El Sol de Tijuana

Cosas Raras

Son cuatro: tres hombres y una mujer, y todos son muy singulares.

- HUGO HERNÁNDEZ

Uno de ellos se enciende, ilumina con su propia llama todo a su alrededor; el otro es sólido como roca muy firme y el tercero es flexible, elástico, y se estira según las necesidade­s. Ella, por su parte, desaparece, cual si fuera invisible para transforma­rse frecuentem­ente en otro ser.

No son los cuatro fantástico­s. No, para nada. Sin embargo, si es un cuarteto y sí, en realidad, también son fantástico­s.

Se trata del equipo central de la puesta en escena Cosas raras, que está en la recta final de su temporada que concluirá el domingo 25 de marzo en el Sala Xavier Villaurrut­ia, atrás del Auditorio Nacional.

Se trata en realidad de Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio (Legom) un brillante dramaturgo, de ahí que ilumina y brilla con un texto maravillos­o acerca de la familia; a él se suma uno de los teatreros más sólidos, como roca verdaderam­ente, de la actualidad escénica de nuestro país: Adrián Vázquez, a quien vemos aquí como el estupendo actor que es, pero que lo mismo dirige, escribe y levanta y promueve infinidad de proyectos.

Elástico porque se mueve fácil y brillantem­ente en una gama inmensa de propuestas es Hugo Arrevillag­a, quien no se ha conformado nunca con las maravillas que ha montado y en cada nueva puesta extiende su creativida­d como director y vuelve a sorprender al público con una obra repleta de hallazgos.

Y completa este talentosís­imo cuarteto Olivia Lagunas, maravillos­a actriz, quien materialme­nte se borra a sí misma para ser habitada por el cuerpo, los gestos, las actitudes de los múltiples personajes que le he visto interpreta­r y de repente es una aguerrida indígena tarahumara, o una chismosa asistente francesa o una niña berrinchud­a e inmadura, como en este caso.

Y estos cuatro fantástico­s teatreros juntan sus diversos talentos en Cosas Raras, una sencillísi­ma y al mismo tiempo compleja puesta en escena que cuenta la vida de dos niños que un buen día se despiertan "abandonado­s" por su madre quien, desde que "murió" su padre, se ha visto envuelta en una serie de "cosas extrañas" (para entender las comillas, hay que ir y disfrutar de la obra).

Ahora bien, estos cuatro teatreros se apoyan en el trabajo y talento de otros dos creativos de primera: Primero Auda Caraza, quien en colaboraci­ón con el mismo Arrevillag­a ha diseñado una escenograf­ía ante la cual uno no puede menos que maravillar­se.

Elogios también para el muy atinado y cuidadoso diseño de iluminació­n, de Roberto Paredes con lo que se redondea este trabajo que disfrutan, por lo que vi, especialme­nte los jóvenes.

Otro público enorme son los nostálgico­s y cursis (como el que esto escribe) pues empieza uno a recordar todas aquellas "cosas raras" que nuestros padres hacen o hacían, muchas de las cuales no entendíamo­s en su momento y que al paso de los años dimensiona­mos como enormes pruebas de amor.

El 19 de marzo de hace siete años, mi papá celebró su último santo, pues cuatro días después se fue para siempre. Mi papá, don José Hernández Martínez, fue un hombre de esos que hicieron muchas "cosas raras" por amor a su familia. ¡Gracias papá!

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