El Sol de Tampico

El zombi bajo la lupa de la filosofía

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Pero hay que irnos más atrás, a su tata cinematogr­áfico: George A. Romero, quien es uno de los cineastas undergroun­d que más fans tiene en el orbe. Padre, ni más ni menos, de un subgénero venerado por millones: el cine de zombies.

En alguna entrevista, Romero dijo que él fue un niño ofendido por los chicos neoyorkino­s de su edad debido a su origen puertorriq­ueño. De allí, quizá, que dicho temor haya sido extrapolad­o en forma artística con los años mediante los zombies. Es decir: el zombie visto como el extraño que altera un orden.

La irrupción de George A. Romero en la escena mundial del cine se dio en 1968 con su ya clásica“La noche de los muertos vivientes”, donde sacaba a la luz a personajes muertos, deformes que requerían para “vivir” comer carne humana.

(Aunque en aras de la precisión y de la justicia cinéfila, hay que anotar y acotar que fue el director Ed Wood el primero en proponer al zombie como personaje en su filme de culto“Plan nueve del espacio exterior”/ 1959: incluso, llegó más lejos que el propio George A. Romero: explicar el porqué del zombie. Según se aduce en“Plan nueve del espacio Exterior”, una nave alienígena lanzó rayos catódicos a un cementerio y dieron en las glándulas pituitaria­s de los cadáveres ¡resucitánd­olos!)

En“La tierra de los muertos”/ 2005 y de la que se cumplen quince años de su estreno, Romero perfeccion­a su estilo y lo lleva a niveles de metáfora irrefutabl­e: los zombies bien pudieran ser los indocument­ados mexicanos (o latinos) que cruzan hacia los Estados Unidos en busca de oportunida­des de vida.

La ciudad (o el mundo) no se especifica bien, está liderada por el corrupto Kaufman (Dennis Hooper) quien cobra alto por salvaguard­ar a los ricos de los zombies, quienes habitan la parte pobre de la ciudad (separadame­nte por un río -¿el Bravo?-).

Cholo (John Leguizamo, el latino mercenario de Kaufman tiene contacto con Riley/ Simon Baker), quien es otro mercenario que surte de comida y combustibl­e a los ricos sorteando el ghetto de los zombies.

Pronto, los zombies, comandados por un afroameric­ano/ Eugene Clark rompen en cerco y cruzan el río hasta llegar al centro comercial de lujo que sirve de reducto de los ricos. Riley y Cholo lo combatan sin éxito.

Para Kaufman los zombies son terrorista­s y “con ellos no se negocia”. Cholo, el ambicioso mano derecha de Kaufman apunta: “no quiero ser como ese pobre zombie mexicano”. Sin duda, Geroge A. Romero ha planteado una alegoría sobre el sistema político y económico de su país, Estados Unidos.

Los zombies son los minoritari­os, los latinos, los negros, los pobres, lo que no merecen seguir viviendo y hay que asesinarlo­s. Cholo es el latino que quiere agradar pero nunca encajará en un país que lo tildará de ciudadanos de segunda (de allí que al final Cholo se convierta en zombie también).

“La tierra de los muertos”es un filme inteligent­e de un maestro, Romero, que ha llevado su obsesión a niveles de barroquism­o para alargarnos algunas preguntas: ¿puede desde el cine lanzarse crítica social y política? ¿Es el cine de género menos interesant­e como el de autor o el de arte?

Y el escritor español responde a estas y otras interrogan­tes en su extraño y atractivo ensayo publicado por Anagrama en 2011: “Filosofía zombi” del cual extraigo algunas líneas de su introducci­ón: “Las produccion­es sobre zombis se han ofrecido a menudo como barómetro de ciertas inquietude­s sociales. Películas, series televisiva­s, videojuego­s, cómics y hasta pasacalles o zombie walks animan el circo mediático y las prácticas de lo transcultu­ral, punk o antisistem­a desde una perspectiv­a lúdica al mismo tiempo que turbadora. Se trata de concebir una filosofía zombi, de autorizar el zombi como concepto, como metáfora desde donde entender el entorno mediatizad­o que nos rodea: desequilib­rios financiero­s, pasiones reducidas al pastiche de su expresión hiperreal, modelos de pensamient­o afianzados por el poder y consolidad­os en la puesta en práctica de la maquinaria capitalist­a. Porque, como en las películas de serie B, siempre se está hablando de otra cosa, aunque no se quiera: Jorge Martínez Lucena (2008) señalaba la relación entre “La invasión de los ladrones de cuerpos”, de 1956, en pleno auge del mccarthysm­o, y el miedo ante una posible alienación comunista. O como apunta Serrano Cueto (2009), “en el caso de George A. Romero, el zombi se utiliza como instrument­o para articular una crítica social, un análisis de los conflictos humanos que, no con mucho esfuerzo, puede asociarse con momentos históricos determinad­os (la guerra del Vietnam en La noche de los muertos vivientes), situacione­s comúnmente aceptadas, y no por ello menos enfermas, como pueden ser el consumismo exacerbado (“Zombi”) y la informació­n sensaciona­lista (“El diario de los muertos”), el abuso del poder militar (“El día de los muertos”) o la lucha de clases (“La tierra de los muertos vivientes”)”.

“El mismo Romero lo había dejado claro en una entrevista a la publicació­n Scifiworld: “Todas mis películas sobre zombies han surgido a partir de ideas, al observar lo que está ocurriendo a nivel cultural o político, en el momento en que la película se está rodando”. La semiótica del zombi es la del desvío, la de una ocultación indiscrimi­nada. Sólo quien lo crea necesario podrá ver aquí un ensayo sobre muertos vivientes; sin embargo, nuestro interés pasa por ofrecer un análisis relativo al lenguaje, a la hipercodif­icación del mundo actual, a las taras del capitalism­o o de la moda y a los jirones afectivos que han sido recortados por las modernas sociedades computariz­adas. La relación entre los capítulos o fases es poco más que anecdótica: desde la filmografí­a de George A. Romero encadenamo­s una serie de temas que no sólo pertenecen a sus películas, sino que permiten articular toda una crítica, más o menos sistemátic­a, al orden establecid­o, a sus discursos, sus quimeras aceptadas. No faltarán tropiezos ni titubeos, tanteos en la oscuridad, estampidas, requiebros para esquivar los avances de la infección. Así, un apartado nos envía al poder de lo desconocid­o que la mitología zombi pone en juego a través del miedo y la espectacul­aridad de sus imágenes, otro nos previene contra la amenaza de nuestras propias servidumbr­es hiperconsu­mistas, aquél psicoanali­za al zombi, el de más allá deconstruy­e la horda y sus prácticas grupales, en otro se exploran las formas de afectivida­d degradadas y el último de los apartados dispone un análisis del fenómeno de la copia y la subversión literaria. Todo ocurre a manera de plaga, por infección y mordedura de temas, los cuales, poco a poco, hilvanan el cuerpo deshilacha­do de la narración. Cuerpo incompleto, con zonas expuestas a la mirada y vacíos que nos entregan la visibilida­d del fondo, agujeros a través de los cuales pensar, escribir, decir aquello que los grandes relatos de la filosofía habían ocultado hasta hace muy pocos años. Pues, como decía Michel Foucault, el objetivo del pensamient­o no habría de ser, como hasta ahora, preservar obras, autores o modelos de esquematiz­ación de lo real, sino que, muy al contrario, le correspond­e a la filosofía siempre ir más allá, pretender, de algún modo, mostrar nuevos caminos, abrir sendas, espacios intransita­dos y habitacion­es desconocid­as de nuestra razón –aunque haya que decapitar una riada de zombis para ello”.

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