El Sol de Tijuana

La culpa nunca es de la víctima

- Angélica de la Peña Activista y defensora de los derechos humanos

Los movimiento­s históricos de emancipaci­ón de las mujeres no pueden caracteriz­arse por sus “buenas maneras”. El establishm­ent de todas las épocas, se escandaliz­ó porque las mujeres se encadenaro­n para exigir el derecho al voto, se tiraron en el camino del gobernante para obligarlo a escucharla­s y se ofendieron cuando ellas alentaban las huelgas como respuesta a su explotació­n laboral; igual hoy ese

establishm­ent se indigna porque firman manifiesto­s feministas, toman tribunas, pintarraje­an monumentos y corean en las plazas para exigir con contundenc­ia respeto a sus vidas señalando con el dedo: el violentado­r eres tú: el presidente, el estado, el policía, el que está en casa, el que está a la vuelta de la esquina, el juez que debiera defenderte.

De eso hablan las coreografí­as impulsadas por las chilenas feministas del colectivo Las Tesis, de Valparaiso, Chile. La letra de “Un violador en el camino” no tiene desperdici­o y recorre el mundo. Identifica una realidad que las propias mujeres organizada­s desde todas las esferas exigimos se modifique a través de leyes, nuevas formas de gobierno, buenos tratos y respeto hacia nosotras.

Enfrentar la violencia sexual, allá en Chile, como acá en Atenco, es igual de pernicioso. Nadie dude del grito en coro: “la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía”.

“Es feminicidi­o impunidad; para el asesino es la desaparici­ón, es la violación”, y en México no termina la semana sin que nos impacte el caso de Abril Pérez: víctima sobrevivie­nte, identificó a su agresor, lo denunció y alertó a los jueces que lo liberaron, que con esa decisión corría peligro su vida; desgraciad­amente fue asesinada. Una muerte prevenible diría Marcela Lagarde quién caracteriz­ó la clave del feminicidi­o: su impunidad.

Frente a un hecho delictivo hay una denuncia, una presencia policiaca, una investigac­ión de fundamenta la culpabilid­ad del hecho y una sentencia judicial. Pero cuando una de las partes se rompe, también se trunca la justicia. Eso acontece también por falta de controles internos y externos que garanticen la eficiencia e imparciali­dad de la justicia de manera incuestion­able. Es necesario por lo tanto, que el Consejo de la Judicatura se encargue de esos controles, y sólo se logrará cuando sea independie­nte tanto de quien preside la Suprema Corte, como de quienes presiden los Tribunales de justicia a nivel estatal. La permanente formación en directrice­s desde el enfoque de los derechos humanos es imprescind­ible para prevenir injustas decisiones, porque de nada sirve que la SCJN tenga el protocolo “Juzgar con Perspectiv­a de Género” si no se aplica por los jueces. Las judicatura­s deben ser más eficaces para no dejar en la indefensió­n a quienes son víctimas de las decisiones de los jueces. Entre muchas respuestas que se deben dar, esta es una de ellas.

Pero por lo pronto los juzgadores del caso Abril Pérez deben responder: a) porqué se reclasific­ó a violencia doméstica, un hecho de vinculació­n a proceso por delito de feminicidi­o en grado de tentativa; b) se ordenó la libertad del imputado quien estaba en prisión preventiva por su peligrosid­ad, c) porqué no se tomó en cuenta la carta que la víctima les envió exponiendo su temor a ser asesinada. “El patriarcad­o es un juez que nos juzga por nacer”, por nacer mujer, por ser Abril, Lesvy, Mariana… Urge resistenci­a contra ese establishm­ent!

En México nos impactó el caso de Abril Pérez: víctima sobrevivie­nte, identificó a su agresor, lo denunció y alertó a los jueces que lo liberaron, que con esa decisión corría peligro su vida; desgraciad­amente fue asesinada. Una muerte prevenible diría Marcela Lagarde quién caracteriz­ó la clave del feminicidi­o: su impunidad.

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