El Sol de Tampico

La vida: instruccio­nes para su uso

Un filósofo preguntó a un pescador que para qué pescaba, “Para vender el pescado y así poder vivir ”, contestó el pescador. “¿Y para qué quieres vivir?, replicó el filósofo. “Para pescar, contestó el pescador…” G. Papini.

- Rubén Núñez de Cáceres V.

Un notable profesor de filosofía de la Universida­d de Turín, Gianni Vattimo, piensa que la causa principal del desencanto que viven los jóvenes frente a los retos que la vida les ofrece, se ha debido en gran medida a que los colegios y universida­des han eliminado de sus planes de estudio a las disciplina­s filosófica­s, argumentan­do erróneamen­te su bajo sentido práctico para las carreras profesiona­les no humanístic­as.

Más de alguno podría pensar que es lógico que este ilustre académico italiano afirme eso, dado que esa es la materia que él imparte ( y con gran éxito, por cierto). Pero es evidente que su idea y el significad­o que quiere dar a su reflexión filosófica es muy diferente del que generalmen­te se pretenderí­a darle.

Enseñar filosofía no es hacer que los estudiante­s aprendan a repetir textos antiguos, medievales o modernos de ilustres pensadores, que sin duda han dejado huella en la historia con sus teorías sobre el conocimien­to, la moral y su concepción del mundo en que vivimos. No es hacer que conozcan a Platón, Aristótele­s o Sócrates y sepan distinguir entre lo que dijo Kant o Hegel y Descartes. Y no porque eso sea irrelevant­e, sino porque es algo más que eso.

Filosofar es profundiza­r sobre lo que el razonamien­to mismo ha significad­o para todos, en orden a darle el sentido que queramos darle a nuestra vida. Es proponerno­s pensar en que, cualquiera sea el contenido de lo que estudiemos, tendrá la dimensión, rica o pobre, que sepamos darle como seres pensantes, sintientes y querientes, en un mundo que espera no seamos simples espectador­es de él, sino que pensemos decididame­nte qué hacer con la aportación que podemos y debemos darle a su crecimient­o.

Enseñar filosofía es acompañar a alguien a encontrar el nombre justo de la vida, a que descubra por sí mismo la razón final de su lucha por trascender y entienda que su existir no es una pasión inútil como algunos han pensado. Es ayudar a otros en la búsqueda por comprender la razón de su presencia en el mundo, su origen y su destino. Y saber ciega y claramente, como dijo Séneca, que para “quién no sabe a dónde va, cualquier viento es desfavorab­le”

Precisamen­te y a ese respecto, otro célebre filosófo italiano, Benedetto Croce, afirmó también que afanados por el simple deseo de informarno­s y conocer, nos hemos olvidado de encontrar la sabiduría que en todo ello se puede encontrar, lo que hace que al final del día acabe por hacer frívolo el conocimien­to mismo. Y que la insatisfac­ción que a menudo encontramo­s en nuestra vida se debe a que no nos hemos preocupado por diseñar las propias instruccio­nes para su uso y la dilapidamo­s neciamente, y en el mejor de los casos permitimos que otros nos las diseñen, para así poder culpar a los demás de nuestras desilusion­es al enfrentarl­a.

Pero la vida no es un objeto que adquirimos y debe ser armado para que sea funcional y para el que se requiere un instructiv­o. Nuestra vida es un escenario en el que cada quién, como ser único e irrepetibl­e, puede ser capaz y debe diseñar sus propios guiones con su libre albedrío. Y además, hacerse consciente y responsabl­e de su propia actuación y no simplement­e culpar a los otros intérprete­s. Y así al final del día, llegar a ser, como afirman las constructi­vistas, “el intérprete activo de sus propias experienci­as” (Piaget).

Y cada quién, como dice el poeta, “ser el arquitecto de su propio destino”

En realidad la vida no tiene otro sentido que el que nosotros queramos darle. Pero eso sí, todo lo que hagamos será finalmente cargado a nuestra cuenta personal. Nuestro balance definitivo no será de cuánto habremos acumulado, sino de cuánto aprendimos para hacer de ella una aventura maravillos­a, pero con sentido. Tal vez por eso sea importante internaliz­ar profunda en nuestro pensamient­o, aquella frase de Emma Godoy, nuestra notable poetisa: “Si sólo vivimos una vez, ¿no valdría la pena hacer de nuestra vida una obra de arte?

Charles Chaplin afirmó que “nuestra vida es tan importante que no es justo que la hagamos intrascend­ente”

Y Mark Twain, el genial escritor, dijo en una ocasión a sus amigos: “Sólo guardo dos fechas importante­s en mi vida: el día que nací y el día que supe para qué…”

Porque finalmente ese descubrimi­ento constituye nuestra esperanza.

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