Don Antonio Hernández y su marimba itinerante
Como padre, su legado ha sido heredar a sus hijos el gusto por los acordes
Antonio Hernández Ramírez es un hombre que ama la música desde pequeño, la necesidad económica y el destino lo llevó a aprender de manera empírica a tocar la marimba hace más de 40 años y desde entonces es un músico itinerante, recorre las calles de Tampico y Ciudad Madero llevando alegría hasta los hogares.
“Soy músico de oído nada más, nada de preparación musical, toco la marimba y a veces el tecladito, aprendí a tocar con otros amigos gracias a un señor que conocí hace muchos años y él me inició en la música, desde entonces se convirtió para mí en una forma de vida”, declara.
CAMINA DIARIAMENTE ENTRE 5 Y 10 KILÓMETROS
Cargando su marimba y el güiro diariamente recorre entre cinco y diez kilómetros, entonando temas como “El cuerudo tamaulipeco”, “El siete mares”, “El maderense”, “El navegante”, “Tampico hermoso”, entre otros.
“Es muy bonito ver cómo las familias salen de sus casas a escuchar las melodías de antaño y además agradecen con una moneda”, dice el filamónico errante.
TRADICIÓN QUE SE HEREDA
A don Toño la música también le dio la oportunidad de conocer a quien es el amor de su vida, doña Martha, con quien procreó cuatro hijos, dos de ellas mujeres, y ocho nietos; en la actualidad, sus dos hijos varones se dedican a mantener el legado llevando la música a todos los rincones de Tamaulipas. Ese es justamente otro de sus orgullos, que la pasión por las melodías haya trascendido a sus descendientes.
FESTEJA EL DÍA TOCANDO LA MARIMBA
“Para mí el mejor festejo del Día del Padre es haciendo lo que más amo, que es tocar la marimba, llevándole música a las familias hasta las puertas de su casa, algunos inclusive salen a cantar y bailar, eso me hace muy feliz”, comenta don Antonio.
Poco a poco la marimba ha ido desapareciendo debido a que a las nuevas generaciones ya no les llama mucho la atención, sin embargo, su amor por la música y este instrumento lo mantienen con ánimo para conservar viva esta tradición, de origen africano.
“Ha ido bajando el interés paulatinamente, afortunadamente aquí en nuestra zona la gente lo sigue aceptando muy bien”, dice el hombre, que disfruta cuando los que escuchan sus temas sonrían e incluso se aventuren a bailar. A sus 71 años, las fuerzas ya no son las mismas, pero el amor por la música se mantiene intacto.