Raúl Nava
Espero que el calor familiar de Nochebuena impere por siempre en su hogar y, que mi propuesta diaria continúe siendo del agrado de ustedes. Ayer publiqué algo que no recuerdo si ya lo había hecho anteriormente, pero como este fin de año no es para publicar noticias, no es mi especialidad, ya que las competencias en todo el mundo han entrado en receso para dar cabida a las celebraciones navideñas, entonces bien puedo emplear este espacio, para comentar algunas ocurrencias esperando que sean de interés para ustedes.
Todos sabemos de la grave oposición en México por parte de la gente que compone la Femexfut por facilitar la presencia de jóvenes mexicanos en nuestro futbol, desde la categoría de Primera División Profesional MX, Liga de Ascenso MX, Premier MX y no sé cuántas más, que conforman el frustrante paso reprobatorio par las jóvenes promesas mexicanas, ya sea que no den el ancho, ya sea que no den el alto, ya sea que las arañas patonas, de ahí no pasan y, Tampico no es la excepción. Si a un equipo profesional de nuestra metrópoli, le incluyeramos dos jugadores de la Morelos, dos de Árbol Grande, dos de la Vicente Guerrero, dos de la Echeverría, dos de Altamira, dos de Pánuco, etc., seguramente tendríamos el estadio lleno.
Éste es el punto de vista económico, pero en lo deportivo, encontrar en nuestras colonias a dos jugadores talentosos, es marcar una exigencia mínima, pero qué le vamos a hacer, seguiremos dependiendo de capitales foráneos, ya que en la región no los hay. Aún resuena en mis oídos el estruendo producido por el escaso público que puede albergar el estadio Olímpico de la UNIDEP Tampico, cuando el largísimo disparo que el joven Turrubiates soltó desde una distancia, desde la que sólo los gigantecos acorazados, con sus enormes baterías de altísimo poder, se atreven a disparar, algo que se agranda cuando quien lo comenta ha pasado 70 años viendo futbol. Si aquel golazo hubiese ocurrido en el Camp Nou, en el Santiago Bernabéu o en el San Paolo, hubiera dado vuelta al mundo y hubiera igual sido premiado por la FIFA como el gol más bello del año.
Pero eso no fue flor de un día, pues el Turro nos acostumbró a sus repetidos bombazos. Sin embargo él, con su buen manejo de balón y su potente disparo, no era el único destacado en aquel equipo de Tercera División Profesional, que desde el portero, hasta el puntero izquierdo, cuentan con aptitudes que fácilmente los harían piezas interesantes para los formadores en el siguiente paso del proceso de formación al profesionalismo. Aquel grupo convenció a quienes lo seguimos juego tras juego, pero al caer en finales ante equipos más experimentados, decayó el entusiasmo en el momento en el que no hubo una respuesta económica que diera extensión a aquel bello pero efímero sueño.
¿Como olvidar aquel cañonazo? Comparable únicamente con aquel tremendo bombazo que el inolvidable Indio de Jaso Lupe Díaz que Dios guarde en su gloria, que desde la punta derecha tomó en corto un saque de esquina, para que sin ángulo de tiro lanzara aquel disparo que fuera considerado como el mejor gol visto en el vetusto estadio de Insurgentes, o de los Deportes o últimamente Azul. Cómo restarle mérito a la labor que en aquel equipo brindara su presidente Juan José Soto, Fabian Rosas y Mario Castillo, más la mancuerna formada por Dagoberto López (director técnico) y el Prof. Ángel Barra (auxiliar) que fueron efectivos formadores, dejando una gran escuela que más adelante intentaron levantar los profesores Luís Hernández y Francisco Fernández, quienes con propuestas más ambiciosas (trabajando con puros principiantes), no encontraron respuesta económica para el cumplimiento de aquel sueño.
Ya anteriormente les conté de un gol semejante al del “Turro” que anoté en aquel inolvidable campo Número Uno, de la 21, cuando después de un ataque fallido que terminó con el balón en manos del portero contrario, justo al momento en que yo cruzaba el medio campo dando espaldas al balón, mis compañeros me gritaron... “Aguas Nava”, volteo y veo cómo el balón despejado por el portero viene directo a mí. Sorprendido, mis reflejos totalmente libres de mi voluntad, reaccionan soltando un patadón que acierta a la pelota, enviándola de regreso para que el portero, parado justo en la línea del área grande, se limite a ver cómo su meta desguarecida, fue vencida por aquel disparo que se estrelló en el larguero entrando de “Campanita”... ¡Qué golazo Nava! Claro reposté, es que vi adelantado al portero.
Ya desde entonces asomaba el mentiroso que siempre he sido... Igual que la Chimoltrufia... Como digo una cosa digo otra... Que me llamen mentiroso es la ofensa más grande que se me puede hacer. Hace tiempo lo expresé así: “Poco a poco voy encontrando resignación a una realidad inventada. Negado a la mentira, me basta una pregunta para ofrecer mi verdad por inconveniente que sea... Incongruencia total; descanso en la cama de mi verdad como si fuera faquir.