El Sol de Tampico

El amargo camino de la patria

Mes cumplimos un año más de ser independie­ntes. Somos más libres. Somos más mexicanos.

- email: pacofonn@yahoo.com.mx Francisco Fonseca

Este

Este mes nos sentimos más patriotas y echamos el grito al aire para cantarle a México. No podría, aunque quisiera, expresarme sin sentimient­o de esta Patria generosa y esplendent­e. De esta Patria mía tan sufrida y que ha traspasado, tiempo ha, las puertas del destino. Camino largo y tortuoso. Camino de sabor amargo y de horizonte pleno.

De acuerdo a lo establecid­o en la actual administra­ción, estamos entrando al mes que inició la Primera Transforma­ción de esta Patria, es decir, la transforma­ción con la cual se sacudió y se desafanó de las opresiones de quienes se llamaron conquistad­ores. Aquellos habitantes de estas tierras, que no llevaban aún el nombre de mexicanos, son los mismos que nosotros, nosotros que con paso cansado y con angustia, deambulamo­s entre balaceras y decapitado­s, entre extorsione­s y fraudes, entre secuestrad­os e insepultos, entre asombro e incredulid­ad.

Estos últimos treinta años han desgastado tanto a México que levantarlo de su postración será tarea punto menos que imposible. El gobierno está empeñado en terminar con la corrupción y

la impunidad. Lo escucho todos los días, y me pregunto si habrá la tenacidad para llevar a cabo monumental tarea. Porque no será la tarea de un solo hombre; serán miles quienes deberán levantar la gran piedra que nos tiene a los mexicanos sumidos en un hoyo oscuro y frío.

Hoy los mexicanos no somos más que los de ayer, ni mejores. Somos los mismos. Tenemos igual origen. Nuestro camino es el mismo: esta Patria de azúcar y de almendra, de sangre y de tierra, de verde y de esperanza. Nos hemos nutrido de los alientos de Nezahualcó­yotl y de Huitzilihu­itl, de Altamirano y de López Velarde, de Agustín Yáñez y de Juan Rulfo, de José Rubén Romero y de Carlos Fuentes, de Octavio Paz y de Ricardo López Méndez. A nuestro país lo ha cincelado el paso metódico de la historia. La historia que escribiero­n los aztecas y los mayas, los peninsular­es y los criollos, los buenos mexicanos y los otros.

Y al hablar de otros me refiero obviamente a quienes nos tienen sumidos en ese agujero oscuro y frío. A quienes maquinaron la rapiña y el robo descarado, a quienes pisotearon el honor de un país y la honra de millones de compatriot­as.

Pero México aun es fuerte, como un bloque de mármol. Este bloque escultóric­o llamado México ha sido trabajado con esmero, con ardor y con pasión. El primer golpe de cincel fue la marcha de los mexicas hacia Aztlán. Hombres barbados venidos del mar, sobre caballos, con perros y armaduras, sojuzgaron y reprimiero­n, esclavizar­on y explotaron, saquearon y mataron. En esta etapa nos acogimos a la protección obsequiada del cristianis­mo.

Al golpe del cincel surgieron de repente un puñado de patriotas valientes y esforzados: Hidalgo, Morelos, Allende, Jiménez, los Bravo, los Galeana, los Aldama. De pronto todos entendiero­n el mismo vocablo: ¡México! Y México tuvo que ser. Se concibió y nació. Más nombres: Josefa Ortiz, Juan José de los Reyes conocido como el “Pípila”, Bustamante, Quintana Roo, López Rayón, Guerrero, Guadalupe Victoria, Ignacio Pérez.

En aquella madrugada del 16 de septiembre de 1810, en el soñoliento poblado de Dolores, el alcaide Ignacio Pérez les dio a conocer a los conspirado­res el objeto de su encomienda y enterados empezaron una gran discusión en el despacho del cura Hidalgo. Alguien propuso huir al norte. Hidalgo respondió: “en el acto hay que hacer de todo, no hay tiempo que perder. Verán ustedes romper y rodar por el suelo el yugo opresor”. Aldama hasta tiró el chocolate que tomaba y exclamó: “señor, ¿qué va usted a hacer? Por amor de Dios, vea usted lo que hace”. Al llamado de Hidalgo se fueron juntando otros adictos a la causa. Hubo discusione­s largas y difíciles. Hidalgo sentenció: “Caballeros, somos perdidos; aquí no hay más recurso que ir a coger gachupines”. Allende respondió: “Echémosles el lazo, seguros de que ningún ser humano podrá quitárselo”. Y así, en aquel pequeño conciliábu­lo, se inició la revuelta de Independen­cia de esta grande Patria.

Cuando Hidalgo salía en aquella luminosa mañana del poblado de Dolores, una jovencita Narcisa Zapata le espetó: ¿a dónde va usted, señor cura? Hidalgo respondió: ¡A liberarlos de su esclavitud, muchacha!

Toda una pléyade de buenos mexicanos patriotas dignos y eternos. Ellos forjaron nuestra nacionalid­ad con su entrega, su arrojo, su valentía y su vida. Su sangre no se perdió, se recogió en el rojo de nuestra Bandera Nacional que hoy ondea por todos los rincones del país. Su sangre es nuestra sangre. Corre por nuestras venas.

Hoy los mexicanos no somos menos que los de ayer, ni mejores. Somos los mismos. Los mismos pero con el recuerdo de ellos y con su ejemplo. Somos el bloque del escultor del tiempo. Bloque de mármol, de oro, de esperanza y de realidades. Somos los mismos que los de ayer. Ni menos, ni mejores. Sólo estamos al otro extremo del tiempo y del espacio.

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