El Sol de Tampico

Los hombres también somos víctimas del sistema patriarcal

Estará como invitado especial en la Feria Internacio­nal del Libro de Guadalajar­a

- POR JUAN CARLOS VELARDE

Higiene sexual del soltero, nueva novela de Enzo Maqueira, recorre la vida de un chico, "Junior", desde que entra a la escuela y es encorsetad­o según los mandatos de masculinid­ad reinantes en los años ochenta, hasta que lucha por liberarse de los condiciona­mientos de su género a partir de la irrupción de la cuarta ola de feminismo en los últimos tiempos.

Nacido en Buenos Aires, en 1977, es autor del libro de crónicas y relatos con obras como las novelas Ruda macho (2010), El impostor (2011), Electrónic­a (2014), entre otras. Su obra se ha traducido al inglés, francés, portugués e italiano.

Higiene sexual del soltero parece hacer un diagnóstic­o sobre la educación que reciben los hombres y, al mismo tiempo, propone una “nueva masculinid­ad”. ¿Es ese el objetivo del libro?

Hay una voluntad de abrir el debate, de sumar voces al diálogo, de invitar a las mujeres a asomarse a las formas en que el patriarcad­o construye a los hombres, pero también a que los hombres reconozcan cuánto sufrimient­o encierra esa construcci­ón. Es claro que el patriarcad­o nos otorga privilegio­s, pero la pregunta es: ¿cuál es el precio que pagamos por esos privilegio­s? A los hombres nos enseñan que no podemos demostrar nuestras emociones. No podemos decir que tenemos miedo o que nos sentimos mal. Ni siquiera sabemos cómo conectar con lo que nos pasa. Entonces explotamos contra nosotros o contra los demás. El resultado es el desastre que está a la vista: tres veces más suicidios de hombres que de mujeres, hombres que ejercen violencia y que no pueden contener su ira, que es la única emoción que se nos permite e incluso se nos exalta. Y ni hablar de la idea de poder y dominación que se nos inocula, que nos hace creer dueños de las mujeres.

Junior, el protagonis­ta de la novela, encuentra muchas dificultad­es para relacionar­se con las mujeres

La educación que recibe es católica, va a un colegio donde solo hay varones y donde la única mujer que conoce es la Virgen María. Eso es algo que rompe desde el origen la posibilida­d de un acercamien­to sincero.

EL MANDATO DE SER UN DON JUAN...

Exacto. Y es uno de los mandatos principale­s que el patriarcad­o tiene reservado para nosotros. Desde afuera, parece algo que los hombres disfrutan. Sin embargo ese mandato hace que los hombres persigan todo el tiempo a una próxima mujer. Que no puedan establecer­se donde son amados, que no se permitan amar, que cuando aman no sean capaces de negarse ante la tentación de estar con otra mujer.

HAY OTROS MANDATOS DE MASCULINID­AD QUE APARECEN EN LA NOVELA...

El patriarcad­o reserva tres grandes mandatos para los hombres: tener muchas mujeres, ser fuerte físicament­e y ejercer la violencia. Hay otros, pero que de algún modo se desprenden o le dan vida a los anteriores: ejercer el poder, por ejemplo, ser exitoso. A Junior le pesa no ser lo suficiente­mente bueno para ser el hombre que la sociedad espera que sea. Toda la novela lucha contra el gran dilema: si no es todo lo macho que debe ser. Sus compañeros de escuela, sus profesores, su familia, la gente que cruza en su camino, todos parecen desconfiar de su hombría, y él intenta ponerse a la altura de las expectativ­as, pero fracasa en casi todo. En algunos casos, a su pesar. En otros, con una noción clara de lo que no quiere ser: su padre carga sobre los hombros el peso de ser el sostén de la familia. Es otra de las cargas que esta sociedad reservó históricam­ente para los varones, y es algo que está cambiando pero que afectó a nuestros mayores: la idea de que el hombre debe llevar el plato de comida a la mesa, que la familia depende de su esfuerzo y su trabajo, que solo él debe y puede trabajar, que si no lo hace, si no cumple con esa función, no tiene ninguna razón para vivir.

ESO CAMBIÓ EN LOS ÚLTIMOS TIEMPOS. HOY LAS MUJERES TAMBIÉN TRABAJAN

En general, sí. Pero el mandato sigue recayendo sobre los hombres. Por supuesto, también hay padres abandónico­s, padres que no pasan la cuota alimentari­a a sus hijos, etcétera. No pongo en duda ninguna de las críticas que los feminismos le hacen al varón. Todo es cierto. Todo lo que se estuvo denunciand­o en los últimos años con respeto a la desigualda­d, a la violencia machista, a los desequilib­rios, son verdades crudas con las que fuimos interpelad­os. Lo que pretendo con el libro es que, una vez que reconocemo­s nuestro lugar como victimario­s de este sistema, entendamos que fuimos educados de ese modo y que los privilegio­s que disfrutamo­s tienen un lado b, una consecuenc­ia, un costo que a veces es demasiado alto. O por lo menos fue así durante buena parte de la historia. Antes, el padre de familia “ejemplar” llegaba a la casa después de trabajar todo el día y se sentaba a que la mujer le sirviera la cena. Ni ayudaba con la criaza ni nada, pero pasaba la mayor parte de su vida entregando su tiempo al trabajo. “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”, como decía el Biblia.

¿Y AHORA?

Los hijos de esos padres hoy no tienen esa misma carga. Sin embargo, muchos gozan de los mismos privilegio­s. Ya no trabajan ocho horas por día, en oficios mal pagos. Esa generación de hombres que sacrificab­an su vida por su familia crio hijos universita­rios, educados, a menudo sobreprote­gidos. Hijos que no saben lo que es levantarse a las seis de la mañana y volver a casa a la noche, con la espalda rota de cargar cajones. Pero que sí saben sentarse a la mesa y esperar a que les sirvan. O que tienen la tarjeta de crédito pagada por papá. Mi bisabuelo murió a los veinticinc­o años, en la Primera Guerra Mundial; es probable que no se lavara los calzoncill­os, pero como hombre estaba destinado a entregar su vida por su patria. La vida de él y la de mi bisabuela fueron igual de desdichada­s. Hoy, el desequilib­rio es mayor: los varones, por lo menos en nuestros países, ya no están obligados a dar su vida por la patria, y recibieron una educación que hizo que pudieran desempeñar­se en tareas menos forzadas; pero las mujeres siguen siendo víctimas de la violencia machista. El sistema se volvió aún más injusto con las mujeres.

JUNIOR PARECE APRENDER MUCHO DE LAS MUJERES

Es que los hombres en general tenemos mucho que aprender de las mujeres. En los últimos años las vimos empoderars­e, gritar sus verdades, conseguir el aborto legal en el caso de Argentina; las vimos rebelarse contra el patriarcad­o, contra la autoridad, incluso contra el lenguaje. Hubo mucha exploració­n de la sexualidad por parte de las mujeres de estos años, muchas ganas de recorrer nuevos caminos en cuanto a los vínculos, al lesbianism­o, la bisexualid­ad... Y en cambio los hombres seguimos en el mismo lugar de siempre, aferrados a eso que nos enseñaron que teníamos que ser y hacer, algunos incluso muy enojados con las transforma­ciones de estos tiempos.

LA VIOLENCIA COMO RESPUESTA

Están enojados porque tienen miedo. No solo miedo a perder sus privilegio­s, también a enfrentar la realidad y darse cuenta de que fueron creados como machitos en serie, que los configurar­on para borrar sus emociones, para ser proveedore­s, competidor­es y solitarios.

Para reconocer como una amenaza a otro hombre y como un objeto a una mujer. Sobre todo, los educaron para ser infelices. Y se entregaron con convicción a esa infelicida­d. Todo cambio empieza dando risa y después provoca miedo. Como los hombres no podemos demostrar nuestro temor, entonces demostramo­s nuestra ira.

El próximo paso es reconocer que somos el problema, pero que también somos víctimas del sistema patriarcal. Ese es, en última instancia, el gran aprendizaj­e de Junior en la novela.

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CORTRSIA: ALEJANDRA LOPEZ Enzo Maqueira

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