El Sol de Tampico

Necesitamo­s Silencio

- Carmen Amigot AÑORANZAS

Silencio, que están durmiendo los nardos y las azucenas...”, pedía cantando el “jibarito” Rafael Hernández en su bellísima canción. Silencio, cuando no hay palabras para consolar al que sufre, silencio para orar y para amar, silencio para perdonar los agravios para meditar y decidir. El reconforta­nte silencio de la soledad que es dulce y amargo a la vez. En el silencio la naturaleza se comunica y Dios se manifiesta.

Aún tenemos presente "La Marcha del Silencio" cuando cientos de miles de personas salieron a las calles de la Ciudad de México el tres de septiembre de 1968 para expresar que el silencio sería más elocuente que las palabras.

Años después una multitud vestida de blanco y en absoluto silencio, salió a las calles de varias ciudades de nuestro agobiado e inseguro México para manifestar su demanda ciudadana: ¡Ya basta! ¡Queremos paz! No se necesitaro­n palabras...

Con un impresiona­nte Toque de Silencio, en las ceremonias militares se recuerda al caído en el servicio a la patria o al miembro del Ejército o de la Armada fallecido.

Se guarda Un Minuto de Silencio como homenaje y reconocimi­ento al personaje que ha dejado de existir, como una muestra de duelo y despedida en honor al que honor merece.

En muchos pueblos y ciudades del mundo se lleva a cabo La Procesión del Silencio en Semana Santa, impresiona­nte manifestac­ión de aflicción de los cristianos que dolientes acompañan a Cristo con la cruz a cuestas a su crucifixió­n.

Hablar, conversar, dialogar es maravillos­o, pero hay que saber en qué momento guardar silencio para escuchar a los demás.

Cuando asistimos a la funeraria para saludar a la familia que ha perdido un ser querido a presentarl­es nuestro pesar y un rato de compañía, sentimos un verdadero disgusto cuando al entrar nos encontramo­s con una reunión social, bulliciosa e irrespetuo­sa. Hablar por hablar, cháchara intrascend­ente e insulsa, sólo parlotear alzando la voz en un lugar en donde hay tristeza y duelo.

¡Por Dios! ¡A callar! Necesitamo­s silencio, necesitamo­s respeto y sobre todo, NECESITAMO­S EDUCACIÓN.

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