Para poder
participar y aprovechar los beneficios de una economía globalizada, México debe contar con mecanismos que le permitan ser competitivo en el ámbito internacional y, en este contexto, la tecnología es un catalizador. De acuerdo con el Banco Mundial, la acumulación de capital de las Tecnologías de la Información y Comunicación tuvo casi 20 por ciento del crecimiento global entre 1995 y 2014; y su integración a los modelos de negocio de otras industrias es el común denominador en aquellas organizaciones que han crecido más rápidamente en el último año. Gracias a la democratización de la tecnología, hoy es posible optimizar procesos y mejorar los índices de productividad en nuestro país, los cuales, en su estado actual, impiden a México sobresalir.
Recientemente, el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), presentó el Índice de Competitividad Internacional (ICI) 2019 que evalúa a 43 países, y en el cual México se ubicó entre las 10 economías menos competitivas; con importantes retos en materia de bienestar, educación, salud, gasto en investigación y desarrollo, y estado de derecho, entre otros. Este preocupante escenario es aún más grave si consideramos que el país ha mostrado un desempeño deficiente en términos de competitividad en los últimos 20 años.
Aunado a lo anterior, hoy la actividad económica de México enfrenta una mayor incertidumbre, originada sin duda, por las tensiones comerciales entre diferentes economías; pero también, por la falta de proyecciones de inversión y crecimiento en sectores clave, como construcción, energía o manufactura. Lamentablemente, la desaceleración en el país no es algo nuevo. En la última década México ha alcanzado un promedio de crecimiento económico anual de solamente 2 por ciento (menos de la mitad que la tasa de los mercados emergentes). Este desempeño, está intrínsecamente relacionado con una baja productividad laboral, la cual ha tenido un promedio de 0.4 por ciento en los últimos 10 años, de acuerdo con la calificadora Standard & Poor's. La baja productividad no significa que los mexicanos no trabajemos lo suficiente, de hecho, somos el país de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) que dedica más tiempo a la actividad laboral. En 2018, encabezamos la lista de países con más horas de trabajo reportadas al año, con un promedio de 2,148 horas, mientras que Alemania registra únicamente 1,363 horas.
El reto es innegable: nuestras horas de trabajo deben ser más productivas, y para lograrlo, los cambios deben ser estructurales. En este sentido, uno de los caminos lo traza la misma tecnología. Hoy, la Industria 4.0 fortalecida con Inteligencia Artificial (AI), permite vincular personas, máquinas y datos para compartir y multiplicar el conocimiento necesario en la actual economía de la experiencia.
Aplicar estos principios en beneficio de una mayor productividad es indispensable, y el papel de la iniciativa privada resulta fundamental para conseguirlo. No solo debemos implementar modelos laborales que permitan a las personas obtener el mayor aprovechamiento de las herramientas tecnológicas; sino también usar tecnología para conocer a los colaboradores, quienes son la columna vertebral de cualquier organización y cuyas necesidades y motivaciones cambian.