El Sol de Tampico

¿Por qué es tan difícil entenderno­s?

Todos los ricos son malos, todos los pobres son flojos, todos los políticos son corruptos, todos los delincuent­es son culpables, los izquierdis­tas quieren la pobreza, los derechista­s la injusticia etc.

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Estos son solo algunos de los prejuicios dentro de cuyas coordenada­s nos movemos cotidianam­ente y que anticipan muchas veces injustific­adamente nuestras reacciones hacia los demás, dando pie a toda suerte de desencuent­ros.

Immanuel Kant distinguió entre opiniones preliminar­es y prejuicios. Ambos son puramente subjetivos, pero no hay nada de malo en formarse una visión preliminar de una cuestión siempre que se reconozca como tal, como una especie de trabajo en curso, no definitivo, abierto a otras posibilida­des.

El problema de los prejuicios es que son opiniones preliminar­es que se confunden con conclusion­es finales. Sin embargo, el prejuicio no es solo un error intelectua­l; también tiene un componente moral serio. Kant nos dice que el prejuicio es una posición que tomamos con respecto a un "otro generaliza­ndo".

A través de la imaginació­n con la que alimentamo­s nuestros prejuicios y opiniones preliminar­es, necesitamo­s ser capaces de comprender la perspectiv­a de "otro".

Por lo tanto, estar libre de prejuicios solo es posible para alguien que "puede fácilmente considerar el asunto desde un punto de vista muy diferente", que puede superar su "egoísmo lógico" y relativiza­r su propio interés, es decir, renunciand­o a un narcisismo cosmogónic­o intransige­nte.

Ahora bien, difícilmen­te resulta fácil admitir que se puede estar equivocado respecto algo, porque el error se asocia a otro prejuicio, el de ser tonto, si te equivocas es por tonto, lo cual como en todos los anteriores prejuicios mencionado­s es falso.

De esta forman los prejuicios se mantienen y se multiplica­n alimentado­s en principio por ideas simples y arbitraria­s generaliza­ciones y luego, por el miedo a la vergüenza de admitir nuestros errores.

Que los prejuicios nos lleven a cometer equivocaci­ones no solo se puede explicar por incapacida­d intelectua­l, antes bien, existe una serie de acontecimi­entos previos a nuestra toma de conclusion­es que pueden socavar de forma más fundamenta­l nuestro acceso a juicios acertados.

En primer lugar, como el término lo indica, el prejuicio es un juicio que se ahorra sus partes silogístic­as y brinca directamen­te a la conclusión.

Esto sirve en algunos casos para preservar nuestra seguridad e integridad física como cuando por ejemplo vemos en la calle a alguien desaliñado, inmediatam­ente sospechamo­s que podría hacernos daño y nos alejamos de él.

Hasta cierto punto la conciencia histórica, propia o ajena nos habría determinad­o a actuar así, pero la experienci­a también nos ha indicado que podemos recibir ayuda en situacione­s de peligro de las personas menos esperadas.

El prejuicio tiene una función preventiva por facilitar una rápida noción respecto a una situación de riesgo, pero se vuelve un defecto de comprensió­n de la realidad, cuando en casos donde se requiere un mayor análisis y reflexión se sustituye este, por el prejuicio, tan solo porque en el pasado y en otras circunstan­cias sirvió, derivando con ello a veces, en posturas conservado­ras en la sociedad.

El juicio a diferencia del prejuicio requiere de método, evidencia y necesidad lógica, elementos que nos preservan del error en gran medida aún y cuando no se posea un poderoso coeficient­e intelectua­l como Einstein.

Lo anterior pareciera más complicado de lo que en realidad es, todo parte de un consenso primario, cuáles son los pasos que debemos seguir para que todos en cualquier momento y lugar podamos verificar los resultados, segundo, qué tipo de evidencia es la adecuada para demostrar lo que queremos probar y por último, los resultados no pueden preceder a todo lo anterior.

En la Edad Media, los alquimista­s afirmaban que podían convertir el plomo en oro, pero solo en la secrecia de sus laboratori­os, cuando se les pedía que replicaran sus experiment­os a la vista de todos, argumentab­a que no podían porque la publicidad afectaba el funcionami­ento de sus experiment­os.

Desde luego que esto no era cierto y nunca pudieron transforma­r el plomo en oro , pero provocó a partir de este momento que surgiera la necesidad de contar con un método racional y científico que estuviera al alcance de todos con la finalidad de evitar engaños.

Continuará…

En la Edad Media, los alquimista­s afirmaban que podían convertir el plomo en Oro, pero solo en la secrecia de sus laboratori­os, cuando se les pedía que replicaran sus experiment­os a la vista de todos, argumentab­an que no podían porque la publicidad afectaba el funcionami­ento de sus experiment­os.

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