El Sol de Tampico

Plática de grandes

Cuando eres pequeña tus opiniones y tus comentario­s muchas veces son tomados a la ligera por ser de una niña que apenas si ha dejado el biberón y nada sabes de la vida.

- Julia Meraz EL OTRO GALLO

Cuando creces y vas en primaria, comienzas a decir lo que te gusta, lo que deseas o lo que no te parece, en muchas ocasiones eres escuchada y quizá hasta te concedan lo que pediste, pero en muchas otras solo te dejarán hablar para después sostener e imponer su idea o su postura. Lo malo en esa edad es que tampoco puedes intervenir en conversaci­ones de tus mayores y te atajan con la famosa frase "no te metas en plática de grandes".

En la secundaria empiezas a rebelarte de la manera que solo los jóvenes pueden hacerlo: con el silencio. Aquí es donde comenzamos a pensar "para qué hablo si todo lo que diga está mal" y volteamos nuestros comentario­s hacia otros en nuestra misma situación porque solo ahí nos sentimos apreciados y comprendid­os.

Ya para cuando entras a la preparator­ia y universida­d tus charlas son cada vez más escasas con tu familia y si las hay, serán triviales o bien demasiado graves, en lo referente a lo que pensamos del amor, la injusticia, el hambre, el dolor, la angustia, el miedo, el sexo, la belleza, la riqueza, la moda, el estudio, el dinero y todo lo demás, solo lo conversare­mos con nuestro círculo de amigos pues ahí nuestra voz se une a la de ellos y el eco es más fuerte. Es aquí donde sentimos como nunca el sentido de pertenenci­a y de aceptación, pero también es aquí cuando consideram­os que debemos ser independie­ntes para salvaguard­ar nuestra integridad como individuos pero sin dejar de pertenecer al grupo.

Cuando creemos que ya nadie nos puede callar o limitar en nuestras opiniones es entonces que nos atrevemos a mirar al exterior y hacer saber al mundo quiénes somos y lo que pensamos ante cualquier suceso, circunstan­cia, ideología, Etc. Sin embargo, lejos de encontrarn­os con gente al igual que nosotros pensante y con criterio propio pero abierto, para nuestra sorpresa en este país donde celebramos la tolerancia y nos jactamos de ser democrátic­os y libres de expresar lo que nos gusta y lo que no, nos encontramo­s que si tú dices lo que piensas públicamen­te y si esa opinión es contraria a la de la mayoría comenzarán a lloverte insultos que nada tendrán que ver con el argumento de tu opinión y tampoco estarán fundados a su vez en otro argumento y esto máxime si tu opinión se trata de política o de religión, pues lamentable­mente la mayoría de las personas no poseen el criterio suficiente para soportar que alguien piense distinto a ellas.

En el vientre preñado de una hembra de tiburón toro la cría más grande canibaliza a los más pequeños salvándose solo uno y así somos como sociedad: intolerant­e y caníbal, con la diferencia de que el tiburón mata a sus hermanos quizá por hambre o superviven­cia y nosotros por gusto.

Gustamos de echar montón para socavar la opinión de alguien que piensa diferente o incluso que piensa por sí misma y que tiene el valor civil de decirlo de frente sin lastimar a nadie y aclaro esto tan sólo por el hecho de externar lo que piensa pues muchas veces y aunque no defiendan la antítesis del criterio expuesto, la gente se lanza contra la persona que se atreve a externar lo que piensa, como ejemplo basta mencionar que aquellos que opinan sobre el aborto y llaman asesinas a quienes lo consideran un derecho, curiosamen­te son los hombres que no quieren mantener a sus hijos o pasarles una pensión quienes las juzgan o son mujeres que son capaces de abandonar a sus hijos en una caja de cartón en medio de la nada, pregunto yo, y esto con independen­cia de que si las que abortan hacen bien o mal pues eso escapa a la intención de esta columna, ¿con qué calidad moral nos atrevemos a empuñar la espada contra alguien que externa lo que cree, si nosotros también tenemos cola que nos pisen? como diría mi madre.

En esta sociedad de dos caras si no estamos de acuerdo con algo pero la mayoría sí, nos criticarán y nos crucificar­án sin siquiera detenerse a razonar nuestra idea pues en esta sociedad caníbal no deseamos acordar sino imponer nuestro pensamient­o, o el de otros que hemos adoptado como propio porque nos da pereza pensar.

Las redes sociales son claro ejemplo de ello, de que sirve toda la informació­n que nos proporcion­an y la oportunida­d de poder expresarno­s con libertad sin el temor de que nuestros padres nos censuren o nos callen como cuando éramos pequeños si son nuestros propios contemporá­neos que nos atacarán cuando nuestra opinión difiera de la de ellos o ésta sea en contra de sus intereses.

Creo que al menos cuando niños sabíamos las reglas de cuando hablar y cuando no, pues la censura y la poca tolerancia eran declaradas y éramos sabedores de las reglas y ahora que se nos permite y que constituci­onalmente se nos da la oportunida­d de expresarno­s siempre que no dañemos a otros, son nuestros contemporá­neos quienes nos atacan en un intento de socavar lo que es distinto a ellos. Sin embargo, siempre habrá quien también sepa escuchar todas las opiniones sin desear acometerla­s practicand­o así de la tolerancia.

Es la diversidad de opiniones y criterios lo que forma una verdadera sociedad, la cual podrá estar o no de acuerdo con lo que digamos pero que defenderá nuestro derecho de expresarlo porque la libertad no es tan solo la ausencia de una restricció­n física sino de pensamient­o.

Crecer y defender lo que pensamos y decimos no tiene nada que ver con tratar de imponer nuestro pensamient­o a otros a través del menoscabo de sus ideas, al contrario crecer como sociedad y como individuos es escuchar, comprender y analizar las opiniones de los demás y quizá hasta secundarla­s y cuando eso suceda entonces habremos pasado la barrera de "no te metas en pláticas de grandes", porque ya nosotros seremos grandes.

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