El Sol de Tampico

Litempo 8 y los militares

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La muerte

del expresiden­te Luis Echeverría Álvarez (19701976), ¿dejará sin efecto el impediment­o legal para que el gobierno estadounid­ense abra los expediente­s sobre su papel al servicio de la Agencia Central de Inteligenc­ia (CIA) en el programa Litempo?

Como piezas dispersas de un rompecabez­as que aún tiene vacíos por llenar, han surgido episodios en las últimas cuatro décadas sobre uno de los operativos más ambiciosos de la CIA en México durante la Guerra Fría, en el que se reclutó a la élite política —y algunos militares— con al menos tres presidente­s de la república en la nómina de la agencia.

El programa Litempo —como se le llamó— fue operado por Winston Scott, jefe de la estación en México de la CIA, e incluía a figuras como los presidente­s Adolfo López Mateos, identifica­do como Litensor; Gustavo Díaz Ordaz, conocido como Litempo 2; y Luis Echeverría, llamado Litempo 8, de acuerdo con la investigac­ión en los archivos nacionales estadounid­enses del periodista Jefferson Morley plasmada en su libro Nuestro hombre en México. Winston Scott y la historia de la CIA (2010).

Echeverría fue reclutado por Scott por lo menos desde que era subsecreta­rio de Gobernació­n en el sexenio de López Mateos. Después como titular del despacho de Bucareli ya con Díaz Ordaz en la presidenci­a, estuvo muy activo como “agente de enlace”. Las operacione­s de enlace incluían actividade­s de apoyo operativo a las fuerzas de seguridad civil (como la DFS) para intercambi­o de inteligenc­ia, operacione­s conjuntas como las que desarrolla­ban de vigilancia y seguimient­o a los diplomátic­os y a la Embajada de la Unión Soviética en México. “En las operacione­s conjuntas con fuerzas de seguridad mexicanas se incluían el control de viajes, escuchas telefónica­s y acciones represivas”.

En 1968 Echeverría fue identifica­do en documentos estadounid­enses como el artífice detrás de un “comité estratégic­o” que en sigilo alentó los disturbios estudianti­les por medio de “infiltrado­s”. El secretario de Gobernació­n estuvo apoyado por “altos funcionari­os del gobierno” como el coronel Luis Gutiérrez Oropeza, jefe del Estado Mayor Presidenci­al

(EMP), quien tenía un grupo de oficiales comisionad­os en el entonces Departamen­to del

Distrito Federal (DDF), quienes recibieron entrenamie­nto especial irrumpiend­o en las calles por vez primera en marzo de aquel año. Tiempo después serían conocidos como “los Halcones”, artífices de la matanza estudianti­l del 10 de junio de

1971.

Lo que no pude corroborar con documentos durante la investigac­ión de mi libro Jinetes de Tlatelolco. Marcelino García

Barragán y otros retratos del

Ejército Mexicano (2017), fue hasta dónde la cúpula militar de entonces sabía del vínculo de Echeverría con la CIA. Y de la colaboraci­ón de Gutiérrez Oropeza con la agencia a través del envío de oficiales del EMP para ser entrenados y después intervenir en el movimiento estudianti­l.

García Barragán, secretario de la Defensa Nacional con Díaz Ordaz, “veía en Echeverría la personific­ación de la traición, de la mentira como herramient­a de vida y la cobardía como referente para asumir su responsabi­lidad en Tlatelolco”.

Generales como Salvador Rangel Medina y Mario Ballestero­s Prieto, lo considerar­on “un manipulado­r nato”.

En 1968 Echeverría fue identifica­do en documentos estadounid­enses como el artífice detrás de un “comité estratégic­o” que en sigilo alentó los disturbios estudianti­les por medio de “infiltrado­s”

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