Su recuerdo vive
ritual y ello nos convierte en parte de la familia de Dios, con quien algún día todos pasaremos a su Reino para compartir las glorias de una vida superior.
Y eso, amigo lector, creo que nos debe llenar de satisfacción en la vida, si es que aceptamos con amor nuestro origen Divino y nuestro destino espiritual.
Les cuento que hoy ya estaríamos preparando Yolanda y yo, auxiliados por nuestros dos hijos y cuatro nietos y nietas, la obligada Misa de Acción de Gracias por tantos favores recibidos de la voluntad celestial, aunque, bien pensado, la ausencia física de ella no es impedimento para no hacerlo, al fin y al cabo que el pensamiento es el sustituto perfecto de la realidad.
Debo decir que la separación física de nuestro matrimonio no impide tampoco el acercamiento espiritual de nuestras almas, es más, en ocasiones bajo el influjo del veladuerme he soñado que está ahí, platicando conmigo, por lo que entiendo también que la muerte no es final, es principio.
Sé, bien que sé, que todo esto que les comparto de mi vida, solo tiene sentido espiritual para mí mismo y quizá ni mi propia descendencia lo sienta como yo lo entiendo, pero lo hago con la firme convicción de que a Yolanda le va a dar un motivo más para estar feliz allá en cielo, al saber que su recuerdo vive y perdura intacto, fortalecido en la realidad de mi pensamiento.
Espero que mis lectores me concedan el favor de su indulgencia por este pergeño, que no lleva más intención que la de transmitir la idea de que la felicidad siempre está al alcance de nuestra voluntad y que Dios nos dotó de la única herramienta para lograrlo: EL AMOR.
P.D. Dos almas que en el mundo, había unido Dios, dos almas que se amaban, eso éramos tú y yo.