Somos hermanos
Lector, en
estos días de prolongada cuarentena con motivo del coronavirus, circunstancia que tenemos que soportar--porque no hay de otra--, he tenido oportunidad de reencontrarme con algunos de mis autores predilectos, leer nuevos libros e incluso rescatar revistas antiguas cuyos artículos parecen escritos ayer, además de resultar altamente entretenidos y casi casi como un viaje en el tiempo, hacia un pasado reciente o remoto.
De las personas cultas y preparadas que he tenido el privilegio de conocer, el común denominador es la lectura. No hay nada que reemplace a esta virtud, pero con método y objetivos claros. Aludo no únicamente a los grandes autores, Cervantes, Shakespeare, Víctor Hugo, Tolstoi, y a otros que nos muestran un futuro distópico a la manera de Margaret Atwood y George Orwell, por citar a dos muy populares, sino también me refiero a los libros de historia que resultan fundamentales en este periodo finisecular que se vive en México.
Hoy es prudente la lectura de libros de la historia de México. Estoy plenamente convencido de que esta clase de obras a cargo de autores de prestigio nunca dejan al lector tal como era antes de conocerlos, sino que lo mejoran. Por intermedio de la lectura nos enteramos del desarrollo de terribles querellas causantes de guerras civiles o globales y otros conflictos del orden político y social que nos instruyen en la moderación y la tolerancia, principalmente ante el hecho de que muchas conflagraciones bélicas, odios y diferendos de tal jaez no son hoy en día más que controversias fenecidas, como dijo André Maurois.
Los libros de historia nos dan una lección de sabiduría práctica y de relativismo que no debemos desdeñar. Asimismo, nos recuerdan que todos los seres humanos tenemos rasgos comunes y la esencia que compartimos es la misma. Incluso que los mexicanos y mexicanas no dejamos de serlo por el hecho de no compartir ideas políticas. No somos enemigos. Todos somos hermanos. No olvidarlo.