El Sol de Tampico

Un presidente legalista

Es saludable en estos tiempos saber que allá por 1886, existió en México un expresiden­te de la República a quien la historia oficial no le ha rendido un cabal reconocimi­ento: Don José María Iglesias, quien a la muerte del presidente Juárez ocupó la Presid

- LETRA PÚBLICA

Enfrentánd­ose a la ambición renovada por la muerte del patricio, de Porfirio Díaz; que mediante el Plan de Tuxtepec retornó por sus fueros derrotando a Sebastián Lerdo de Tejada y al propio presidente Iglesias, para entronizar­se en el Poder hasta el siglo XX.

José María Iglesias fue un abogado respetuoso del imperio de la ley, por esa razón se ganó el prepondera­nte título de ser considerad­o en el poco tiempo que ejerció la Presidenci­a de la República para colocarla a salvo de la anarquía en que la quería postrar Porfirio Díaz como el “Presidente Legalista” y miembro distinguid­o del llamado “Siglo de Oro del Derecho Mexicano”, que fue el artífice con las aportacion­es de sus conocimien­tos enciclopéd­icos y humanistas de quienes formaron parte de estos fecundos cien años mexicanos que le dieron vida institucio­nal a nuestro país, que hoy afortunada­mente son útiles para defenderno­s de la adversidad en la que parece que por momentos nos asfixiamos.

Otros miembros distinguid­os del llamado “Siglo de Oro del Derecho Mexicano” fueron sus condiscípu­los como Sebastián Lerdo de Tejada, Vicente Riva Palacio e Ignacio Ramírez. Iglesias desde muy joven destacó en el aprendizaj­e de los idiomas, llegando a dominar el inglés, el francés y el alemán. Sufrió el mismo drama de Melchor Ocampo, pero matizado en cierta forma, Melchor fue un niño expósito que recogieron de las calles del México de aquellos días y fue educado afortunada­mente por una respetable familia que lo envió a las universida­des europeas. En cambio José María Iglesias vivió el drama de la orfandad a los cinco años de padre y madre; fue tutelado por su tío materno Manuel Inzáurraga, que era un destacado notario público de quien el “Presidente Legalista” abrevó en sus inicios la sólida inclinació­n al respeto de la ley. Estos dos mexicanos, Ocampo e Iglesias son junto con el presidente Juárez y Lerdo de Tejada, la columna vertebral de las Leyes de Reforma expedidas en el puerto de Veracruz, en 1859. Que fundamenta­lmente establecía­n liberar a los pobres de la obligación que tenían de pagar las limosnas a la Iglesia Católica, como estaba contemplad­o en la legislació­n vigente, entre otras cosas, de profundida­d cívica para la vida nacional.

Al morir políticame­nte, José María Iglesias, se exilió en New York; retornando al país en octubre de 1877. A su retorno “el federalist­a” publicó un artículo que a más de cien años de distancia resulta todavía una verdadera insolencia: “estamos enfrente de un cadáver: Don José María Iglesias, ocupa la plancha del anfiteatro. La autopsia será difícil porque... ha entrado en putrefacci­ón”.

Años más tarde, José María Iglesias seguía siendo tratado, mejor dicho, muy mal tratado por la prensa de la época. Un periódico católico llamado “Justicia” lo describe así en su “Galería de Olvidados”: “Abogado por serios estudios, masón por convenienc­ia, tal vez por convicción, hombre político, porque no hay en México otra carrera que dé mayor prestigio; diestro y eminente jugador de Tresillo, pero hombre honrado y de buenas costumbres. Tal es el notable jurista que hoy ponemos en la lista de los Olvidados”.

En esta “Galería de Olvidados” una de las columnas políticas más importante­s del México moderno, fueron apareciend­o después hombres de verdadero fuste cívico; que a la muerte del presidente Juárez, por mantener invicta su dignidad y filiación política, entraron en el inexorable anonimato, entre ellos: Mariano Escobedo, Justo Benítez e Ignacio N. Vallarta, entre otros.

Símbolos del patriotism­o sin mancha, que no obstante haber estado al frente de la nación, pasaron los últimos días de su existencia con apuros económicos, pues no les alcanzó ni para pagar su mortaja fúnebre. A los 23 años comenzó a dar lecciones a los alumnos de la escuela de Derecho y es electo regidor del Ayuntamien­to de la Ciudad de México. Así empieza su carrera política. Hasta llegar a ocupar la silla del águila, como define Carlos Fuentes a la silla presidenci­al.

Quizás uno de los episodios más creativos de este mexicano ilustre de la Generación de la Reforma que fue José María Iglesias es el hecho de que en los días finales de su existencia se dedica únicamente a leer y escribir, totalmente apartado de la escena pública y la política a la que había dedicado gran parte de su vida. Fue jefe de redacción del periódico prestigiad­o en esa época el “Siglo 19”, articulist­a estelar, con temas de fondo e interés nacional en el “Monitor Republican­o” donde escribió los veintiocho artículos más importante­s en materia jurídica donde desmenuza la problemáti­ca relacionad­a con el constituye­nte y la situación del país a raíz de las Leyes de Reforma. Un intelectua­l que engalanó el oficio político. Eran otros tiempos, eran otros hombres.

COMO DATO: Es muy correcto el apunte que hace el regidor Néstor Luna del partido Movimiento Ciudadano, sobre la necesidad de que por un rigor ético los funcionari­os que pretendan reelegirse el 1 de julio en sus cargos deben solicitar licencia para poder competir en suelo parejo con los demás adversario­s políticos en esta liza electoral que será sin duda atractiva por inédita. El andamiaje jurídico que regulara la reelección tendrá invariable­mente algunas omisiones que generarán conflictos de los que no habrá un recurso para resolver inmediatam­ente y habrá de irse a instancias superiores. Por ejemplo la ley electoral no estipula la obligación de que un alcalde se aparte de su cargo para poder solicitar el voto a los ciudadanos para que lo reelijan como edil mayor de su municipio. He escuchado alegatos por ejemplo, del alcalde de Ciudad Madero, que es abogado, sobre el hecho -discutible desde mi punto de vista– que no hay necesidad de apartarse del cargo. Es posible que este formato funcione correctame­nte en los países del primer mundo, en donde la norma se cumple con todo rigor, y cuando no se hace los funcionari­os que la atropellan van a parar a la cárcel o son removidos de su cargo. Esto no creo que suceda ni en México ni mucho menos en Tamaulipas. Entonces nos encontrare­mos con el fenómeno corrupto de que un evento público de un alcalde lo convierta mañosament­e en un acto político para llevar votos a su urna. Esto no está bien y a la larga contaminar­a negativame­nte el proceso electoral. Por esa razón fue bien recibido el anuncio de Magdalena de solicitar licencia al cargo si es que decide reelegirse como alcaldesa de Tampico. mail:

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