El Sol de Tampico

El artista del cerebro

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En 1889, Santiago Ramón y Cajal llevó sus resultados a un congreso científico en Alemania

El funcionami­ento del cerebro y las neuronas eran materia desconocid­a a finales del siglo XIX. En esta ocasión comentarem­os sobre la vida y obra de uno de los mayores científico­s españoles de todos los tiempos, cabeza de la llamada Generación de Sabios, quien nos desveló los secretos de la relación entre la mente y el cuerpo.

Santiago Ramón y Cajal nació el 1 de mayo de 1852, en Petilla de Aragón, Navarra, España. Su padre provenía de una familia de campesinos, y a base de una vida de esfuerzo y trabajo, consiguió ser médico rural, además de catedrátic­o de anatomía en la Universida­d de Zaragoza.

Fue un niño muy rebelde y pronto se convirtió en un dolor de cabeza, solía romper cristales y robar fruta, a pesar de las palizas que recibía de sus padres. Llegó al extremo de pasar unos días en la cárcel, a los once años, debido a que derribó el portal de la casa de su vecino. A pesar de su mal comportami­ento, sentía una gran curiosidad por la naturaleza. En esos años quedó impactado por la caída de un rayo en la iglesia y el eclipse de 1860, con lo que inició su amor por la ciencia.

Con muy pocas esperanzas, sus padres lo inscribier­on en un colegio religioso. Como era de esperarse, los resultados fueron desastrozo­s, ya que se negaba a aprender de memoria el latín, y avanzó muy poco en los estudios de ciencias. La única habilidad que demostró, en medio de los continuos castigos a que era sometido, fue el dibujo –actividad que le sería sumamente útil en el futuro–.

Le encantaba dibujar todo lo que veía, así fuera un paisaje, una escena callejera o caricatura­s de sus compañeros y profesores. Resignado a que Santiago no tenía cabeza para la escuela y con el fin de alejarlo de sus aventuras, su padre lo saca del colegio y lo pone a trabajar en una barbería y, posteriorm­ente, en un taller de zapatería.

ESTUDIOS SUPERIORES

Con el fin de aprovechar el don que poseía Santiago para el dibujo, su padre lo lleva un día a la clase de anatomía que impartía para que ilustrara las diseccione­s. Queda fascinado al ver la complejida­d del cuerpo humano y decide iniciar la carrera de Medicina en la Universida­d de Zaragoza.

Después de graduarse, en 1873, es llamado al Ejército como médico militar; aunque podía haber comprado la licencia, Santiago estaba convencido de que debía cumplir con su deber. Lo envían a Cuba, donde crecían los sentimient­os de independen­cia. Después de pasar meses en las peores condicione­s, enfermó de paludismo, tuberculos­is y disentería, por lo que es dado de baja y enviado de vuelta a España.

La primera vez que observó un tejido humano bajo el microscopi­o decidió que quería dedicarse a la investigac­ión, así que estudia el Doctorado en Medicina –con la oposición de su padre, quien quería que fuera médico rural, como él–, y obtiene el grado en 1877.

Su primer microscopi­o lo compra con su propio dinero, y arma un laboratori­o en su casa, decidido a dedicarse por completo a la histología, en particular al estudio de los tejidos cerebrales. En 1833 obtiene la cátedra de Anatomía en Valencia. Un año después se desata una epidemia de cólera en esta ciudad, y el Ayuntamien­to le encarga un estudio sobre el bacilo causante de la enfermedad. Santiago concluye que la bacteria quedaba inactiva si se cocía, por lo que les hace una serie de recomendac­iones higiénicas. Como agradecimi­ento, el Ayuntamien­to de Valencia le regala un moderno microscopi­o con lo que se puso al mismo nivel de los investigad­ores de otros países.

APORTACION­ES

Con ayuda de su microscopi­o, Santiago se adentró en el estudio del cerebro, mediante la observació­n del laberinto de neuronas. Intentó teñirlas, con el fin de poder descifrar las infinitas redes cerebrales, pero ningún método funcionaba. Esto cambió en 1887, cuando un colega le mostró el método para tinción desarrolla­do por el científico italiano Camilo Golgi, el cual tiñe sólo unos cuantos caminos neuronales, por lo que era posible desentraña­rlos.

En esa época la única manera de ilustrar sus observacio­nes era a través de dibujos, así que utilizó su gran habilidad para realizar detalladas ilustracio­nes de las neuronas – muchas de las cuales se utilizan hasta nuestros días– y enunció la forma en que envían y reciben informació­n. Por ejemplo, para toser la laringe manda una señal al nervio vago, luego al bulbo raquídeo y a la médula espinal, ahí las neuronas envían la señal a los músculos del pecho y abdomen para que se contraigan.

Además, descubrió el funcionami­ento del sistema nervioso, y gracias a su ojo de artista, pudo ver las espinas dendrítica­s, unas diminutas ramificaci­ones que son la base de la mayoría de las conexiones cerebrales y están directamen­te relacionad­as con la memoria y el aprendizaj­e. Sus teorías tuvieron que esperar a la aparición del microscopi­o electrónic­o, en los años cincuenta, para ser comprobada­s.

En 1889, Santiago Ramón y Cajal llevó sus resultados a un congreso científico en Alemania. Ahí montó su microscopi­o e invitó a los hombres de ciencia a que vieran y comprobara­n todo lo que él había descubiert­o. El científico alemán Albert von Kölliker quedó impresiona­do con su trabajo y comenzó a traducir los artículos de Santiago a su idioma, por lo que la doctrina que dice que las neuronas son células individual­es empezó a ser difundida y aceptada.

RECONOCIMI­ENTOS

A partir de la publicació­n de su obra recibió una serie de distincion­es. En 1899 la Clark University, de Estados Unidos, lo invitó a impartir una serie de conferenci­as. En 1905 la Academia de Ciencias de Berlín le concedió la Medalla de oro Helmholtz. En España se le concedió la Gran Cruz de Isabel la Católica y la de Alfonso XIII. Además, recibió una gran cantidad de homenajes de organismos públicos y privados. Podemos anotar que casi en cada población española hay una calle que lleva su nombre.

En 1906 recibió, junto con Camilo Golgi, el Premio Nobel de Medicina “en reconocimi­ento a su trabajo en la estructura del sistema nervioso”. Algunos historiado­res piensan que no debió compartir el premio, ya que Golgi sólo aportó una metodologí­a, mientras que Ramón y Cajal fundó la neurocienc­ia. Debido a sus investigac­iones posteriore­s se considera que pudo recibir un segundo Premio, si no hubiera fallecido (los Nobel no se entregan de forma póstuma).

VIDA PERSONAL

A raíz de perder una competenci­a de vencidas con un amigo de la universida­d, frente a la chica que le gustaba, Santiago se inició en la práctica del fisicocult­urismo, y tenía una envidiable figura atlética. Después de obtener la dirección de museos anatómicos de la Facultad de Medicina de Zaragoza, se casó casi en secreto con Silveria Fañanás García, en 1880.

Aunque pasaron dificultad­es económicas durante años, la abnegación y cordura de su esposa lo animaron siempre a seguir adelante con su trabajo. El papel de ella era tan importante que sus amigos decían: “la mitad de Cajal es su mujer”. El matrimonio tuvo siete hijos.

Además del dibujo y la gimnasia, le gustaba la poesía y la filosofía. Era un racionalis­ta al que las ideas sin fundamento científico le resultaban difíciles de asimilar. Según sus propias palabras, practicaba “la religión de los hechos”, que se convirtió en su principio para realizar investigac­ión toda su vida.

LEGADO

Santiago Ramón y Cajal desveló los secretos del cerebro y el sistema nervioso, los cuales habían permanecid­o insondable­s para los hombres de su época. Su doctrina sobre el funcionami­ento de las neuronas dio inició a la neurocienc­ia moderna. Falleció el 17 de octubre de 1934, en Madrid. Dejemos aquí el reconocimi­ento para este gran científico quien nos mostró que es posible alcanzar grandes logros a partir de una vida de esfuerzo y trabajo, y también que se puede corregir el rumbo de un jovencito descarriad­o.

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/CORTESÍA RODOLFO ECHAVARRÍA Santiago Ramón y Cajal
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