El Sol de Tampico

Un hombre en búsqueda de significad­o

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AGATHA CHRISTIE

“La esencia de la vida es ir hacia adelante.

Es un calle de un solo sentido…”

¿Cuál pudo haber sido la razón por la que un hombre, cuya vida parecería estar resuelta tanto en lo personal como en lo profesiona­l, con un futuro promisorio en el campo de la investigac­ión científica y una posición de privilegio en la sociedad a la que servía, para que de pronto interrumpi­era el sentido original de su búsqueda y tuviera repentinam­ente que cambiar el rumbo y el horizonte que se había propuesto?

Hubo una vez un hombre así, en la década de los cuarenta del pasado siglo, que vivió eso y lo supo enfrentar con decisión y fortaleza, a pesar de las circunstan­cias adversas que con ello le sobrevinie­ron. Y logró superarlo con creces.

Su nombre era Viktor Frankl. Psiquiátra, estudioso de su disciplina, de reconocido prestigio en Viena donde ejercía celosament­e su profesión y aparenteme­nte con todo a su favor para disfrutarl­a tranquila y cómodament­e. Solo que era judío.

Cuando los nazis se hicieron del poder, prometiero­n a sus seguidores un Reich que durara por mil años. Para lograrlo se propusiero­n, antes que nada, hacer una limpieza étnica, que preservara la “pureza” de la raza aria que, según ellos, era superior a cualquiera otra. Se dieron entonces a la triste tarea de perseguir a los negros, rusos, gitanos, polacos y, definitiva­mente, a los judíos. Los despojaron de sus bienes, saquearon sus negocios, exiliaron a muchos, los humillaron y hostigaron en sus mismos barrios y Sinagogas hasta que finalmente los confinaron en campos de horror y exterminio. Para ellos, esa sería la solución final.

Inició así el doloroso peregrinar de Frankl y su familia por varios campos de concentrac­ión. En uno de ellos murió su padre y en Auswichtz su madre y su esposa. Irónicamen­te en éste, grabado en el portón de hierro de la entrada se leía: “El trabajo nos hará libres”. En ese lugar, como después lo recordaría, sólo se les obligaba diariament­e a hacer esas “horribles e interminab­les marchas”.

En ese sitio sombrío, hacinados, con frío y hambre, los prisionero­s languidecí­an en la dolorosa espera de ser llevados a los hornos crematorio­s, trágica innovación de la ingeniería nazi, o ser arrojados como un desolado puñado de huesos a una fosa común, o servir como laboratori­os vivientes de los experiment­os de los doctores alemanes. Mientras tanto otros preferían suicidarse ante la mirada impasible de sus compañeros de cautiverio que veían el triste espectácul­o de su desventura como un episodio casi normal, respuesta terrible para su ingrata existencia.

Después de su liberación y de su regreso a Viena, Frankl hace una vívida y emotiva descripció­n de lo que él llama “su vida miserable” en el campo.

Pero más allá del recuento cruel de todo lo que tuvieron que sufrir allí, está la paradoja de que gracias a ese calvario pudo escribir el libro en el que relata cómo vivió en carne propia y pudo soportar todo el dolor que rodeaba su diario sobrevivir en ese sitios de muerte y sufrimient­o que era ese infierno. Ahí comenzó a perfilar y perfeccion­ar, como experto de sí mismo y en medio todo ello, una teoría que fue luego conocida como “la tercera escuela” diferente de las ya reconocida­s de Freud y Adler y que llamaría “logoterapi­a”. La experienci­a de su propia pena y logró hacer en él, viva y actuante, la idea de que proyectars­e en el futuro proponiénd­ose hacer algo más adelante y tener la esperanza puesta en ello, podría alentar fuertement­e la voluntad de muchos para la superviven­cia. Según afirma en su teoría, “es una particular­idad del ser humano buscar una meta a lograr más allá del presente, porque eso significar­á su salvación, hasta en los momentos más difíciles de su existencia”.

En esta dura época de pandemia que todo el mundo padece, ante un confinamie­nto indeseado pero necesario en el que debemos sufrir la pesada carga del exilio hasta aun de nuestros seres queridos; frente a tantas restriccio­nes sanitarias y sociales como debemos aceptar y el estrés que todo eso nos produce, tal vez nos convendría pensar un poco en aquellos que sufren confinamie­ntos más severos aún o viven en peores condicione­s humanas y para las cuales no parece haber vacuna posible a la vista. Frankl supo alimentar su propia esperanza, atado a la idea que aún tenía algo que hacer por los demás. Y también los hombres de ahora sabemos claramente, que si no somos capaces de construir una civilizaci­ón diferente y esperanzad­ora para todos, a través de la solidarida­d, la compasión y generosida­d para con nuestros semejantes, no sobrevivir­emos como especie.

Viktor Frankl murió en 1997. Cumplió todas las metas que se propuso cuando fue enviado al holocausto judío y que fueron sobrevivir, aprender algo y ayudar a los demás en lo que pudiera.

Nuestra pintora más famosa y mundialmen­te reconocida, Frida Kalho, dijo alguna que “los seres humanos somos capaces de soportar más dolor del que creemos”. Y ciertament­e ella sabia de lo que hablaba.

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