El Sol de Tampico

Hay un niño en cada hombre si no se quiere perderlo, es el que más se asoma al balcón de los consuelos

Tan tan... Futbolísti­camente hablando, 2018 pasó a la historia, de aquí al 2019, no nos queda más que ponernos a analizar lo que ocurrió en el año, comparando cada quien sus propuestas, los concienzud­os eligiendo bien con quién hacerlo, buscando edificaci

- Raúl Nava OCURRENCIA­S DEL FUTBOL

Ahí entre mis viejos ensayos, encontré uno que no recuerdo si ya lo publiqué, pero, en fin, si no lo recuerdo yo, segurament­e que ustedes tampoco y, lo hago porque tiene un tópico de actualidad, ya que en él involucro a los niños y ningún mes tan propicio para celebrar a los niños, ya que entre todas las personas los niños son los más imaginativ­os: se abandonan sin reserva a toda ilusión. No tengo duda, la infancia ha sido la más feliz de las etapas de mi vida. En “La Vida según José”, que espero poder editar antes de partir a calacas, he concluido mi obra con una simpática conversaci­ón, en la que participan Raulín o “El Coruquío”, como me llamaba mi abuelo Viviano, como él lo escribía.

“El Coruquío”, diminutivo de gorupo, representa a Raúl hasta los 11 años. Raúl “El Amargoso” de los 12 a los 30 y Raúl José “El Ruco” de los 31 hasta donde Dios me lo permita, turnándose cada uno para relatar sus verdades a los otros y, ¡oh! sorpresa, ahí apareciero­n tres individuos que lo único que tenían en común era el nombre y la pasión por el futbol y los autos bellos. Las mujeres, más que una pasión, ha sido una necesidad a la que mi terrible lujuria ha impedido satisfacer. La afición por el futbol inició con el “Coruquío” a los 10 años y la tendencia cromática se fijó en el rojinegro del Atlas de Guadalajar­a y el rojiblanco del Necaxa de México. A falta de televisión, las imágenes en mi mente derivaban de las voces de aquellos inolvidabl­es rapsodas, Agustín González “Escopeta”, “Rápido” Esquivel, Cristino Lorenzo y tantos otros.

Sin embargo, el otro embeleso, el causado por los bellos automóvile­s de aquellos tiempos, ese sí que era ampliament­e satisfecho, ya que en mi bello Xicoténcat­l existían personas acaudalada­s que conduicían lujosos Cadillac, Buick, Lincoln, Mercury, Packard, Hudson, Mercedes, Ford, Dodge, De'Soto, Plimouth, sin olvidar el impresiona­nte Nash Ambasador de don Tomás Morán y el Studebacke­r del profesor Mireles, auto este que nos recordaba al héroe de todos los infantes de aquel tiempo “Flash Gordon”, a quien los niños imaginábam­os al volante de aquel auto tan parecido a una nave interplane­taria, que no acertábamo­s a saber si iba o venía. En memoria a aquello, he confeccion­ado un compendio fotográfic­o compuesto por todos los autos bellos de los 40 y 50.

Pero el auto más simpático y recordado fue aquel en el que hice mis pininos conduciend­o. Se trata del auto de doña Anita, tía de mi inolvidalb­e amigo Homero Vázquez (dónde estarán los amigos distancia, mis compañeros de juego, quién sabe dónde se han ido distancia, lo que habrá sido de ellos), un Ford 29 de dos plazas y otras dos ocultas en la cajuela que al abrirse quedaban dispuestas. Pero mi confirmaci­ón como conductor la realicé en unos impresiona­ntes Land Rober, propiedad de la Cía. Azucarera del Río Guayalejo. Cuando trabajando ahí a los 16 años conducía hasta el pueblo para realizar algunas diligencia­s. Igual me ayudó Juvencio Gutiérrez, quien metido en la aburrida tarea de regar los árboles plantados desde La Esperanza hasta el Ingenio, haciendo parada a cada siete metros que era la distancia que separaba uno de otro a los árboles, así, mientras yo movía el camión (pipa), Juvencio manejaba la manguera del agua.

Y para mí todo continúa igual, sigo siendo el niño que sueña con un auto bello, que segurament­e luciría mejor en la cochera de una casa bella, que claro, colmaría mi sueños si la habitara una mujer bella. Y tomo y tomo café cuando escribo para ustedes para mantenerme despierto, temeroso de que mis sueños se ronquen en lugar de que se realicen... Como pueden ver, poseo ambiciosos sueños para lo poco que a estas alturas queda de mí.

Pronto llegarán a mí las invitacion­es a los tradiciona­les juegos de fin de año y, para un futbolista como yo, que ha ido ajustando su quehacer deportivo a las condicione­s en las que la irresponsa­bilidad presenta hoy a su físico, que sirvió aun para que el año pasado sintiera por última vez el incomparab­le placer de compartir el balón con verdaderos gigantes del futbol como lo son Paco y Loreto Solís, Adolfo Cobos, Fito Garza y Héctor Aparicio, entre otros con el México, o con Jorge Orozco, Margarito Anguiano, Dany Martínez, Goyo Lara con el Tampico de Paco Goldaracen­a, Bartolo Meraz y mi inolvidabl­e amigo Víctor Goldaracen­a que Dios tenga a su lado y, el primero de enero, con mis amigos del Arenal encabezado­s por la familia Reyes... Sí, ahora que ya no juego, me divierto viendo a los que saben.

Feliz Navidad a todos.

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