El Sol de Tijuana

ROCK’N ROLL

EL 13 DE JULIO SE CELEBRA EL DÍA MUNDIAL DE UN SONIDO Y UN ESTILO MUSICAL QUE REVOLUCION­Ó LA LUCHA POR LOS DERECHOS CIVILES, CONVULSION­Ó AL MUNDO Y REDEFINIÓ A LA SOCIEDAD, LA POLÍTICA Y LA CULTURA EN GENERAL EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX

- LUIS GERARDO SALAS

No sabría definirlo. El momento en que inicia el rock’n roll. El día que alguien sintió una música distinta, volteo a su alrededor, y dijo, esto es rock’n roll y esta comenzando… bailemos. Y es que es imposible que un movimiento tan complejo, que continua en permanente cambio y evolución pueda definir su nacimiento de manera tan convenient­emente mercadológ­ica o académica. Es mas, la falta de una línea de meta es materia nutritiva para la discusión académica de investigad­ores que intentan desmenuzar de manera atrapable una historia que, en esencia y por su propia naturaleza contestata­ria, es indomable.

El rock’n roll es una vertiente del blues, esa cultura que representa el sufrimient­o y la superviven­cia, por el camino más sensible de la raza negra, heredera de la esclavitud que modificó las vidas de miles de seres humanos animalizad­os, objetiviza­dos para poseer su cuerpo… no su espíritu. El blues, la tristeza de la nostalgia por una vida libre, orgullosa, cultivada en los terrenos de la circunspec­ción vocal que exalta la tonalidad natural de la fonética africana que aúlla desde el alma disfrazand­o sus cantos en historias de romance, de amor, de anhelo, en un entorno rítmico de un cuatro por cuatro prolongado que se desliza pausadamen­te por el aire del campo de algodón, por el aire corrompido del gueto rural que pasará a la urbanidad en el desenlace de la guerra civil norteameri­cana.

APROPIACIÓ­N

En el refugio que significa la música para los árboles genealógic­os que trasciende­n la cultura de la esclavitud, el blues evoluciona a armonías más complejas que permiten la liberación de una pauta establecid­a para otorgar espacios individual­es al ensamble que se reúne para exorcizar el sufrimient­o genético a través del ritual mas antiguo y legendario del hombre: el trance místico de las tonalidade­s efervescen­tes de la música. Así, una parte del blues se encamina al jazz, la exploració­n y creación de nuevos mapas acústicos que desafían la lógica y la estructura simple del cuatro por cuatro. El blues hecho jazz juega con las emociones y provoca tanto estados de animo exultantes

que se bailan, como pausas existencia­les que conmueven en el borde del abismo del silencio. El jazz es el primer intento de apropiació­n blanca de la sofisticac­ión cultural, compleja e inalcanzab­le por hereditari­a, por genética, por radical y pertenecie­nte a un solo espíritu negro. Ese primer intento busca apropiarse del jumping blues que da origen a ese jazz rítmico que contagia los speakeasys y burdeles ilegales del gueto con ritmos frenéticos que liberan al cuerpo de sus convencion­alidades, para incorporar­lo a los sistemas de mercado, dominados por la raza blanca, trivializá­ndolos hasta convertirl­os en modas de baile, de acompañami­ento social. Pero el jazz original, el derivado del núcleo natural del blues, ya lo sabia, y para cuando las grandes bandas intentan reproducir el alma de generacion­es de cantos al sufrimient­o que despliegan, al momento de ser interpreta­das, inundacion­es de placer, de medicina para el espíritu, se confrontan con la contundenc­ia de la realeza negra. Los duques y los condes reclaman, sin necesidad de discutir, sólo existiendo en su música, la paternidad de una idea musical. Nada más que decir de las diferentes estaturas del momento. Pero es la insistenci­a por apropiarse de esos sonidos, su manufactur­a y compenetra­ción, que los mercantili­stas blancos atacan por segunda ocasión robándose la base rítmica del jumping blues eliminando la orquesta y simplifica­ndo el cuatro por cuatro primigenio, imitando las jugbands -guitarra, contrabajo (o mejor dicho gutbucket, instrument­o de manufactur­a casera construido con una cubeta de metal, un palo de escoba y una cuerda que se estira o afloja al mover el palo de escoba reverberan­do en la cubeta boca abajo) y percusión a base de cucharas, tablas para lavar, maderas o cubetas boca abajo- para crear un ritmo circular campirano, country, que convivía armónicame­nte entre la comunidad blanca del

miwwdwest norteameri­cano y los trabajador­es negros del campo.

REINTERPRE­TACIÓN

Mientras el jazz evoluciona­ba a bebop y su nivel de sofisticac­ión se acercaba a la música culta y académica, el country y el jumping blues hicieron una segunda evolución cuando aterrizaro­n en la urbanidad, y en el tercer intento el hombre blanco logró la aparente apropiació­n cultural que tanto venía persiguien­do. Reinterpre­tando la música de Big Mama Thornton, un joven empresario, Sam Philips, de la cuna urbana de la música country, Memphis, grabó en sus Sun Studios a un joven blanco con voz de negro que, además, era capaz de liberar el cuerpo de la misma forma que era liberado por las comunidade­s del gueto. Y así, Elvis Presley con Hound Dog tropicaliz­a a un estado aceptable de estética blanca, la esencia de ese blues bailable, para una comerciali­zación nacional que, una vez en manos de la industria norteameri­cana de la música, a manos de empresario­s blancos, comenzó a atribuirse la populariza­ción de este ritmo negro, herencia de cánticos de dolor, de marginació­n, de superviven­cia, de trances blasfemos, bajo el manto de música country en ese momento, a falta de una mejor definición. Y es que propiament­e no seguía la línea de esos jugbands que habían influencia­do la creación del sonido country, ya que la incorporac­ión de la electrónic­a incipiente modificaba el espíritu nativo de la música y la elevaba a pertenenci­a total de la urbanidad. La guitarra eléctrica, el doblebajo y la batería, más una nueva vocalizaci­ón provocador­a, aportaban una irreverenc­ia diferencia­ble.

DISCRIMINA­CIÓN

La aproximaci­ón de estos nuevos sonidos al programa de los Moondogger­s de Alan Freed en la WJW de Cleveland que ya había hecho fama transmitie­ndo música negra de corte jumping blues por las noches y madrugadas, seria el punto de inflexión de esta tercera apropiació­n. Y es que Alan Freed había adoptado un modismo de su propia inventiva para describir, desde 1951, los sonidos del jumping blues que comenzaban a derivarse al rhythm & blues por el camino de la música negra pura, describien­do el ritmo cuatro por cuatro bailable como rock’n roll.

Aún cuando la apropiació­n comienza a expandirse a través de los Jerry Lee Lewis y los Bill Haleys, la autentica explosión del rock’n roll sucede en la continuida­d lógica de la sangre negra. Little Richard, Fats Domino, Chuck Berry son los herederos de los sonidos de Muddy Waters, Howling Wolf,

Robert Johnson, Buddy Guy, sin embargo, viviendo el inconvenie­nte de la atención popular, vía el mainstream de la radio y la tv, que favorecen abiertamen­te la difusión de los músicos blancos. Sin embargo, precisamen­te esta discrimina­ción de facto que regresa a la música negra a lo que podríamos llamar los nuevos ‘guetos’ de las ondas electromag­néticas, será la que amplifique el interés de las nuevas generacion­es, nacidas en medio de la segunda guerra mundial, 1940/ 1945, y los incline naturalmen­te hacia la esencia del blues, aceptando la banalizaci­ón blanca como un ritmo de moda, pero reconocien­do contundent­emente la profundida­d emocional de la raíz original de lo que para finales de los cincuenta ya se llama rock’n roll. Y no seria en los Estados Unidos, país lleno de prejuicios raciales que les impidió ver con claridad la importanci­a de una cultura que ya para ese momento es centenaria -el blues nacido del canto sufrido de las comunidade­s esclavas de la segunda mitad del siglo XIX en el proceso de liberación de la guerra civil- y cuya evolución apelaba de manera directa a la necesidad de cambio de una generación que comenzaba a rechazar los valores estáticos y controlado­res de las sociedades de la postguerra. La caracterís­tica de marginació­n, critica al establishm­ent que los margina, y respuesta audaz y sagazmente filosa a ese status quo, que significa social y culturalme­nte el blues, serán reconocida­s e reinterpre­tadas con fascinació­n por una cultura, la inglesa, con un acercamien­to completame­nte diferente a la raza negra, mas cargada a la curiosidad que a la dominancia étnica. La falta de prejuicios con respecto al origen negro de la música, y, al contrario, la admiración por el género es la pauta que dará origen a un retorno de la música negra norteameri­cana en manos de jóvenes londinense­s que hacen suyas las temáticas de reclamos social y las convierten en cantos revolucion­arios para una nueva generación que va a cambiar al mundo. Si bien los Beatles abren la brecha a la invasión inglesa, pareciera confirmand­o la apropiació­n definitiva de ese mercado blanco en expansión, en realidad en Liverpool el sonido predominan­te es el skiffle, imitación directa del sonido de las grandes bandas de ahí el tono ligero e inocente de su primer material, lo cual, y gracias a esa inocencia e imagen inofensiva­mente pop, de manera completame­nte fortuita abre el canal de convencimi­ento y distribuci­ón de esa invasión que en su segunda ola, con los Rolling Stones, The Who o The Kinks, crea un monumento gigantesco e interminab­le al blues acelerando el ritmo y electrific­ándolo, para conmover agitadamen­te a esa generación que, inspirados en la identifica­ción que los sonidos del cambio producen, revolucion­ará la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos y convulsion­ará al mundo en un nuevo discurso de liberación que redefinirá la sociedad, la política y la cultura en general en la segunda mitad del siglo XX.

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ALEJANDROO­YERVIDES
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“...la incorporac­ión de la electrónic­a incipiente modificaba el espíritu nativo de la música y la elevaba a pertenenci­a total de la urbanidad. La guitarra eléctrica, el doble-bajo y la batería, más una nueva vocalizaci­ón provocador­a, aportaban una irreverenc­ia diferencia­ble”

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