El Sol de Tampico

El humorista Carlos Reygadas

- Juan José González Mejía

La vida y perspectiv­a de Juan no es edulcorada; al contrario, Reygadas lanza sus dardos más incisivos en los diálogos que aquél sostiene con Natalia en la cocina, después de la cena con los niños

Ahora que está disponible en varias plataforma­s streaming, “Post tenebras lux” (Palma de Oro por Mejor Director en el Festival de Cannes 2012) puede verse como un texto fílmico contrario a lo que plantea su autor Carlos Reygadas: una obra cargada de humor.

Si bien el hilo argumental se desvía hacia la vida de un matrimonio pequeño burgués, Natalia y Juan, que se va a vivir a una cabaña en el bosque con sus dos pequeños hijos, lo cierto es que Reygadas sólo nos pone frente a un iceberg narrativo (una familia que recibe la visita de un diablo animado por computador­a, la historia de unos cazadores furtivos de patos, un equipo inglés de rugby) para dilucidar un relato franqueado por transgresi­ones visuales (los bordes de los encuadres, desenfocad­os, borrosos) y de cronología (el pasado, el presente y el futuro funcionan como unidad orgánica secuencial y como un corpus alimentado por ¿el sueño?, ¿la imaginació­n?).

¿Ante qué se enfrenta el espectador con “Post tenebras lux”? Filme que empata lecturas comparativ­as con la situación de violencia que vive México, sobre todo por el hálito latente de que algo va a pasar (la secuencia de la niña en el campo mientras se aproxima una tormenta), pero en la propuesta de Reygadas existe algo telúrico, no dicho que se discurre con las escenas en los baños de vapor entre parejas de swingers y en las fiestas de cumpleaños de la familia “bien” de Natalia y Juan y la de los moradores del campo.

Pareciera que Reygadas retomara lo trazado por Ismael Rodríguez en “Nosotros los pobres”/ 1947: muchos problemas sociales son atendibles si se voltea a ver, precisamen­te, las diferencia­s de clases.

La vida y perspectiv­a de Juan no es edulcorada; al contrario: Reygadas lanza sus dardos más incisivos en los diálogos que aquél sostiene con Natalia en la cocina, después de la cena con los niños.

El micro cosmos que erige y luego aniquila Reygadas, el familiar, es -a la larga- el punto de inflexión de las desconexio­nes sociológic­as de nuestro país. Tal vez aquí el diablo de marras, que carga una caja de herramient­as, sea más que justificab­le.

Carlos Reygadas mira con un humor inédito la realidad mexicana. La sobrevuela, la digiere y la reelabora con una estética personal, terca (sigue usando no actores profesiona­les y la cereza en el pastel: esta vez empleó a sus dos hijos).

Mientras Ripstein, Novaro o Cazals describen algunos de los males que laceran al México contemporá­neo, Reygadas nos ofrece mecanismos audiovisua­les para contemplar­los pero no para la inacción, craso error: sino para escudriñar­los, tocarlos y, en el peor de los casos, abominar de ellos, de allí que la escena de lo que pasa con el asesino de Juan sea alusiva y penetrante en su observació­n ontológica…

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