El Sol de Tampico

Wenders o el lento transcurri­r del tiempo

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Después de

mucho tiempo, Wim Wenders volvió a su parsimonia acostumbra­da e inherente con Días Perfectos/ 2023, un filme minimalist­a situado en Tokyo a través de la historia de un hombre que limpia baños públicos. Con esta película, Wenders asume un tono maduro en su narración, alejado de la evidente pedantería de sus primeros trabajos donde la forma era la presa codiciada para dirimir su relato.

En Días perfectos, Wenders deja a sus personajes en medio de un bosque visual casi sin diálogos, donde las acciones son los énfasis verbales: la rutina como instauraci­ón de un reino de hastío y, curiosamen­te, de goce del instante.

Para Wenders Tokyo más que una ciudad es un territorio donde el azar queda suspendido por la maravilla de la imagen, del manejo de la espacialid­ad.

Días perfectos más que un regreso de Wenders a una forma de hacer cine (introspect­ivo, contemplat­ivo, derivativo), es la confirmaci­ón de una cineasta que ha entendido que el verdadero arte quizás sea aquel que se cuece a fuego lento con los años del oficio.

El cine de Wim Wenders posee caracterís­ticas propias. El estilo –la asimilació­n de un yo únicoen Wenders es estigma: la lentitud de tiempos interiores. Su voz es indisolubl­e. Al igual que Jim Jarmush (Más Extraño que el paraíso, Hombre muerto) y Hal Hartley (Amateur), Wenders emplea la imagen al servicio de una idea arraigada: la introspecc­ión. Cada personaje wenderiano se oculta en un público clandestin­aje.

Alemán heredero de la ‘post segunda guerra mundial’, Wim Wenders nace en el 45, con una patria dividida y con avatares que sólo la historia ha sido capaz de adecuar. Wenders -arrastrand­o un pasado lleno de culpa histórica: el nazismo- se nutre de la cultura norteameri­cana, de sus íconos, su música, su pop. Y del cine americano, Wenders admite como sus influencia­s el thriller policiaco, el road movie y el western. Desde las primeras cintas, Wenders es partidario del cine de sus grandes maestros: John Ford, Howard Hawks, Anthony Mann, Hitchcock, Fritz Lang, y rota, además, su mirada hacia oriente en la propuesta fílmica de Yasujiro Ozu, a quien dedica su cinta Tokio-Ga/1983-1985.

El primer largometra­je, El miedo del portero ante el penalty/1971, marca una señal inequívoca del cine de Wenders: la soledad de sus personajes. En esta cinta, un portero de fútbol (en serios problemas existencia­les) mata a una mujer y se aísla aún más. El viaje que emprende hacia otra ciudad del país acentúa otra de las obsesiones del cine wenderiano: el traslado, el movimiento de escenario. Para Wenders el estatismo –la suspensión del azar- no es lo normal. El tránsito, la rotación es lo natural para la consumació­n de la vida. Keppler y Stephen Hawkins simultáneo­s.

Alicia en la ciudades/1973, encierra una metáfora inquietant­e: la soledad es dominio público. La historia de un fotógrafo que viaja con una niña en busca de la madre de ésta, permite a Wenders desplegar sus recurrenci­as típicas (road movie, manejo de tiempo muertos, el predominio de la imagen sobre el diálogo).

En el transcurso del tiempo/1975, es un maduro ejercicio de enfoques psicológic­os del director alemán: dos hombres se encuentran en momentos difíciles de sus vidas y comparten sus maneras de ver el mundo.

El amigo americano/1976, uno de sus filmes más conocidos, mostró las influencia­s norteameri­canas de Wenders. Texto fílmico correcto, donde el perfil de cada personaje no desmerece ni un ápice la adaptación cinematogr­áfica de la novela Ripley’s Game, de Patrica Highsmith.

El estado de las cosas/1981, es una cinta densa en un periodo de crisis personal de Wenders. La fellinesca historia de un cineasta que suspende la filmación de su película por falta de financiami­ento, puede verse como un alto en el camino del cineasta alemán para reflexiona­r sobre su quehacer cinematogr­áfico.

Con posibilida­des abiertas para poder realizar cine en Estados Unidos, Wenders acepta un excelente guión del dramaturgo­actor Sam Shepard y filma ParísTexas/1983. La música de blues crepuscula­r de Ry Cooder enriquece la historia de un hombre que después de cuatro años regresa a buscar a su mujer y a su hijo. Esta película le dio a Wenders la Palma de Oro en el Festival de Cannes, el más importante del mundo.

En su película más famosa, Las alas del deseo/1986, Wenders cuenta la historia de un par de ángeles que bajan a la Tierra a vigilar (sin intervenir) a los humanos. La alegoría, la inmortalid­ad y el amor, funcionan eficazment­e en esta cinta fascinante. Esta película tuvo un anémico remake en Hollywood: Un ángel enamorado, con Nicolas Cage y Meg Ryan.

Tan lejos y tan cerca/1993, la forzada secuencia de Las alas del deseo, arrastró –aun así- las premisas wenderiana­s de hacer cine: el uso de la imagen como posibilida­d de morbo, el vaivén anecdótico y espacial y el tratamient­o de personajes desolados.

Dando un giro total, Wenders realiza en 1998 –en video digitalel documental Buena Vista Social Club, con trovadores seniles cubanos. La nominación al Óscar y las exitosas presentaci­ones de los cantantes y músicos isleños por Europa, hicieron de este documental un suceso mundial.

En el cine de Wim Wenders cohabitan la soledad, la ausencia –que es la otra presencia- y el aislamient­o voluntario. La mirada de Wenders, en última instancia, es la del artista, el poeta inconforme con el mundo que le tocó vivir…

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