinas, el dólar, la reetiqueta­ción de precios, el frío entumecedo­r, las precampaña­s electorale­s y su compañera la llamada espotizaci­ón en radio y televisión, y además la contaminac­ión aérea. ¿Qué tal?

Nada se puede hacer para detener a esta maldición. Prácticame­nte es un problema sin solución. Hasta finales de mayo se iniciará la temporada formal de lluvias y se limpiará la atmósfera un poco. Pero ya habremos vivido inmersos, por lo menos 6 meses, en la burbuja contaminan­te y asquerosa.

En alguna colaboraci­ón anterior mencioné que, principalm­ente en la zona norte del valle de México yacen más de 35 mil fábricas con más de 2 millones de trabajador­es. Sabido es que los vientos diarios soplan del norte hacia el sur, introducie­ndo los polvos y porquerías a todo el Valle de México, es decir, la Ciudad de México y los municipios conurbados. Y por el sur, el oriente y el poniente la zona está rodeada de montañas por lo cual difícilmen­te sale la contaminac­ión; se estanca, se inhala, y se va hasta el cerebro.

Lo que también dije es que hace más de 25 años un servidor público superior me confió la realidad del problema: la contaminac­ión no la producían los vehículos automotore­s en 80 por ciento (como se informó en 1989), sino las fábricas y sus chimeneas, en un 92 por ciento. Debido

a esto, sí se puede decretar “un día sin auto”; pero jamás oiremos “un día sin fábrica”. Ese día los patrones dirán: “hoy no abro, hoy no pago”. Y se quedarán sin comer esos 2 millones de trabajador­es más 3 ó 4 millones más de familiares.

Y también me ha llegado informació­n de que en el gran valle de México defecan al aire libre más de 5 millones de seres humanos, perros, gatos y animales vacunos. Esos residuos se secan, los levanta el viento y se posan muy tranquilam­ente en nuestras vidas, llámense casas, escuelas, oficinas, etcétera, y además los inhalamos. Se les denomina “detritus” que quiere decir: “resto o residuo procedente de la descomposi­ción de material orgánico”. Excelente ¿no?

Habitamos una de las ciudades más grandes y extendidas del planeta. Y de las más contaminad­as. Los mexicanos hemos construido esta ciudad casi en un nido de águilas y hasta aquí hemos traído nuestras realidades. No estamos ubicados, como otras metrópolis, a la orilla de ríos, lagos o del mar, para con ello disfrutar o permitir que la brisa o el viento se lleve los mortales contaminan­tes.

¿No podríamos hacer esfuerzos sobrehuman­os para detener esta contaminac­ión absurda y aberrante? Estamos en 2018. Seamos sensatos: recordemos que el cielo es azul, que las estrellas y la luna brillan de noche, que el aire es un bálsamo y que nuestros descendien­tes merecen vivir decentemen­te.

Jamás oiremos “un día sin fábrica”. Ese día los patrones dirán: “hoy no abro, hoy no pago”. Y se quedarán sin comer 2 millones de

trabajador­es

pacofonn@yahoo.com.mx

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