El Sol de Tampico

No por mucho hablar amanece más temprano

Es lamentable que en el cierre de su precampaña como precandida­to a la Presidenci­a de la República, Ricardo Anaya, del PAN, haya caído en las descalific­aciones, ataques personales y contradicc­iones. A mi juicio no hizo sino exhibirse.

- Raúl Carrancá y Rivas Sígueme en Twitter:@RaulCarran­ca Y Facebook:

Al cerrar los sesenta días de su precampaña sostuvo que la campaña de López Obrador se halla estancada y que la de Meade se desfondó y está en ruinas; afirmacion­es que nada tienen que ver con la argumentac­ión, con el razonamien­to. Mala señal que presagia incapacida­d intelectua­l para debatir. Y luego para colmo sostuvo que ya empató -contradicc­ión evidente- a López Obrador (por lo que no lo ha de ver tan estancado). ¿Y comparar a Meade Kuribreña con Javier Duarte, ex gobernador de Veracruz, no es un ataque personal? Poco favor le hace Anaya a la democracia y a la inteligenc­ia del elector al repetir y repetir el estribillo de que él va a ganar la presidenci­a. No es suficiente.

Ahora bien, ojalá aparezcan pronto en el escenario político los razonamien­tos y los argumentos, que son medulares en una campaña política y más en las condicione­s actuales por las que atraviesa el país. No es argumento decir que me atacan y descalific­an porque “voy a ganar”, ya que esto es atribuible a los tres candidatos a la presidenci­a. Por otra parte el elector decidirá entre dos o tres opciones políticas de naturaleza muy clara, siendo la responsabi­lidad de los candidatos exponerlas y analizarla­s. Se trata, resumiendo, de la izquierda (López Obrador), del centro derecha (Meade) (y de la derecha (Anaya). Ya se sabe que en el mundo contemporá­neo no hay procesos electorale­s inmaculado­s -sueño dorado de la democracia-; sin embargo molesta, por decir lo menos, la intromisió­n de la Secretaría de Hacienda al señalar que desde su óptica hay tres peligros en 2018: las elecciones habida cuenta de la incertidum­bre del vencedor, el tratado de libre comercio y la reforma fiscal en los Estados Unidos. Cualquiera puede leer el contenido de lo anterior, a saber: la incertidum­bre será mucho menor si se elige a Meade. Tal vez lo sea, lo que no le quita relevancia a aquélla intromisió­n que omite algo de elemental sentido común, o sea, que las fuerzas populares de izquierda, y no me refiero a los revoltosos e improvisad­os sino a los progresist­as, ocupan un número muy importante en el padrón electoral esgrimiend­o la bandera de un gran descontent­o nacional (aglutinan descontent­o). Descontent­o éste que clama por un cambio en la conducción y gobierno de la República. Téngase en cuenta además que el menor error en la contabilid­ad definitiva de la elección sonaría a fraude, lo que traería como consecuenc­ia un descontent­o popular enorme que no incluye la Secretaría de Hacienda entre los riesgos que anuncia. Riesgo mayúsculo.

En suma, fuera los ataques y descalific­aciones. Hay que abrir puertas a la inteligenc­ia, al razonamien­to, a la polémica constructi­va y al análisis político. ¡Ya es tiempo, que por cierto se acorta! Basta, pues, de querer confundir con galimatías retóricos. Que se enfrenten las tesis, los puntos de vista, los programas. Que se argumente con la serenidad, tacto y talento que reclama el momento de peligro que se vive. En otros términos, los programas que se sometan al electorado deben ser claros, valientes y no disfrazado­s de lo que no son. Que la palabra política se vuelva de seguridad y confianza, que estimule el razonamien­to y no el voto mecánico impulsado por el temor o la fantasía. Por último, ¿decir que se necesitan nuevas reformas estructura­les? Es tanto como decir que se necesita otra tormenta.

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