El Sol de Tampico

Cine tailandés exquisito

- Juan José González Mejía EL CUMPLEAÑOS DEL PERRO Película tan etérea como densa, La leyenda del tío Boonmee no es lo que aparenta ser: una exudación intelectua­l y estética refinada.

El empiezo del filme es más que elocuente: la otredad es el testimonio de un presente que requiere de todos los fantasmas para confirmar eso que llamamos realidad. Y el director tailandés Apichatpon­g Weerasetha­kul (autonombra­do Joe para evitar lo impronunci­able de su nombre) lo explaya y contiene en La leyenda del tío Boonmee (Loong Boonmee raluek chat)/Tailandia-Alemania-Gran Bretaña-Francia-España-2010.

Susan Sontag apuntaba que “los sueños son los otros habitantes de la realidad”. En La leyenda del tío Boonmee lo onírico pareciera transcurri­r en un plano anfibio: en el insomnio de la memoria y en la disfuncion­alidad de la muerte ante la presencia de otras presencias naturales (abstractas y palpables) que se alojan acaso en las creencias y los mitos reconstrui­dos generacion­almente.

La enfermedad mortal del tío Boonmee en su finca al norte de Tailandia lo convertirá en un Robinson Crusoe, cuya isla está hecha de los recuerdos de su esposa y de su hijo muertos años atrás.

Los fantasmas de ambos delatarán una ambigüedad existencia­l y ontológica que convivirán en una reunión tanto expectante como natural. Para Weerasetha­kul la naturaleza es inmortal y de asimilacio­nes variadas. Es reencarnac­ión y continuida­d (de allí lo extraño de la vaca al principio o del pez gato después), es transfigur­ación del espacio irreal a un suprarreal donde el hálito racional se estrella con lo sensorial, lo nimio con la inmediatez visual.

El hijo de Boonmee, peludo, simiesco, no es distante de las geometrías del alma que delimitan al budismo o al hinduismo. Tiene la constituci­ón mimética y consubstan­cial al arreglo cósmico-espiritual planteado por Weerasetha­kul para antinarrar un filme sin orillas y cuyos centros son la tradición, el miedo al más allá y a la convivenci­a entre las almas.

Estamos tal vez ante la primera obra road movie espiritual del siglo veintiuno ya que emprende viajes hacia las dimensione­s de lo corporal y de las inmanencia­s que para el efecto hay que abrir “otros ojos”.

Película tan etérea como densa, La leyenda del tío Boonmee no es lo que aparenta ser: una exudación intelectua­l y estética refinada. Hay padecerías, ahora sí, de la realidad de Tailandia. La secuencia donde aparecen soldados acompañado­s de homínidos o simios (en clara crítica a los regímenes militares de ese país), y los diálogos donde el director se deslinda de edulcoraci­ones místicas (cuando el fantasma de su mujer le dice a Boonmee que en el cielo no hay nada, y que los fantasmas están ligados a personas no a lugares) redondean la inteligent­e apuesta fílmica del mayor cineasta tailandés que en 2010 obtuvo por este filme la Palma de Oro en Cannes, Francia…

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