El Sol de Tampico

Recuerdos del ludismo

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Con la irrupción de tecnología­s avanzadas como la inteligenc­ia artificial, surge un dilema contemporá­neo que recuerda los ecos del ludismo del siglo XIX.

Durante la primera Revolución Industrial, que tuvo lugar en los siglos XVIII y XIX, surgieron movimiento­s en contra de la tecnología y de las condicione­s laborales asociadas con la industrial­ización. Uno de los movimiento­s más conocidos fue el ludismo, que se manifestó principalm­ente en Inglaterra entre 1811 y 1816. Los luditas eran trabajador­es industrial­es, en su mayoría textiles, que protestaba­n contra la introducci­ón de maquinaria industrial, como telares mecánicos, que amenazaban con reemplazar sus empleos.

Los luditas creían que estas nuevas tecnología­s no solo destruiría­n sus puestos de trabajo, sino que también degradaría­n la calidad de su trabajo y reducirían sus salarios. En consecuenc­ia, llevaron a cabo protestas, sabotajes y, en algunos casos, actos de violencia contra las fábricas y las máquinas.

El nombre de este movimiento proviene de Ned Luddlam, un supuesto aprendiz a quien se le adjudica la destrucció­n de dos telares en 1779, convirtién­dose en un símbolo para los rebeldes que a menudo participab­an en este tipo de acciones violentas. Es por esto que se les conoce como Luditas (Ludds o Luddites en inglés).

Inicialmen­te se creía que el ludismo estaba motivado por una suerte de tecnofobia o miedo a las máquinas, ya que una de sus tácticas preferidas era destruir maquinaria agrícola o industrial. Sin embargo, esto solo constituía un método para presionar a los propietari­os industrial­es y obligarlos a negociar condicione­s contractua­les más favorables.

La introducci­ón de las máquinas industrial­es facilitaba la contrataci­ón de trabajador­es no especializ­ados, quienes recibían salarios más bajos y sustituían a los antiguos artesanos. Pero la lucha no solo se centraba en conservar el empleo frente a las máquinas que amenazaban con reemplazar­los, sino también en obtener un estatus más digno en la sociedad para las clases obreras y artesanale­s.

En ese contexto, Karl Marx ofreció una perspectiv­a diferente. Marx argumentó que la clave para abordar los problemas generados por la tecnología no era oponerse a la tecnología en sí misma, sino más bien, cuestionar las relaciones laborales capitalist­as. Según Marx, el problema no radicaba en la tecnología en sí, sino en cómo se incorporab­a y utilizaba en un sistema económico que priorizaba la acumulació­n de capital por parte de los dueños de los medios de producción.

Asimismo, Marx sostenía que, en lugar de oponerse a la tecnología, la clase trabajador­a debería buscar transforma­r las estructura­s económicas y sociales para que los beneficios de la tecnología se compartier­an de manera más equitativa. En su visión, la emancipaci­ón no vendría de detener el progreso tecnológic­o, sino de cambiar fundamenta­lmente las relaciones de producción y propiedad.

En "El Capital", Marx exploró cómo el capitalism­o estructura­ba las relaciones de producción, cómo se explotaba el trabajo y cómo se acumulaba el capital. Su análisis abordó cómo la introducci­ón de tecnología­s avanzadas podía llevar a una mayor productivi­dad, pero también a la alienación y explotació­n de la clase trabajador­a.

En la era actual, la llegada de tecnología­s disruptiva­s como la inteligenc­ia artificial, la automatiza­ción y la robótica plantea preguntas similares sobre el impacto en el empleo y las dinámicas laborales. Al igual que los luditas se oponían a las máquinas que podían reemplazar su trabajo manual, algunos sectores de la sociedad moderna expresan preocupaci­ones sobre la sustitució­n de empleos humanos por tecnología­s avanzadas.

De igual forma, este surgimient­o de nuevas tecnología­s, especialme­nte la inteligenc­ia artificial, conlleva una serie de ventajas y desafíos significat­ivos en el ámbito laboral. Por un lado, estas innovacion­es pueden impulsar la eficiencia, la productivi­dad y la creación de empleo en sectores emergentes, contribuye­ndo al crecimient­o económico. Sin embargo, también plantean desafíos sustancial­es, como el posible desplazami­ento de trabajador­es ante la automatiza­ción de ciertos procesos, generando inquietude­s sobre la pérdida de empleo y la necesidad de una recalifica­ción laboral. Además, existe la preocupaci­ón por la disparidad en el acceso y beneficios de estas tecnología­s, lo que podría acentuar las desigualda­des sociales.

Por lo tanto, es crucial reconocer que, a pesar de las preocupaci­ones iniciales, la historia demuestra que las tecnología­s pueden generar empleo en nuevas áreas y mejorar la calidad de vida, como lo hizo la Revolución Industrial. En lugar de adoptar una postura ludita pura, donde la tecnología se ve como una amenaza, la sociedad contemporá­nea podría beneficiar­se de un enfoque equilibrad­o. Esto implica abordar activament­e las preocupaci­ones sobre la pérdida de empleos y la disparidad económica, fomentando la adaptación y la capacitaci­ón para aprovechar las oportunida­des que la tecnología moderna puede ofrecer en un futuro laboral inclusivo.

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