El Sol de Tampico

La disyuntiva

- *Periodista. Directora del portal informativ­o SemMéxico: https:// www.semmexico.mx

Hay una

trampa en el sistema del patriarcad­o. Nada más complejo que explicar cómo y cuándo las mujeres deben, pueden o es ético apoyar a otra mujer, sólo por ser mujer.

Han empezado a surgir opiniones y razonamien­tos, desde los hombres que ocupan espacios como este, sobre por qué se apoya o no a alguna de las “corcholata­s”, con un fundamento del todo equivocado.

Hemos sido las feministas las que emprendimo­s hace algunas décadas la tarea de equilibrar el poder con el ingreso de las mujeres a espacios de toma de decisiones y puestos en la política, dominada, no sólo en número, sino en concepcion­es de democracia, libertades fundamenta­les o manejo de los recursos materiales o simbólicos, por la visión masculina o patriarcal.

En ese entuerto, hoy habría que saber que no nada más queremos el crecimient­o numérico de mujeres en el poder —organizado y dominado por los hombres—, sino que deseamos que incidan en el cambio y transforma­ción en la política real para ser tratadas por nuestra especifici­dad histórica y por lo que significan nuestras experienci­as, no únicamente como cuerpo de mujeres, sino como entes que sobreviven a la exclusión y la discrimina­ción milenarias.

Es decir, más allá de tener una mujer en la presidenci­a de cualquier organismo decisorio, un gobierno estatal o un municipio, se trata de que sean capaces de poner en el centro la democracia genérica, de comprender a fondo la condición en que viven las mujeres, que no evadan la discrimina­ción, el hostigamie­nto y la violencia contra ellas. Que trabajen por el cambio, realmente.

Menudo problema, cuando en México hay quienes afirman: ¿Y qué más quieren? Son el 50 por ciento en los congresos, mandan en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en el Instituto Nacional Electoral y en muchos gobiernos. Piensan que lo más lógico sería apoyar a cualquier mujer que quiera llegar o llegue, por ejemplo, a la Presidenci­a de la República. Además, es ley que deben ser 50 por ciento en los tres poderes de la Unión, en los tres niveles de gobierno, en empresas, bancos, escuelas o cualquier espacio de la administra­ción.

Nosotras decimos con las italianas, hace cuatro décadas, que cuerpo de mujer no garantiza. Que una mujer subordinad­a a su jefe político, a su marido o a su jefe de empresa y acrítica sobre la condición de otras miles o millones de mujeres no llena la aspiración que tenemos de transforma­r al mundo. Una mujer enajenada, sin visión de mujer, repetirá el modelo, esquema, forma de actuar y gobernar de los hombres.

Esas mujeres están enajenadas. Les sucede algo parecido al síndrome de Estocolmo, donde la víctima desarrolla un vínculo positivo hacia su captor, como respuesta al trauma del cautiverio, observado en diferentes casos, tales como secuestro, esclavitud, abuso sexual, prisionera­s de guerra o violencia de pareja.

Por ello, desde el feminismo no podemos apoyar, por ética y affidament­o, a cualquier mujer, sino a aquellas con una visión comprometi­da con las necesidade­s y aspiracion­es de todas las demás, desde una perspectiv­a feminista, dispuestas a luchar contra la discrimina­ción femenina y la exclusión, a defender los derechos humanos y oponerse a quienes colocan a las mujeres como objetos sexuales o sus cuerpos para el comercio.

Si las que aspiran al poder cumplen, acatan o admiten reglas, acciones, errores o manipulaci­ón del patriarcad­o, no podemos apoyarlas. Es claro: queremos mujeres con conciencia.

Se ha probado que muchos hombres intentan, propician, empujan políticas de justicia para las mujeres. Es decir, no es antifemini­sta apoyar a un hombre que es mejor que una mujer en el terreno de la democracia genérica. Hay que pensarlo. Veremos…

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