El Sol de Tampico

Iguales y diferentes

El hombre que está en paz consigo mismo, está blindado contra todo, porque al mismo tiempo de experiment­ar su propia calma espiritual, está conforme con todos los demás, se vuelve tolerante a todo lo que le rodea, a sabiendas de que nada habrá de perturba

- Armando Juárez Becerra ALFA Y OMEGA

La paz interior no se adquiere en el mercado de la vida, no se aprende en la universida­d del mundo, ni se logra por imitación, ésta se construye en el interior de cada quien, de acuerdo a su elevación espiritual y su íntimo deseo de superación personal.

Un ser humano que logra dominar sus inclinacio­nes hacia lo negativo, que ve a otra persona como su igual o como su hermano espiritual, aquel que esquiva las agresiones físicas o verbales con la fuerza de la serenidad, es quien ha logrado la paz interior que lo eleva al grado de elegido.

El estado de paz interior es un proceso que se incuba en la mente y en el corazón, es al mismo tiempo inteligenc­ia y amor, es talento y sentimient­o, es sentido común y es fe; es en suma, el estado superior del hombre, más allá del bien y del mal.

Cuando una persona está en paz consigo misma, irradia hacia los demás corrientes invisibles de amor, de afecto y de espiritual­idad que lo protegen, como escudos que rechazan las malas acciones y solo dejan pasar los actos positivos.

Sin embargo, estar en paz no quiere decir estar inactivo, todo lo contrario, la paz debe ser al mismo tiempo dínamo espiritual que nos mueva a la superación constante, atentos a las responsabi­lidades humanas y a las necesidade­s del espíritu.

Porque un hombre quieto es un hombre muerto, pero un hombre en paz es un hombre en movimiento ascendente, en constante búsqueda de la perfección y de la armonía emocional.

Cuántos no hay por ahí, que van por el mundo con el alma atribulada y roto el espíritu, inundados de rencor y secos de afecto porque las circunstan­cias de la vida les han sido adversas; van buscando venganzas contra el destino y terminan en el infierno que ellos mismos se construyer­on.

La vida es lo que cada quien es, porque la vida es la misma para los distintos y diferente para los iguales.

Dios nos creó idénticos, de la misma materia, pero nos dejó a nuestro libre albedrío el término de su obra sublime, nos dejó la capacidad suficiente para que cada quien pueda modelar su propia personalid­ad y construya su propia imagen.

Paradojica­mente, la paz interior del hombre, es la imagen exterior de su estructura.

P.D.- La paz del ser humano, es la paz del mundo. mail: campaña que fomente el odio social entre los correligio­narios de uno y otro grupo es criminal e irresponsa­ble, digno del poema infernal de Rimbaud, máxime cuando los partidos lo toleran y fomentan y la autoridad, fallida, no actúa.

Chateaubri­and legó a la posteridad un concepto: mal du siècle, al referirse a esa melancolía y tristeza que detonaba la crisis de valores y creencias que enfrentó Europa en el siglo XIX. Hastío que reflejarán autores como Baudelaire en lo sucesivo. Sí, “el mal del siglo” que parece ahora reactivado en una de sus cepas más virulentas y que, por lo visto, es endémica de la sociedad humana, aquélla que se manifiesta en quienes padecen del sentimient­o colectivo poderoso de desamparo, frustració­n, desencanto, escepticis­mo, respecto de un sistema político decadente, fracasado, que vive de la simulación y que nunca logró llegar a ser. Sí, vacío poderoso que nos estremece, cuando constatamo­s cómo nuestra propia identidad se desdibuja y con ello nuestro proyecto de Nación.

Mal del siglo, ahora agravado por el síndrome de Sísifo del que están contaminad­os, cundidos, nuestros pseudopolí­ticos. No desde la perspectiv­a de lo absurdo humano a la que nos remitió Albert Camus, sino desde la óptica de la que nos ilustró Tito Lucrecio, en su obra De rerum natura, durante la República romana: el Sísifo que busca alcanzar el poder a costa de lo que sea, comprendid­o el engaño. Lo que no sabe es que su lucha es estéril porque nunca lo podrá alcanzar, pues por más que eleve la roca a la cima, ésta caerá siempre sobre él, solo que a su ambición nada la llena y está condenado a sostener una lucha sin fin, eterna, porque enfrenta el vacío que dimana del poder. ¿Tiene cura? Sólo para quien regrese a su verdadera esencia, a su prístina humanidad, por algo el gran Nicolás Guillén en su poema “El mal del siglo”, clamó: Este siglo egoísta / nunca ha sabido de quimeras cándidas, / ni de ilusiones, ni de empeños nobles: / este siglo se arrastra. / Estos hombres de ahora sólo piensan / en el oro, que enfanga / todas las limpideces de la vida / y todas las alburas de las almas. / Señor, ya nadie sueña; / Señor, ya nadie canta.

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