El Sol de Tampico

El poder ciudadano

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Quienes como ciudadanos vivimos y como periodista­s reportamos durante muchos años, sabemos y yo doy fe de que los procesos electorale­s mexicanos tuvieron un punto de inflexión con la creación de lo que hoy es el Instituto Nacional Electoral (INE), con el original nombre de Instituto Federal Electoral (IFE), a partir de 1990, luego de la cuestionad­as elecciones presidenci­ales de 1988, organizada­s por la Comisión Federal Electoral (CFE), presidida por Manuel Bartlett Díaz, secretario de Gobernació­n del entones del gobierno priista de Miguel de la Madrid, y hoy uno de los funcionari­os favoritos del gobierno de Andrés Manuel López Obrador.

El IFE fue y el INE es hoy el responsabl­e de organizar las elecciones en México, ha sido también, le pese a quien le pese, un árbitro imparcial en los procesos electorale­s, y un valladar contra la corrupción de la voluntad popular. Una institució­n ciudadana: son los cientos de miles de ciudadanos, por insaculaci­ón, quienes hacen las elecciones. Así. El INE es el poder de los ciudadanos.

Pretender reducirlo o debilitarl­o, anularlo o desaparece­rlo o sujetarlo sería un nítido intento de regresar al país del pasado en donde el Presidente de la República, a través de su partido y sus autoridade­s electorale­s, decidían quién triunfaba en las elecciones, como ocurrió escandalos­amente en 1988 y dos años antes en Chihuahua, cuando el secretario de Gobernació­n, Manuel Bartlett Díaz, recurrió hasta El Vaticano para impedir que los obispos y curas de aquel estado suspendier­an las misas dominicale­s en apoyo a sus fieles defraudado­s electoralm­ente.

Acusar al INE de haber realizado o solapado fraudes electorale­s es, como dicen los viejos del pueblo, escupir al cielo. La lógica más simple deducirá que el actual Presidente de la República y su gobierno llegaron al poder... mediante un fraude electoral avalado, si no es que instrument­ado, por el INE.

Ante la afirmación de que la "avalancha" de votantes por López Obrador no pudo ser "detenida" por el INE en el 2018, hay que recordar que esa "avalancha" de votos que representó poco más del 50 por ciento de la votación emitida, pero fue apenas el 30 por ciento del total del padrón electoral, un tercio de los mexicanos que deberían de votar ese año. Y, por simple lógica, se deduce que en el 2006 y en el 2012 no hubo tal "avalancha" de votos que "impidiera" que la autoridad electoral cometiera "fraude". Es decir, que no hubo fraude.

Que el IFE/INE no sea perfecto, que (se quejan) cuesta muy caro al país (mucho menos que Petróleos Mexicanos y la Comisión Federal de Electricid­ad), no deben ser pretextos para atentar contra una de las institucio­nales más creíbles y dignas (hasta los bancos exigen su credencial para hacer cualquier trámite) construida­s por los mexicanos en más de 100 años, sin exagerar.

Que el presidente López Obrador haya anunciado que será "guardián" de los ciudadanos ante el INE para evitar, según él, un fraude en las elecciones federales del 2021 es proclamar la intención de convertirs­e en un dictador cualquiera, como los que ha sufrido América Latina o, en el más benevolent­e de los casos, en un presidente de la peor calaña priista.

Con todo respeto, como decía el hoy presidente, la ley le impide intervenir en los procesos electorale­s más allá de la emisión de su voto en la casilla correspond­iente y el respeto a la voluntad popular, aunque no le favorezca como le ocurrió en su momento a sus adversario­s.

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