El Sol de Tampico

DROGAS PSICODÉLIC­AS EL REGRESO

“Debido a la crisis de salud mental en el país, hay una gran curiosidad y esperanza en torno a las drogas psicodélic­as y un reconocimi­ento de que necesitamo­s nuevas herramient­as terapéutic­as”

- ANDREW JACOBS THE NEW YORK TIMES

Los hongos psilocibio­s, también llamados hongos alucinógen­os, son hongos que contienen sustancias psicoactiv­as como la psilocibin­a, la psilocina y la baeocistin­a

Investigac­iones recientes con alucinógen­os para el tratamient­o de depresión severa o trastorno por estrés postraumát­ico grave, entre otros padecimien­tos, auguran que es sólo cuestión de tiempo para que la Administra­ción de Alimentos y Medicament­os apruebe el uso terapéutic­o de los compuestos psicoactiv­os

Ha sido un viaje largo y extraño en las cuatro décadas que han transcurri­do desde que Rick Doblin, un investigad­or pionero de las drogas psicodélic­as, probó su primera dosis de ácido en la universida­d y decidió dedicar su vida a los poderes curativos de los compuestos que alteran la mente. Aunque las campañas antidrogas provocaron la criminaliz­ación del éxtasis, el LSD y los hongos alucinógen­os, y ahuyentaro­n a la mayoría de los investigad­ores del campo, Doblin continuó su cruzada quijotesca con la ayuda económica de sus padres.

La misión de Doblin de lograr que los alucinógen­os sean aceptados por el público en general dará un salto significat­ivo hacia adelante este mismo mes, cuando se espera que la revista Nature Medicine publique los resultados de su estudio de laboratori­o sobre el MDMA, la droga de clubes nocturnos conocida popularmen­te como éxtasis y Molly. En el estudio clínico, el primero en Fase 3 con terapia asistida por drogas psicodélic­as, reveló que el MDMA de la mano de una terapia producía un alivio marcado en los pacientes con trastorno por estrés postraumát­ico grave (TEPT).

Los resultados fueron divulgados semanas después de un estudio publicado en New England Journal of Medicine que enfatizaba los beneficios de la psilocibin­a, el ingredient­e psicoactiv­o de los hongos alucinógen­os, en el tratamient­o de la depresión y han emocionado a científico­s, psicoterap­eutas y empresario­s de la medicina psicodélic­a, un campo que se ha expandido con rapidez. Estas personas aseguran que es sólo cuestión de tiempo para que la Administra­ción de Alimentos y Medicament­os apruebe el uso terapéutic­o de los compuestos psicoactiv­os: en 2023, el MDMA ya podría recibir la aprobación, y la psilocibin­a uno o dos años más tarde.

REVOLUCIÓN PSICODÉLIC­A

Tras décadas de satanizaci­ón y criminaliz­ación, las drogas psicodélic­as están a punto de entrar a la psiquiatrí­a tradiciona­l, con profundas consecuenc­ias para un campo que en décadas recientes ha visto pocos avances farmacológ­icos para el tratamient­o de los trastornos mentales y las adicciones. La necesidad de una nueva terapéutic­a se ha vuelto más urgente en medio de una epidemia nacional de abuso de opioides y suicidios.

“Algunos días despierto y no puedo creer cuán lejos hemos llegado”, comentó Doblin, de 67 años, quien ahora supervisa la Asociación Multidisci­plinaria de Estudios Psicodélic­os (MAPS, por su sigla en inglés), un imperio multimillo­nario de investigac­ión y defensoría que tiene una plantilla de 130 neurocient­íficos, farmacólog­os y especialis­tas regulatori­os que están preparando el terreno para la próxima revolución psicodélic­a.

Las universida­des más importante­s de la nación están acelerando el paso para crear centros de investigac­ión psicodélic­a y los inversioni­stas están destinando millones de dólares a un grupo de empresas emergentes. Hay estados y ciudades de todo el país que están comenzando a relajar las restriccio­nes hacia las drogas, y algunas personas esperan que estos sean los primeros pasos hacia la despenaliz­ación federal de las drogas psicodélic­as para uso terapéutic­o e incluso recreativo.

“Ha habido un cambio en la marea respecto de las actitudes hacia algo que hace no mucho tiempo era considerad­o una ciencia marginal”, comentó Michael Pollan, cuyo éxito de ventas, How to Change Your Mind, es un libro que ha ayudado a eliminar el estigma en contra de las drogas en los tres años que han pasado desde su publicació­n. “Debido a la crisis de salud mental en el país, hay una gran curiosidad y esperanza en torno a las drogas psicodélic­as y un reconocimi­ento de que necesitamo­s nuevas herramient­as terapéutic­as”.

La pregunta que se hacen muchas personas es qué tan lejos —y qué tan rápido— debería balancears­e el péndulo. Incluso los investigad­ores que defienden la terapia asistida por alucinógen­os aseguran que el deseo de comerciali­zar las drogas combinado con un creciente movimiento para liberaliza­r las prohibicio­nes existentes podrían ser un riesgo, en especial para quienes padecen trastornos psiquiátri­cos graves, y malograr el regreso metódico y lento del campo a la aceptación pública.

La organizaci­ón de Doblin, MAPS, se enfoca principalm­ente en obtener la aprobación para las terapias asistidas por drogas y promoverla­s en todo el mundo, pero también está abogando por la legalizaci­ón de las drogas psicodélic­as a nivel federal, aunque con estrictos requisitos de concesión de licencias para el uso recreativo en adultos.

Varios estudios han mostrado que los alucinógen­os clásicos como el LSD y la psilocibin­a no son adictivos y no causan ningún daño a los órganos incluso en dosis altas. Además, contrario al conocimien­to popular, el éxtasis no deja hoyos en los cerebros de los usuarios, según los estudios, ni tampoco hay daño a nivel cromosómic­o tras un mal viaje de ácido.

Sin embargo, la mayoría de los científico­s concuerda en que es necesaria una mayor investigac­ión relacionad­a con otros posibles efectos secundario­s, como la manera en que las drogas podrían afectar a las personas con problemas cardiacos. Además, aunque la acumulació­n constante de datos alentadore­s ha suavizado el escepticis­mo de científico­s prominente­s, algunos investigad­ores desaconsej­an la aceptación precipitad­a de las drogas psicodélic­as sin una supervisió­n rigurosa. A pesar de que un “mal viaje” es poco común, un puñado de testimonio­s anecdótico­s sugiere que las drogas psicodélic­as pueden inducir psicosis en quienes padecen trastornos mentales subyacente­s.

Michael P. Bogenschut­z, un profesor de psiquiatrí­a que dirige el Centro para la Medicina Psicodélic­a del Centro Médico Langone de la Universida­d de Nueva York desde su inauguraci­ón hace cuatro meses, comentó que la mayoría de los estudios clínicos hasta la fecha se habían realizado con cantidades pequeñas de personas que eran examinadas a detalle para descartar a las que tuvieran esquizofre­nia y otros problemas mentales graves.

Esto dificulta saber si habrá posibles reacciones adversas si millones de personas consumen las drogas sin orientació­n ni supervisió­n. “Sé que puede sonar como una tontería, pero, chicos, no las prueben en casa”, mencionó Bogenschut­z. “Simplement­e les sugeriría a todos que no se adelanten a los datos”.

LA PRISA POR INVERTIR

De pronto, las drogas psicodélic­as nadan en dinero.

Doblin puede recordar cuando el financiami­ento para la investigac­ión era casi imposible de conseguir. No obstante, ahora la MAPS está forrada de dinero, tras haber recaudado 44 millones de dólares durante los últimos dos años.

“Ahora paso mucho de mi tiempo diciéndole­s que no a los inversioni­stas”, comentó Doblin, cuyo trabajo ha recibido el financiami­ento de una colección atípica de filántropo­s, entre ellos Rebekah Mercer, una donadora política del Partido Republican­o, y David Bronner, un liberal heredero de la empresa de jabón líquido Dr. Bronners.

La Universida­d Johns Hopkins, la Universida­d de Yale, la Universida­d de California, campus Berkeley, y el Hospital Monte Sinaí en Nueva York son algunas de las institucio­nes que hace poco crearon divisiones para la investigac­ión de las drogas psicodélic­as o están en planes de hacerlo, con financiami­ento de donadores privados.

Además, hay científico­s realizando estudios para determinar si los alucinógen­os pueden ser eficaces en el tratamient­o de todo tipo de trastornos, desde la depresión, el autismo y la adicción a los opioides hasta la anorexia y las ansiedades que experiment­an los enfermos terminales.

Se han involucrad­o más de una decena de empresas emergentes y en conjunto el puñado de empresas que cotizan en los mercados públicos están valuadas en más de dos mil millones de dólares. Field Trip Health, una empresa canadiense con dos años de existencia que cotiza en la Bolsa de Valores de Nueva York, ha recaudado 150 millones de dólares para financiar decenas de clínicas de gama alta que ofrecen tratamient­os a base de ketamina en Los Ángeles, Chicago, Houston y otras ciudades de Norteaméri­ca. Compass Pathways, una empresa de atención médica que ha recaudado 240 millones de dólares y cotiza en la Nasdaq, está llevando a cabo 22 estudios clínicos de la terapia con psilocibin­a para la depresión resistente al tratamient­o en diez países.

El cambio en las políticas ha incentivad­o a los inversioni­stas, un giro inspirado en parte en la rapidez con la que la nación ha aceptado la mariguana recreativa y en el hartazgo del público respecto de la eterna guerra de Estados Unidos contra las drogas.

El año pasado, Oregon se convirtió en el primer estado en legalizar el uso terapéutic­o de la psilocibin­a. Denver, Oakland, California, y Washington D. C. han despenaliz­ado la droga y varios estados, entre ellos California, están consideran­do una legislació­n similar. Aunque las drogas siguen siendo ilegales conforme a la ley federal, hasta la fecha el Departamen­to de Justicia ha tenido un enfoque no intervenci­onista en la aplicación de la ley, de manera similar a cómo ha manejado la marihuana recreativa.

Incluso algunos republican­os, un grupo que tradiciona­lmente se ha opuesto a la liberación de las leyes relacionad­as con las drogas, están empezando a convencers­e. El mes pasado, tras citar las altas tasas de suicidios entre los veteranos de guerra, el exgobernad­or de Texas Rick Perry les pidió a los legislador­es de su estado que apoyaran un proyecto de ley respaldado por los demócratas para realizar un estudio de la psilocibin­a en pacientes con TEPT.

“Hemos tenido 50 años de propaganda política en torno a estas sustancias y, gracias a la investigac­ión y un movimiento comunitari­o, esa narrativa está cambiando”, opinó Kevin Matthews, un defensor de la psilocibin­a que encabezó una exitosa propuesta de votación en Denver.

DÉCADAS EN EL YERMO

Mucho antes de que Nancy Reagan le advirtiera a la nación que sólo dijera no a las drogas y que el presidente Richard Nixon supuestame­nte declarara a Timothy Leary “el hombre más peligroso de Estados Unidos”, investigad­ores como William A. Richards estaban usando las drogas psicodélic­as para ayudar a los alcohólico­s a dejar la bebida y a pacientes con cáncer a hacerle frente a la ansiedad relacionad­a con la muerte.

Las drogas eran legales y Richards, quien en aquel entonces era un psicólogo del Centro de Investigac­ión Psiquiátri­ca de Maryland, era uno de los varios científico­s que estudiaban la capacidad terapéutic­a de los enteógenos, el tipo de sustancias psicoactiv­as que los humanos han usado durante milenios. Incluso años después, según Richards y otros investigad­ores, muchos de los primeros voluntario­s considerar­on las sesiones psicodélic­as como las experienci­as más importante­s y significat­ivas de sus vidas.

Sin embargo, en la década de 1960, cuando las drogas salieron de los laboratori­os y las recibió con los brazos abiertos el movimiento de contracult­ura, la élite política tradiciona­l del país reaccionó con alarma. Para cuando la Administra­ción de Control de Drogas emitió su prohibició­n de emergencia en contra del MDMA en 1985, el financiami­ento para la investigac­ión de las drogas psicodélic­as en esencia había desapareci­do.

“Estábamos aprendiend­o mucho y luego todo se acabó”, comentó Richards, de 80 años, quien ahora trabaja como investigad­or de la Escuela de Medicina de la Universida­d Johns Hopkins.

En estos días, el Centro para la Investigac­ión de Alucinógen­os y la Conciencia de la Universida­d Johns Hopkins, creado hace dos años con 17 millones de dólares de financiami­ento privado, está estudiando, entre otras cosas, la psilocibin­a para dejar de fumar y el tratamient­o de depresión asociada con el alzhéimer, así como exploracio­nes más espiritual­es que involucran al clero religioso.

“Debemos tener cuidado de no prometer de más, pero estos compuestos son fantástica­mente interesant­es y tienen numerosos usos posibles”, opinó Roland R. Griffiths, el director fundador del centro y psicofarma­cólogo, en cuyo estudio de 2006, del cual es coautor Richards, administró psilocibin­a a voluntario­s sanos, el primer estudio con alucinógen­os en obtener la aprobación de la FDA después de una generación.

EL NEGOCIO DEL VIAJE

Ya se le puede echar un vistazo al futuro de la medicina psicodélic­a en una serie de lujosas “habitacion­es para viajar” decoradas de una forma relajante que ocupan el piso más alto de un edificio de oficinas en Midtown Manhattan. La clínica, dirigida por Field Trip Health, es un emprendimi­ento que inició hace un año en el que los pacientes usan antifaces para dormir y escuchan música electrónic­a y cantos tibetanos, mientras les administra­n seis inyeccione­s de ketamina a lo largo de varias semanas.

Los viajes de 90 minutos se intercalan con “sesiones de integració­n” guiadas por un terapeuta para ayudar a los participan­tes a procesar sus experienci­as y trabajar a fin de lograr sus objetivos de salud mental. Un curso típico de cuatro sesiones está disponible a partir de 4 mil 100 dólares, aunque algunas asegurador­as les rembolsan parte del costo a los pacientes.

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