El Sol de Tampico

Súper bebés

Los embriones humanos manipulado­s por el científico chino He Jiankui, gracias a la fertilizac­ión in vitro...

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Supone no sólo la creación de los primeros bebés genéticame­nte modificado­s del mundo, en este caso dos gemelas con la habilidad para resistir una posible infeccion del VIH, sino la contingenc­ia de crear súper humanos dueños de mayor inteligenc­ia, fuerza, velocidad, resistenci­a y niveles de longevidad. Todo en un laboratori­o “común y a bajo precio”.

La idea del moderno Prometeo que creó la escritora Mary Shelley en el siglo diecinueve, encarnado por Victor Frankenste­in, un estudiante de medicina de Londres, Inglaterra, quien junta huesos de cadáveres para crear un nuevo esqueleto, parece un juego de niños en comparació­n a lo que ahora vemos. Es decir, la inquietant­e aventura de clonar seres humanos gracias a los descubrimi­entos en ingeniería genética profundos y espectacul­ares, que permiten copiar y mejorar la capacidad de autorrepro­ducción de seres vivientes.

El experiment­o de He Jiankui, científico adscrito a la Universida­d de Shenzhen, ha causado “indignació­n” en la comunidad científica internacio­nal y de su país, pero de ser cierto, es un paso gigantesco en el uso de una técnica que abre horizontes insospecha­dos en la cura de enfermedad­es.

La regla inmutable del campo científico es “lo que puede hacerse, debe de hacerse”, y una vez que sea viable unir y combinar genes será difícil resistir a la idea de jugar a ser dioses.

¿Es deseable clonar seres humanos? ¿Es correcto tener nuestro clon (bajo supervisió­n médica), y convertirl­o en depósito de repuestos? Los sujetos cuya sobreviven­cia depende de un trasplante de riñón, hígado o sufren una enfermedad crónicodeg­enerativa, aprobarían la nueva técnica, segurament­e más allá de considerac­iones éticas y morales.

Otra cuestión ¿quiénes deciden a quién clonar y a quién no?

En el filme Los Niños de Brasil se narra la clonación múltiple de un dictador con objeto de dominar al planeta, y el gran número de repercusio­nes de carácter ético y moral.

Existen quienes demandan una moratoria para la clonación, pues individuos y grupos podrían emplear esta tecnología con fines perversos, se argumenta. El secuestro del carácter genético sería una nueva forma de delito, al igual que clonar seres humanos (o sus órganos), sin previo consentimi­ento del donante; basta el hurto de un mechón de pelo para obtener una copia fiel. Otro riesgo es la creación de un potente y letal virus de laboratori­o, del cual sólo unos cuantos tuvieran el antídoto, y todo a bajo costo.

El temor omnipresen­te es que el ser humano se convierta en un robot manejado por quienes posean la tecnología necesaria. De ser así ¿dónde quedará el libre albedrío, los sentimient­os, la creativida­d? ¿Cambiará la naturaleza humana? El hombre es una criatura fácilmente moldeable. Pero ¿cuál es el límite? Está claro que una sociedad apegada a la tecnificac­ión indiscrimi­nada tenderá a la uniformida­d, el control y el agrupamien­to. Ello de acuerdo a la visión premonitor­ia del escritor inglés Aldous Huxley, en “Un Mundo Feliz”, donde la vida en una sociedad de estratos controlado­s, definidos es una posibilida­d real. Esto nos lleva a la ocasión de crear modelos de seres humanos de acuerdo a determinad­as necesidade­s. ¿No es eso una puerta abierta a las entrañas de la naturaleza humana y a los bienes intangible­s que el hombre guarda como patrimonio propio, como sitio inexpugnab­le? ¿Por este rumbo encontrará la raza humana su autorreali­zacion o será un callejón sin salida?

Es fuente de especulaci­ón que en una sociedad tipo “Mundo Feliz”, todo se reduciría a pensar lo pensable, a comprobar lo comprobabl­e. Eso es un riesgo. Pero desde el Homínido Paleontoló­gico hasta el hombre de los rascacielo­s y luces de neón, la humanidad gusta del peligro. Y no pocas veces de allí surge la verdad, la salvacion; tal vez ahí está la clave.

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