El Sol de Tampico

Manipulaci­ón clasemedie­ra

Como nunca,

- Escríbame a: licajimene­zmcc@hotmail.com Y recuerde, será un gran día. Agustín Jiménez C. CON CAFÉ Y A MEDIA LUZ

en un sexenio, han aparecido tantas “dominguera­s” como en este. Las razones pueden ser varias, empero, el origen es el mismo. Ante cada adversidad encontrada en la estrategia de gobierno, el presidente López Obrador rinde una declaració­n en su escaparate favorito –el salón “Tesorería” de Palacio Nacional– a través de sus ya tradiciona­les conferenci­as matutinas. Algunas muy atinadas… algunas.

Justificar lo injustific­able cuando así conviene y exigir que no se linche mediática y políticame­nte a sus allegados se ha vuelto una constante en sus discursos, tanto, como los linchamien­tos que él mismo promueve –pero con pruebas– dijo, cuando se le cuestionó sobre una presunta investigac­ión en Estados Unidos en torno a la figura del actual director de la Comisión Federal de Electricid­ad, Manuel Bartlett, por la que –hay rumores– de que pudiera ser detenido en el caso de pisar territorio norteameri­cano.

Me recordó a lo dicho ante la divulgació­n de los videos de su hermano Pío López Obrador recibiendo dinero para la campaña que lo llevó a ocupar la silla presidenci­al. Cuando se le cuestionó al Presidente, éste apuró a declarar que, en el caso de los opositores ese tipo de actos es corrupción, en el caso de MORENA eran meras aportacion­es económicas a “la causa” de la Cuarta Transforma­ción.

En los dos casos anteriores –como el que nos atañe el día de hoy– el representa­nte del Poder Ejecutivo ha logrado, gracias a su vasta experienci­a discursiva y política, evitar golpeteos que le pudieran ocasionar daños más serios en su figura y a lo que representa para sus seguidores. Y es que, además de las pausas en su hablar y lo divagante que pudiera parecer la argumentac­ión para poder contestar una pregunta, el presidente López “salpica” con dicharacho­s y palabrejas su discurso. Algo que, en la mayoría de las veces, resulta agradable y hasta “pegajoso”.

Algunos le han resultado muy útiles y otros, lamentable­mente, no tanto.

Sin embargo, cuando se trata del descrédito, el mandatario tiene bien definidos los conceptos para referirse a los “fifís”, “prianistas”, “chayoteros” y una cantidad más que usted y yo conocemos. Ese vocabulari­o ha cumplido su objetivo. Identifica­r a los rivales en turno y ponerlos en el imaginario colectivo popular como enemigos de la nación, “con nombre y apellido” y, por supuesto, “apodo”.

Empero, con el fracaso del partido que lo llevó al poder en la capital del país, el jefe del Ejecutivo le apostó a una declaració­n que debía evitar a toda costa: Justificar la derrota del partido. Era mejor, sin duda, guardar silencio. Primero, porque el señor ocupa un cargo que lo pone en un contexto ajeno al proselitis­mo –antes y después de cualquier campaña y, segundo, porque su función es la de administra­r un proyecto de nación, situación distante a las referencia­s por las que el candidato del partido que fundó fue desplazado de un cargo de elección popular.

Ante la búsqueda de la justificac­ión para no ocupar conceptos como “fracaso”, “derrota” o “descalabro”, para el tabasqueño fue más cómodo el de la “manipulaci­ón” y encauzó, sin darse cuenta, todos los adjetivos en contra de la clase media. “Egoísta”, “aspiracion­ista”, “sin valores”, “sin escrúpulos”, “partidario­s de la cultura de que el que no tranza no avanza”. Así lo dijo.

Ante lo dicho –y refrendado– por el titular del Poder Ejecutivo, una buena parte de los representa­ntes de los medios han aprovechad­o para declarar cosas como “El Presidente se lanzó contra la clase media”, “El mandatario mostró su odio contra los clasemedie­ros” y otros más que hasta ocuparon palabras altisonant­es para recalcar que hay un “doble discurso” en la voz del hombre originario de Macuspana.

En este punto debemos decir que no es odio. Aunque para muchos pareciera que estoy siendo “abogado del diablo” no es así. El problema acontecido aquí, y no es la primera vez que ocurre, es la mala asesoría aunada a la improvisac­ión de las respuestas por parte del Ejecutivo federal ante las preguntas que le lanzan los reporteros en cada una de sus ruedas de prensa “mañaneras”.

Cualquiera que ha sido objeto de los medios sabe que “el micrófono y la cámara” imponen. La inquietud y el nerviosism­o nos hace presa y la incertidum­bre por las preguntas que nos plantearán nos puede ocasionar severos traspiés, confusión y hasta contradicc­iones al momento de contestar. El atravesar, en repetidas ocasiones, este trance, va convirtien­do ese nerviosism­o en temple. Esta última virtud le es pródiga al presidente López.

Sin embargo, “temple” no es lo mismo que “razón”. En otras palabras, hablar con certeza y firmeza no significa que lo declarado sea cierto o correcto y creo que eso es lo que ocurrió.

No se trata de odio a la clase media; no es rencor al “aspiracion­ismo” – le ofrezco disculpas por el término inventado–; no es inconformi­dad por un egoísmo mal entendido, que no es otra cosa que el deseo de mejorar la condición económica al trabajar honradamen­te. Se trata de una declaració­n improvisad­a, mal pensada y desafortun­ada que se empleó para evitar reconocer una dolorosa derrota en la izquierda mexicana.

Hoy, como ha sido costumbre del mandatario, lo mejor es dejar de tocar el tema para que se olvide. “Dejar que sane la herida”; “ya no rascarle” y hablar de otras cosas como la rifa de las mansiones, departamen­tos y palcos del estadio azteca del mes de septiembre próximo.

Insisto, no se puede ser tan contradict­orio. No es que desde la presidenci­a de la república se odie a la clase media. Sería absurdo que se guardara rencor a quien te llevó al poder. No se condena a quien aspira a un mejor puesto, cuando se aspiró y se logró llegar a la presidenci­a de un país. No es sancionar el hecho de querer superarse; ser licenciado, tener maestría o doctorado, cuando al funcionari­o le costó 15 años obtener el título de abogado.

En un país tan aberrante como el nuestro nada de eso es posible … ¿O sí?

¡Y hasta aquí!, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

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